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EL VIAJE DE...

Carlos Boyero: "Me dan grima los curas y los contratiempos de Iberia"

El crítico de cine de El País se considera más un turista que un viajero; siempre antepone la comodidad a la aventura

El paraíso existe y está en la tierra, concretamente en Valldemossa, a unos quince kilómetros de Palma de Mallorca. Año tras año, el crítico de cine de EL PAÍS Carlos Boyero acude con su pareja a la ineludible cita con una suite del exclusivo Hotel Valldemossa. El paisaje montañero que rodea a este idílico lugar, con cabras y ovejas paciendo desperdigadas por los aledaños, se combina con extraordinarias vistas del mar en el horizonte. Lo que más le atrae es el placer contemplativo y la posibilidad de poder desconectar por completo del mundo exterior.

Y también, por supuesto, su "idea de la felicidad": bajar a la espectacular piscina del hotel para "ir cambiando de una hamaca a otra", descartando por completo cualquier excursión por la isla. A pesar de tener preferencias entre sus doce suites, "siempre me alojo en las habitaciones Joan Fuster y la George Sand", este verano quiso probar una nueva, con la mala suerte que al intentar realizar la reserva le informaron que se le había adelantado el tenor Plácido Domingo.

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Grima a los contratiempos

Entre lo indispensable para afrontar un viaje Boyero incluye varios libros bien escogidos y sus pastillas para poder dormir. "Mi mayor pesadilla es quedarme sin las maletas, que me las pierdan en los aeropuertos. Allí llevo mis drogas legales: somníferos, antidepresivos... Me las han perdido 11 veces, de las cuales en 10 ocasiones conseguí recuperarlas". Por eso sentencia que "junto a los curas, lo que más grima me da en este mundo son los contratiempos de Iberia, es decir, overbookings, huelgas y, como he señalado antes, la pérdida de equipaje".

Ámsterdam sin droga

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Destinos recurrentes para sus viajes de ocio son Lisboa, Estambul, "me apasionan sus atardeceres", Florencia, "una ciudad que amo por encima de todo, especialmente pasear por la Galería Uffizi y ver el ocaso del sol desde el Ponte Vecchio", o Ámsterdam: "y no por la droga. Es una ciudad llena de vida, aunque he de reconocer que cuando descubrí hace 30 años los coffee shops me llamaron mucho la atención". Asimismo, confiesa que Suiza es un país que le parece muy hermoso, aunque con un pequeño matiz: "No tengo demasiada empatía por los suizos".

Destinos de cine

Boyero tiene dos ciudades predilectas por su intensa relación con el séptimo arte: Nueva York y San Francisco. De la primera recuerda que "la primera vez que pisé el suelo neoyorquino comprobé que era exactamente como lo había visto en las pantallas desde que era un niño. Me fascinó, era como estar viendo películas todo el tiempo, con el humo saliendo de las entrañas del asfalto, el puente de Brooklyn...". A pesar de ello, es consciente de que puede llegar a ser muy inhóspita para vivir: "Si eres rico, puede ser la cuidad ideal. Pero si no tienes dinero se puede convertir en un lugar muy jodido".

De su otra meca cinéfila destaca el Golden Gate, que le retrotrae a esa mítica escena del clásico de Alfred Hitchcock, Vértigo, en la que Madeleine (Kim Novak) cae del puente a las gélidas aguas de la bahía en medio de la bruma ante la mirada de Scottie (James Stewart), así como sus míticas calles en cuesta frecuentadas por los travías. A pesar de ello, no se considera demasiado mitómano: "Nunca he ido a los Oscar y la ciudad de Los Ángeles no me tira ni lo más mínimo".

Camarote exterior con terraza

Boyero se califica a si mismo más como un turista que como un viajero: "Por qué negarlo, me encantan los hoteles cojonudos y los mejores restaurantes de las ciudades". Y los cruceros de lujo, donde se siente feliz en un camarote exterior con terraza: "Es como estar en un gran hotel viendo paisajes espectaculares mientras leo alguno de mis libros preferidos. Estar en un sitio así con mi novia me hace alcanzar la felicidad". Hablando de paisajes idílicos, para Boyero hay uno insuperable, los fiordos noruegos. "Es el entorno natural más espectacular que he visto, con toda esa inmensidad...", sentencia.

Destinos para 'modernos'

No le atraen "en absoluto" ni Japón, "tan de moda ahora entre los modernos", ni el resto de Asia en general. Tampoco el continente africano, excepto ciertas partes de Marruecos, como Esauira o la plaza principal de Marrakech, donde confiesa que tiene su punto "pegarte una tarde entera sentado en una terraza la plaza principal, fumado, viendo cómo cambia cada hora el ambiente".

Puro Kafka

"Me considero un viajero occidental", añade. "Me gustan especialmente varias ciudades del este europeo, como Praga o San Petersburgo", especialmente en invierno. "Acabo de regresar de un viaje a Praga con mi novia y, a pesar de que me ha gustado, las sensaciones han sido distintas ", comenta, " algo más sucia y bulliciosa. Cuando estuve la primera vez, hace veinte años, me resultó sobrecogedora. Era febrero y el manto blanco que cubría las calles les daba una sensación de limpieza increíble. Recuerdo algún paseo que di cuando la noche ya había caído y la niebla lo rodeaba todo... parecía que te iba a salir el Golem. Puro Kafka".

Viajes de trabajo

Viajar a festivales de cine por cuestiones de trabajo no es algo que le entusiasme: "Profesionalmente viajo lo estricto y evito las invitaciones relacionadas con el trabajo. Son viajes muy cansados, con largas jornadas de proyecciones de películas, en muchos casos, bastante soporíferas". A pesar de ello, recuerda con agrado un viaje que hizo hace unos años por motivos laborales a Perú. "Me sorprendió gratamente Cuzco, y me asombró Machu Picchu. No hubiera ido por mi cuenta y tengo que reconocer que me pareció soberbio", señala.

Actualmente, viaja cada año a Cannes, Berlín, San Sebastián y Venecia para cubrir sus reputados festivales cinematográficos. Entre estas cuatro ciudades, se queda especialmente con las dos últimas. Venecia, por "el misterio que sigue teniendo, sobre todo al pasear por la noche por sus canales y plazas", aunque reconoce que puede tener matices: "Sospecho que te puede dar cierto mal rollo si estás bajo de ánimo". De la Bella Easo destaca su espectacular gastronomía y las incomparables vistas a la playa de La Concha que le ofrece el Hotel Londres, donde se aloja cada vez que va "desde hace ya veinte años".

Cine para viajeros

Entre sus obras favoritas sobre temática viajera, Boyero tiene claras sus preferencias: "En literatura, Los viajes de Darwin y la obra de Julio Verne en general. Admiro mucho a ese escritor que a pesar de no salir nunca de su casa viajó a lugares tan exóticos como el fondo del mar, las entrañas de la tierra e incluso a la luna". En cine le apasiona El Hombre que quiso reinar", de John Huston, "aunque se aleje bastante de mi concepto de viaje ideal", aclara entre risas.

Todo un 'gourmet'

Para Carlos Boyero, la gastronomía es uno de los principales placeres que uno puede disfrutar en esta vida. Ha comido en numerosos restaurantes a lo largo y ancho del mundo, entre los que destaca la Enoteca Pinchiorri de Florencia, donde llegó a pagar "2.000 euros por una cena" y el restaurante parisino La Tour d'Argent. Pero, si le preguntan por la meca de la gastronomía, Boyero no alberga la menor de las dudas: San Sebastián, donde asegura que hay "infinitos lugares para comer estupendamente, desde restaurantes como Rekondo o Arzak a los bares de pintxos. Es el mejor sitio para comer que hay en el mundo", concluye.

Hotel Valldemossa, el paraíso en la tierra para Carlos Boyero
Hotel Valldemossa, el paraíso en la tierra para Carlos BoyeroFERNANDO GALLARDO
El crítico de cine de EL PAÍS Carlos Boyero
El crítico de cine de EL PAÍS Carlos Boyero

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