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Centinelas de Ibiza

Las antiguas torres de vigilancia levantadas en su litoral trazan una ruta escenográfica por la isla Pitiusa

Atardecer en la torre des Savinar, con vistas al islote de Es Vedrà (Ibiza).
Atardecer en la torre des Savinar, con vistas al islote de Es Vedrà (Ibiza).Stuart Pearce (AGE)
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Antes de que hippies y artistas se extasiaran con su atmósfera, y de que los clubbers se entregaran a la noche y la música electrónica, otomanos y berberiscos ya se obsesionaron con la sal que los árabes convirtieron, junto con la agricultura y la pesca, en el motor económico de Ibiza. Lo hicieron antes de que el Reino de Aragón les expulsara y se asentaran en la isla los catalanes y el catalán. Estos últimos, además de introducir una lengua, también construyeron iglesias fortificadas en los pueblos del interior y torres de vigilancia en la costa para protegerse de las incursiones de los piratas desde el norte de África y de los invasivos ataques de las flotas inglesas, francesas y de los Países Bajos. Entre los siglos XVI y XIX los insulares cristianos estaban tan agitados como las aguas del Mediterráneo.

Cova Fernández

Las torres, de piedra y cónicas, se levantaron en el litoral ibicenco pensadas como atalayas de protección y defensa, aunque vigilar fue la función que más desempeñaron. Los torreros de Es Carregador, atalaya erguida sobre un promontorio rocoso entre la cala pedregosa de Sa Sal Rossa y la extensa playa d’en Bossa, al sur de la isla, es probable que tuvieran más trabajo que el resto de sus compañeros; de ellos dependía la seguridad de los trabajadores de las vecinas salinas.

Estos preciados estanques también estaban protegidos por la torre de Ses Portes, en la punta meridional de Ibiza. Esta torre, junto con la que hay en el islote de S’Espalmador, garantizaba la seguridad por medio del fuego cruzado en el paso que hay entre Ibiza y Formentera. A Ses Portes, ubicada en el vértice en el que se juntan la famosa playa de Ses Salines y la nudista Es Cavallet, solo se puede llegar andando desde cualquiera de los dos arenales, mostrándose al final del camino, como animando al viajero a seguir avanzando. Al regresar, donde las carreteras de acceso a ambas playas vuelven a encontrarse, junto a los estanques y la montaña de sal, se halla el restaurante Can Salinas, casa donde Manuel, oficioso rey de la fideuá, recibe desde hace más de tres décadas. Cerca, al otro lado de las pistas del aeropuerto, el restaurante Sa Caleta invita a disfrutar de un arroz con vistas frente a la playa de Es Bol Nou.

A la atalaya de Ses Portes se llega caminando desde la famosa playa de Ses Salines y la nudista Es Cavallet

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Cuando en el horizonte marino, repleto de peñascos e islotes, aparecía una embarcación enemiga, los vigías hacían señales de fuego y humo en la terraza de sus torres, o hacían sonar un cuerno para alertar a la población. Raudos, los ibicencos se refugiaban en las iglesias fortaleza de Santa Eulària, Sant Miquel, Sant Jordi y Sant Antoni, mientras las familias más pudientes lo hacían en las torres que tenían junto a sus residencias.

Todos estos baluartes tenían varias plantas. En la baja no había puerta —las rehabilitadas actualmente sí la tienen— y para acceder había que trepar por una escalera de cuerda o de madera, que después se retiraba. En el interior, una escalera de caracol comunica los diferentes pisos. Es el caso de la torre des Molar, en el noroeste, entre la punta de Sa Creu y el puerto de Sant Miquel. Desde lo alto del acantilado en el que se encuentra se pueden contemplar islotes, la costa de Benirràs —cuya playa es bien conocida por los ocasos que se contemplan al son de los tambores— y el puerto de Sant Miquel.

Vista de la antigua atalaya de observación Ses Portes frente a la costa de la isla de Ibiza.
Vista de la antigua atalaya de observación Ses Portes frente a la costa de la isla de Ibiza.Artem Bolshakov (getty images)

Atardecer sin aplauso

Las torres vigía están ubicadas en lugares hermosos y expuestos. Observatorios fortificados que regalan panorámicas postaleras a quienes se animan a verlas de cerca. Las que no son propiedad privada admiten visitas solicitando cita previa (lo mejor es contactar con Turismo de Ibiza), aunque actualmente todas permanecen cerradas excepto la de Es Carregador, que se puede visitar en horario de mañana y algunas tardes. Después, merece la pena acercarse a la cala de Talamanca, junto al puerto deportivo de Ibiza, para tomar un buen pescado en el restaurante Flotante (971 19 04 66).

Torre des Savinar, en Cala d’Hort, frente a los islotes de Es Vedrà y Es Vedranell.
Torre des Savinar, en Cala d’Hort, frente a los islotes de Es Vedrà y Es Vedranell.Getty Images

La torre des Savinar es uno de los mejores balcones de la isla balear, una especie de casa colgada ibicenca. Se encuentra en el extremo suroeste, en Cala d’Hort, frente a los islotes de Es Vedrà y Es Vedranell, que ahora son reserva natural. La playa queda lejos, pero con suerte veremos esconderse el sol sin gentío y sin aplausos. En el otro extremo insular se alza la torre d’en Valls, en la península de Es Cap Roig, entre Cala Boix, de arena negra y fina, y la playa de Canal d’en Martí (Pou des Lleó), un puerto natural con casas varadero desde el que sale un camino que termina en la torre. Un paraje que intercala los bosques de pinos y sabinas con los huertos de las casas payesas. Esta atalaya mira al islote de Tagomago, hogar que comparte el halcón de Eleonora con algún halcón peregrino, gorriones, jilgueros y mirlos. En su momento almacenaba pólvora, pero un rayo hizo de detonador y la torre explotó. Hubo que rehabilitarla. Lo mismo que han hecho los propietarios de la torre d’en Rovira, convertida en una vivienda particular, desde la que uno puede mojarse los pies en el agua. Se encuentra entre la playa de arena blanca y roca de Comte y la amplitud de Cala Bassa, rodeada de pinos, sabinas y tamarindos, en una posición estratégica desde la que custodiar los islotes de poniente y el puerto de Sant Antoni. En el norte, a 45 metros sobre el nivel del mar, se eleva la torre de Portinatx, también en la actualidad una residencia privada.

La red de vigilancia tejida por estas torres levantadas en la costa funcionaba entre abril y septiembre, meses en los que era más sencillo navegar las aguas del Mediterráneo. Varios siglos después, clubbers, deportistas famosos y las fortunas apátridas llegan a Ibiza siguiendo ese mismo calendario y las torres permanecen en silencio.

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