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Escapadas

Granja por fuera, palacio por dentro

Siete casas tradicionales declaradas patrimonio mundial en una ruta deliciosamente escandinava por la región de Hälsingland, al norte de Suecia

Fachada de la granja de Erik-Anders, en Söderala, en la región sueca de Hälsingland.
Fachada de la granja de Erik-Anders, en Söderala, en la región sueca de Hälsingland. jakob Dahlstrom

Los suecos consideran que el norte de su país comienza en Hälsingland (Helsingia en español), una provincia ubicada a tres horas en coche de Estocolmo y que se extiende entre suaves colinas a lo largo de los ríos Ljusnan y Voxnan hasta el golfo de Botnia, en el mar Báltico. Además de su gastronomía y sus almonedas, este rincón de Suecia nos invita a descubrir sus granjas pintadas, de las que siete fueron incluidas en la lista del patrimonio mundial de la Unesco en 2012.

Estos edificios, que desde finales del siglo XVII fueron ampliándose progresivamente a imitación de los palacios, destacan tanto por su interés arquitectónico como por las pinturas populares que cubren sus estancias. Serían algo así como los fórmula 1 de las casas en madera, levantadas para demostrar el estatus adquirido por los granjeros adinerados.

A modo de trampantojo, las pinturas de los salones pretenden hacer pasar las granjas por suntuosas mansiones

Es en los salones de fiesta, destinados a las bodas, donde se encuentran las pinturas que, a modo de trampantojo, pretenden hacer pasar las granjas de Hälsingland por suntuosas mansiones. Los artistas se afanaron en evocar con los pinceles las calidades de la piedra o los caprichos del estuco. En algunos interiores sorprenden las falsas arquerías con vistas a jardines y ciudades, y en otras, escenas de la vida cotidiana o de las propias ceremonias de boda, en las que inevitablemente sonaría la polska, el tradicional baile sueco a ritmo de violín. El trazo es vivo y espontáneo; las composiciones, sencillas, y los colores, intensos, en un estilo naíf que rellena los huecos en blanco con exuberantes flores (kurbits). La mayoría de los artistas provenían de la vecina región de Dalarna, en cuya capital, Falun, a una hora y media en coche, hay un museo etnográfico con numerosos ejemplos de esta pintura folclórica.

javier belloso

Junto a las siete granjas que han sido declaradas patrimonio mundial (Bommars, Bortom Åa, Kristofers, Erik-Anders, Gästgivars, Jon-Lars y Pallars), en la región existen muchas otras que abren sus puertas al público de forma regular. Es imprescindible disponer de un coche para visitarlas y disfrutar de los suaves paisajes de Hälsingland. Un estupendo punto de partida es Alfta, donde está la hacienda Ol-Anders, que cuenta con un museo sobre los emigrantes suecos —­que se dirigieron al sur del país o a Estados Unidos— y un centro de información en el que pueden ayudarnos a preparar la jornada. En esta misma localidad se encuentra Löka, que tiene una cafetería estupenda para merendar, por ejemplo un kanelbullar, el típico pastel sueco de canela.

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El itinerario continúa por la carretera panorámica que desde Alfta se dirige entre laderas, pinares y lagos hasta Edsbyn, donde se sitúa la hacienda de Martes. La granja está rodeada de varios ejemplos de la arquitectura vernácula que han sido trasladados a un hermoso parque público. Destacan los característicos graneros que se elevan 10 centímetros sobre el nivel de la tierra para proteger los alimentos de la humedad y que tanto nos recuerdan a los hórreos gallegos y asturianos.

Un elemento importante en la economía de los granjeros de Hälsingland fue la producción de lino. Como ejemplo de esta tradición, en la localidad de Växbo pueden visitarse los antiguos molinos de agua que servían para extraer las fibras, y una empresa, Växbo Lin, que fabrica manteles, toallas y camisas de diseño moderno. Es muy recomendable visitar el taller y la tienda, que responden a lo que en el sur de Europa entendemos como estilo escandinavo: sobrio, funcional y hecho con materiales orgánicos. Y ya que nos ponemos sibaritas, hay que comer en Växbo Krog, donde el chef Pär Johansson ofrece cocina tradicional sueca hecha con productos locales. ¡No hay que perderse la tostada skagen, cubierta por gambas y huevas de pescado blanco, ni el salmón con crema de apio!

Nadie debería marcharse de Hälsingland sin acercarse al mar. Merece la pena hacer una parada en Söderhamn, un puerto del Báltico que ha dado nombre a un conocido sofá de Ikea. Entre los monumentos destaca la torre de Oscarsborg, con vistas sobre la ciudad, y la iglesia de Ulrika Eleonora, obra de Nicodemus Tessin el Joven, miembro de la saga de arquitectos que introdujeron el barroco en Suecia.

Salón de la granja de Erik-Anders, en Söderala (Suecia).
Salón de la granja de Erik-Anders, en Söderala (Suecia).j. Dahlstrom

El golfo de Botnia

A 10 kilómetros se encuentra la meta de nuestro viaje, la pequeña localidad de Skärsa. Este pintoresco pueblo de pescadores, con sus cobertizos flotantes para embarcaciones, sus deliciosas almonedas (loppis) y su lonja, donde se venden diferentes tipos de salmón o arenque, es sin duda el mejor lugar para despedirnos de Hälsingland. Reina tal calma que algunos negocios permanecen abiertos sin que nadie se haga cargo de ellos: el cliente elige lo que más le gusta y paga con el teléfono móvil. Para comer, Albertina es el lugar perfecto, no solo por la calidad de su pescado, sino también porque a través de sus ventanales se contempla el golfo de Botnia, que cada invierno, al congelarse, es el espejo sobre el que se reflejan Suecia y Finlandia, el extremo norte de Europa.

Ignacio Vleming es poeta, autor de Cartón fósil (editorial La Bella Varsovia).

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