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fuera de ruta

Ámsterdam en el Caribe

La isla holandesa de Curazao, a más de 7.000 kilómetros de Europa, atrapa con su estética mestiza protestante, latina y afroamericana

Perfil nocturno de Willemstad, en la isla caribeña de Curazao.
Perfil nocturno de Willemstad, en la isla caribeña de Curazao.STANLEY CHEN XI (Getty)

Pese a ser parte del Reino de los Países Bajos, la isla de Curazao —“curación” en portugués— se encuentra a más de 7.000 kilómetros de Europa. Rodeada de espectaculares arrecifes de coral, es un destino muy frecuentado por buceadores, pero esta vez nos vamos a quedar en la superficie para visitar su capital, Willemstad, declarada hace 20 años patrimonio mundial.

javier belloso

La ciudad fue desde el siglo XVII un importante puerto para la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, y por eso a muchos les parecerá una versión tropical de Ámsterdam, con sus casas estrechas de tejados a dos aguas y frontones barrocos. Lo que la diferencia de su prima hermana europea es el color pastel de las fachadas, que, según cuenta la historia, fue una exigencia del gobernador Albert Kikkert. Debido a los frecuentes dolores de cabeza que padecía, ocasionados según su médico por la intensidad de la luz del Caribe, ordenó que se pintaran de amarillo las casas de la isla. Más tarde llegarían los verdes, azules y rojos, siempre en tonos rebajados, que hacen tan característico el casco histórico de Willemstad, pero nunca más el blanco, prohibido por prescripción médica.

En Willemstad, el mestizaje entre holandeses, latinos y afroamericanos se da a todos los niveles. Mientras en la cadena de establecimientos Albert Heijn se encuentran productos típicamente holandeses, como las stroopwafels (galletas de caramelo), en el Mercado Flotante, formado por las barcas que llegan de Venezuela cada semana, se venden mangos, chirimoyas y aguacates. Justo al lado, en Plasa Bieu (plaza vieja), un popular barracón que ofrece una carta muy económica, podremos tomar los platos tradicionales de Curazao, como el kabritu stoba (cabrito estofado) acompañado de funchi (polenta) o el keshi yena, una bola de queso gouda horneada y rellena de carne especiada, la única forma en la que era posible comerla después de su larga travesía trasatlántica hasta las Antillas. Aunque sin lugar a dudas es el licor de Curaçao, elaborado con la piel de las naranjas amargas y usado en infinidad de cócteles, el producto más conocido de la isla. El mismo mestizaje se refleja también en su lengua, el papiamento, que José Martí entendía como “un español con terminaciones holandesas: así, de sufrimiento hacen suffrimentol; de católicos, catholikanan”. (Debemos advertir que las fuentes del poeta cubano no eran demasiado fiables porque ninguna de las palabras que incluye la cita existe realmente).

Una niña asomándose a la ventana de una casa de colores, en Curazao.
Una niña asomándose a la ventana de una casa de colores, en Curazao.Angelo Cavalli (Agefotostock)

Judíos sefardíes

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Desde lo alto del Fuerte Nassau, la ciudad parece una maqueta. Las casas de colores se agolpan en torno a la bahía de Santa Ana, que comunica el puerto natural de Schottegat con el mar. En la orilla este encontramos el barrio de Punda, donde solían vivir los funcionarios enviados desde la metrópoli, llamados despectivamente por los isleños “macamba culo verde” (forasteros de culo verde, en alusión a los prados de Holanda). Aquí están dos de los monumentos más conocidos de Willemstad, el Fuerte Ámsterdam, con la iglesia protestante y la sede del Gobierno de la isla, y la Sinagoga de Curazao, que es la más antigua de América todavía en servicio. El suelo está cubierto por arena del Sinaí, en recuerdo del éxodo del pueblo judío. Aunque también se dice que la arena, al amortiguar el ruido de los pasos, habría facilitado a los sefardíes expulsados de España y Portugal celebrar sus ritos en secreto y que esta costumbre les acompañaría en la diáspora, primero en los Países Bajos y después en el Caribe, donde pudieron practicar libremente su fe.

En la orilla oeste, Otrabanda era la zona preferida por los criollos. Un amplio conjunto de casas de este barrio ha sido restaurado e integrado en el hotel Kurá Holanda, una especie de parque temático en el que sin embargo todo es real y que rememora la ciudad de finales del siglo XIX, cuando no existían ni los coches ni las tiendas de souvenirs. Dentro del complejo hay un museo de antropología dedicado a las grandes culturas de África occidental, región de la que procedían muchos de los esclavos que se vendían en Curazao, que fue uno de los más importantes puertos negreros del Caribe.

Se puede cruzar fácilmente la bahía por el Puente de la Reina Emma, una estructura flotante formada por 16 barcas que se pliega sobre la costa cada vez que una nave quiere entrar en el puerto y que data de 1888. Como esta operación dura unos minutos, también existe un ferri que va de lado a lado. Por la noche merece la pena acercarse hasta el Rif Fort, el antiguo baluarte que protege la entrada en el estrecho y que hoy ha sido transformado en un centro de ocio y restauración. Desde su adarve, cuando se iluminan las fachadas de los edificios, Willemstad parece una ciudad de juguete.

La playa de Mambo, cerca de Willemstad, en Curazao.
La playa de Mambo, cerca de Willemstad, en Curazao.Jane Sweeney (AWL Images)

Hasta aquí el itinerario habitual del turista, pero la ciudad ofrece mucho más, especialmente para aquellos que tengan interés por la arquitectura y la historia. En la misma orilla de Punda, al otro lado del canal Waaigat, llaman la atención los palacetes de Scharloo, ejemplos sobresalientes de la arquitectura colonial del siglo XIX y principios del XX que construyeron las más adineradas familias de comerciantes judíos de la isla. Otro atractivo es el Museo Marítimo, desde donde parte un barco que recorre el puerto de Schottegat. Y en la línea de costa que mira al Caribe, levantado sobre un rompeolas, nos encontramos con Pietermaai, el barrio en la que vivía la comunidad católica, razón por la que en este lugar se encuentran su catedral, una imponente iglesia de estilo historicista.

Muchos de los edificios de la zona son hoy hoteles boutique con vistas al mar. Entre todos, destaca muy especialmente Avila Beach, ubicado en un antiguo hospital y con una preciosa playa. Su nombre se debe, como recuerda un cuadro que hay en la recepción, al amor de su dueño por la ciudad castellana. Justo al lado puede visitarse el Octagon Museum, la casa en la que vivió el libertador Simón Bolívar mientras preparaba las independencias de Venezuela y Colombia, países estrechamente vinculados con Curazao.

Para los españoles Willemstad es un destino familiar y desconocido al mismo tiempo, uno de esos lugares extraordinarios en los que es posible alcanzar el don de la ubicuidad, porque nos hace sentir simultáneamente en América y en Europa, en el Caribe y en Holanda.

Ignacio Vleming es autor del libro de poemas Cartón fósil (Editorial la bella Varsovia).

Guía

Curazao tiene 155.000 habitantes. La isla mide 444 kilómetros cuadrados. No hay vuelos directos desde España a Curazao. KLM vuela con escala en Ámsterdam. Ida y vuelta desde Madrid, 803 euros. American Airlines y Avianca son otras opciones.
Oficina de turismo de Curazao.

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