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la buena vida

Madrid ‘on the rocks’

Entre canallas y elegantes, seis bares donde los cócteles saben a gloria

Narciso Bermejo en la coctelería O’Clock, en el barrio madrileño de Salamanca.
Narciso Bermejo en la coctelería O’Clock, en el barrio madrileño de Salamanca.Santi Burgos

Qué tendrá el agua de Madrid que salen tan buenos hielos. Y tan buenos bármanes. De unos pocos años a esta parte y a pesar de la crisis han abierto en Madrid un buen puñado de coctelerías de primera, fragantes destilados de los grandes clásicos originales: El Chicote, Del Diego, el Cock y el bar del Palace, el Glass Bar del hotel Urban o el desaparecido Balmoral. Empecemos por el más veterano de los recientes: el José Alfredo, en la calle de Silva. El José Alfredo lo abrieron cuatro argentinos escopetados del corralito de 2001, de los que quedan dos detrás de la barra: Ezequiel y Andrés. Abrieron con la intención de desmarcarse de la coctelería clásica y atraer a gente del cine y del teatro, músicos y también gente del barrio de Triball. Y lo han conseguido con creces en estos diez años, hasta convertirse en un clásico de referencia en la noche madrileña, donde alguna vez han ido a caer nuestros futuros monarcas, entre escritores y editores o Jorge Drexler y los chicos de Marlango. La decoración setentera y perezosa invita a quedarse hasta las mil o ir de aquí al Berlín Café, de los mismos dueños.

Sofisticado y de aire british, el Dry Cosmopolitan tiene alfombras mullidas para amortiguar la caída después del quinto gin-tonic

Siguiente parada: el Dry Cosmopolitan en el hotel Fénix, hermano del legendario Dry Martini de Barcelona, de Javier de las Muelas. Abrió hace apenas tres años. Sofisticado y de aire british, con alfombras mullidas para amortiguar la caída después del quinto gin-tonic, poco probable entre la clientela tan cool del hotel: americanos con gafas de sol a las dos de la mañana y mexicanas insomnes a las tres. La terraza de verano, abierta a la plaza de Colón, convierte al Dry en una de las pocas coctelerías con espacio al aire libre.

Terraza veraniega del Dry Cosmopolitan, en el hotel Fénix.
Terraza veraniega del Dry Cosmopolitan, en el hotel Fénix.Santi Burgos

Y al 1862 Dry Bar. Seguro que lo habéis visto, ese espejismo luminoso y decadente como un escenario de ópera en plena calle del Pez. Lo abrió Alberto Martínez hace un par de años en un edificio construido en 1862 con la intención de recuperar el cóctel original: nada de frutas, sólo “alcohol, azúcar, agua y bitter”, tal como Jerry Thomas definió el cóctel por primera vez en la historia, en el año, también, de 1862. En la carta: un cóctel para cada hora del día, empezando por el Eyeopener. Hay además una carta secreta por la que hay que preguntar y que se puede disfrutar abajo, en el sótano, o en la planta superior, sentado junto a los ventanales viendo pasar la fauna local.

Una copa de Martini en la barra del 1862 Dry Bar, en la madrileña calle del Pez.
Una copa de Martini en la barra del 1862 Dry Bar, en la madrileña calle del Pez.Santi Burgos

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Harvey’s, de la calle de Fuencarral, en plena zona comercial, sorprende por su decoración años cuarenta, en homenaje al Hollywood de esa época y a la película de la que toma el nombre, en la que James Stewart salía a pimplarse dry martinis con Harvey, su amigo invisible, un conejo de tamaño natural. Harvey’s abrió hace dos años de la mano de Eduardo Gutiérrez, quien ha inventado combinados como el 3 de octubre (mezcal y cardamomo). Sirven también menú, buena idea antes de bajarse un trago: comida cajún como los tomates verdes fritos, en booths de asientos rojos y brillantes.

Kona Lei es uno de los pocos, por no decir el único tiki bar de la capital, que utiliza zumos de frutas frescas y siropes hechos en casa, la de Miguel Ángel Escobedo, el dueño del local, un apasionado de lo tiki, coleccionista de esos vasos locos en forma de tótem que ha ido recogiendo de algunos de los 150 bares hawaianos que poblaban Madrid en los años setenta, decorados por el gran y olvidado Vicente Muñoz. El Kona Lei ocupa el antiguo bar clandestino del apartotel de la calle de Hernán Cortés, aquel antro canalla de los lejanos ochenta. Con lámparas de pez globo y cabezas moái, recuerda la atmósfera de acuario de los locales originales de Donn Beach, en el San Francisco de los años cincuenta. Probad aquí un Mai Tai, o un Zombie mientras suena música surf o tocan los Daytonas, ¡en directo!

Melón con jamón

En O’Clock están reinventando la coctelería, transformando platos típicos en combinados

El O’Clock de la calle de Juan Bravo ahora lo lleva Narciso Bermejo y su equipo. Narciso Bermejo, el eduardiano de camisa almidonada y tirantes, le está dando un buen pellizco en el culo al barrio de Salamanca y ya de paso a toda la ciudad. Esto no se parece a nada aunque suene parecido, por mal citar a Lampedusa: la nueva carta del O’Clock tiene, además de los combinados habituales, cócteles de nuevo cuño como el Rabo de Toro. Aquí están reinventando la coctelería, transformando platos típicos en combinados, conservando la esencia del sabor original con productos de la huerta local. Narciso empezó a los 12 años sirviendo cañas en el bar de sus padres y ahora está aquí, preparándote un cóctel de gazpacho, con pepino, en tu propia mesa, o desecando jamón de jabugo para un melón con jamón entre lámparas de Tiffany y relojes de Victoria & Albert. Un lujo.

JAVIER BELLOSO

Charly’s, situado encima del restaurante La Moraga, fue abierto por Carlos Moreno hace apenas seis meses, después de pasar por el Urban y por el O’Clock. Este mostoleño, que se toma sus buenos cinco minutos en prepararte un Old Fashioned, ayudado de reloj de arena y cucharilla imperial, aún recuerda su primer daiquiri en el Cock, a manos de Diego Cabrera, quien le dijo entonces: “Un camarero tiene que pasar desapercibido. Un barman tiene que hacerse notar”. Y Carlos se hace notar, el Charly’s es de nota: elegante, con música de jazz que no ahoga las conversaciones a la luz del precioso panel de luces al fondo, con los nombres de sus combinados favoritos. A las tres de la madrugada en punto cambia el jazz por esa melodía tan televisiva de Vamos a la cama, para que los rezagados se decidan a retirarse y mañana desayunar con un Bloody Mary antes del primer aperitivo del día y de todos los que vengan después, siempre bienvenidos.

A vuestra salud.

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