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Las mejores vistas de Bogotá

Subida a los miradores de Monserrate y Guadalupe, en los Cerros Orientales, ambos por encima de los 3.000 metros

La ciudad de Bogotá vista desde las montañas.
La ciudad de Bogotá vista desde las montañas.Ángel Toledo Camuñas

Desde casi cualquier punto de Bogotá se alcanza a ver los santuarios de Monserrate y Guadalupek, en lo alto de los Cerros Orientales. El primero de ellos, una capilla blanca en la cima de la montaña, es el emblema de la capital colombiana y se encuentra a 3.120 metros de altitud. La basílica del señor de Monserrate vigila a la ciudad y sirve como punto de encuentro de turistas, peregrinos o deportistas.

Se puede subir al mirador de Monserrate en funicular o en teleférico cualquier día del año. En especial los fines de semana, el cerro se llena de bogotanos que pasean por su mercado artesanal o almuerzan en los restaurantes de la zona. El funicular funciona desde las 7 de la mañana hasta el mediodía y por la tarde se puede optar por el teleférico hasta las 11 de la noche. Para los más deportistas, existe la posibilidad de subir y bajar el cerro a pie por un camino seguro pero empinado. Aunque muchos bogotanos de todas las edades lo recorren como parte de su ejercicio matutino o a modo de peregrinación, el turista inexperto y poco acostumbrado a la altura tendrá que concienciarse de los 1.500 escalones que le separan de la cima.

En la cima de otra montaña, unos kilómetros más al sur, se encuentra el mirador de Guadalupe. Aunque menos visitado, los que se animan a subir a sus 3.300 metros aseguran que las vistas son mejores que las del cerro Monserrate. En lo alto una figura de 15 metros de la Virgen de Guadalupe parece proteger la ciudad, aunque si no se tiene vehículo propio conviene esperar al domingo para subir en transporte público o coger un taxi porque caminar por la zona puede ser poco seguro.

Cuentan los bogotanos que cuando los españoles llegaron a la actual capital colombiana regalaron una figurita de la Virgen a los entonces pobladores de la región informándoles de que era un objeto sagrado. Los nativos, en un acto de respeto, colocaron la figurilla junto a lo que para ellos había sido siempre sagrado: la Tierra. La Virgen fue enterrada en lo alto del cerro y en honor a este acto se erigió en el mismo lugar la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe en 1656.

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