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El capricho del rey hundió el navío

Sí, desde los cerros de Södermalm se domina buena parte de las islas que forman la ciudad de Estocolmo; pero no sólo de paisajes, de cerveza y de albóndigas suecas vive el turista. De ahí que sea un placer obligado para quien visita esta ciudad báltica el acercarse a alguno de sus museos. Variedad no falta.

En Gamla Stan se encuentra el Palacio Real (Slottsbacken, 1; www.royalcourt.se; 9 euros), y en él se halla la colección de estatuaria clásica que compró Gustavo III durante su estancia en Roma (1783-1784). Este rey polémico y voluble murió asesinado en 1792 durante un baile de disfraces, sirviendo de inspiración a Giuseppe Verdi para la ópera Un ballo in Maschera. Merece la pena visitar los sótanos -hay un aula para niños, como en casi todos los museos de la ciudad- donde se exhibe una importante colección de armaduras, armas, coronas, vestiduras y carruajes.

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Enfrente del palacio se encuentra el Museo Nacional (www.nationalmuseum.se; Södra Blasieholmshamnen; 9 euros), que además de acoger una famosa colección de pintura escandinava guarda en su interior algunos lienzos y tablas de grandes maestros flamencos y alemanes. Son memorables la Lucrecia y el Retrato de Martín Lutero de Lucas Cranach, un pequeño cuadro titulado El estudiante de dibujo, del francés Chardin, y un bodegón con cerezas de Osias Beert. Sin embargo, de entre todos los cuadros hay uno que destaca por su aura: el pequeño autorretrato sobre cobre que Rembrant pintó en 1630. En 2000 unos asaltantes se lo llevaron del museo a mano armada. Fue uno de los golpes más espectaculares de la historia criminal de Suecia: huyeron en una lancha rápida y despistaron a la policía incendiando varios coches. En 2005 el cuadro se recuperó en un hotel de Copenhague cuando los ladrones estaban mostrándolo a posibles compradores.

El más famoso de los museos estocolmeses y el que mayor número de visitas recibe al año en toda Escandinavia es el dedicado al Vasa (www.vasamuseet.se; Galärvarvsvägen, 14; 8,50 euros), el navío de guerra que mandó construir el rey Gustavo II Adolfo. Según los ingenieros navales se trata del clásico ejemplo de cómo puede malograrse un proyecto haciendo caso al cliente. En un primer momento el rey había encargado un barco con dos cubiertas de cañones, pero cuando las obras ya estaban avanzadas decidió que se añadiese un tercer puente al navío. Los ingenieros no tuvieron otra alternativa que aceptar esta imposición y el día en que se fletó el Vasa, un domingo de agosto de 1628, presenciaron atónitos su primera y última singladura. Apenas había recorrido una milla náutica cuando comenzó a escorarse y se hundió.

El barco, sin embargo, se conservó relativamente bien en las aguas poco salinas de la bahía y se reflotó en abril de 1961. Habían pasado 333 años. Tras un largo periodo de restauración, en 1990 se instaló dentro del museo. Casi veinte años después y a juzgar por las cifras, los suecos han demostrado que con algo de empeño y de dinero se puede convertir lo que fue una zozobra monumental en un exitoso reflotamiento. Hoy en día el Vasa es el único navío del siglo XVII que se conserva tal cual se hizo.

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