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Reportaje:24 HORAS EN... NUEVA ORLEANS

Madrugadas de jazz y vudú

Tranvías que inspiraron a Tennessee Williams, las huellas de España y Francia, el viejo Misisipi... La ciudad se entrega a sus calles para olvidar el desastre del Katrina. Y sus noches siguen siendo míticas

La mala vida sigue a la vera del Misisipi. Hay música, sexo y perdición después del Katrina. El huracán que rompió los diques de Nueva Orleans no ha doblegado su espíritu. Tarambana, canalla, pendenciera... The Big Easy, como la llaman, está viva y coleando, aunque la destrucción aún es visible en barrios de las afueras. La norma es dejarse llevar por el ritmo impulsivo de la urbe. Por su música. Aquí nadie rinde cuentas a nadie y cada cual se libera de sus prejuicios. Pero todo tiene un proceso.

10.00

Europa en la otra orilla

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El aeropuerto de Louis Armstrong (¿se les ocurre un nombre más evocador?) está cerca del centro. Para ahorrar, lo mejor es tomar allí mismo el autobús E-2 operado por Jefferson Transit (www.jeffersontransit.org. Billete, 1,15 euros) y bajarse en Tulane Avenue, paralela a Canal Street (1). Esta última es la columna vertebral de la ciudad, una recta y aristocrática avenida del siglo XIX, con más rasgos europeos que americanos. Vale la pena recorrerla, para admirar sus edificios de cuatro y cinco plantas, con reminiscencias francesas. Nadie diría que esto es Estados Unidos. En parte también porque es una de las pocas ciudades del país en las que olvidarse del coche.

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Un refinado 'Far West'

La inmersión continúa por el barrio francés y sus casas coloridas. De la elegancia comedida se pasa a la jarana de Bourbon Street (2). Siempre hay animación. Los visitantes, con sus cámaras a cuestas, ven este templo de la degradación (la noche dictará su sentencia) como un parque temático. Sí, Bourbon, (Borbón, en castellano), porque la ciudad fue fundada por colonos franceses en 1718 en terrenos de la Corona española. Luego la pretendieron ambos países y pasó de mano en mano hasta que Francia vendió Luisiana a Estados Unidos en 1803. Las casas de su cuadriculado barrio francés son raras: podrían ser las de cualquier película del Lejano Oeste, pero cuentan con el refinamiento de sus balconadas de hierro.

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No valen los agobios. Nueva Orleans se toma las cosas con calma. La idea es admirar sus fachadas y grabarlas en el recuerdo. A muchos divertirá el que varias de sus calles conserven rótulos con sus antiguos nombres españoles, donde se dice, en castellano, aquello de: "Cuando Nueva Orleans era la capital de la provincia española de Luisiana...". Si torcemos por St. Peter Street sin dejar de mirar sus ilustres puertas, nos encontraremos con Jackson Square (3), donde se ubica el Cabildo y la majestuosa catedral de St. Louis, ambos construidos durante la era española. El templo data de la primera mitad del siglo XVIII, aunque de tan blanca bien podría ser una fortaleza de Disney. Detrás espera una animada plaza con jardines y tipos bohemios que venden cuadros o bailan al estilo Nueva Orleans, esto es, con unas chapas de lata en los zapatos y haciendo mucho ruido. Un momento, ¿y ese olor? Son los beignets, los buñuelos dulcísimos de ascendencia francesa que nos llaman desde el concurrido Café du Monde (4) (Decatour Street, 800).

La herencia española

En el centro están el Acme Oyster Bar (Iberville Street, 724) y Bayona (5) (Dauphine Street, 430). La comida es la típica del Estado de Luisiana. En Nueva Orleans tendrá que olvidar las hamburguesas de cuatro pisos. Sus ciudadanos se enorgullecen de su tradición cajún, procedente de los franceses que fueron expulsados de Canadá en el siglo XVIII. Aquí lo más es el pescado y el marisco. Otro prejuicio menos. No se vuelva loco pidiendo porque los platos suelen ser muy abundantes. Lo esencial: jambalaya (especie de paella con pollo, jamón, langostinos, almejas y mucha pimienta) y gumbo (arroz caldoso con mezcla de carne y crustáceos).

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Arroces al estilo 'cajún

Hora de subir en un tranvía rojo para volver a Canal Street. Puede que Tennessee Williams se inspirara en un vagón como éste para escribir en 1947 su drama teatral Un tranvía llamado Deseo, ambientada en la ciudad. Lo ideal es ir en dirección al cruce de Carrollton y Claiborne Avenue (6). Uno empezará a ver parques, deliciosas casitas de madera, enormes mansiones, árboles coloniales, niñas vendiendo limonada a la puerta de casa, calles con nombres españoles (Cádiz, un ejemplo). Y también dará con las históricas universidades de Tulane y Loyola, que son como dos grandes fortalezas de ladrillo. El recorrido, ida y vuelta, dura una hora.

Pasear en tranvía

Ahora toca navegar el río Misisipi, inmortalizado por la música -de Johnny Cash al musical de Broadway Show boat- y la literatura -de Twain a Faulkner-, pese a que la travesía en Nueva Orleans resulte en la actualidad mucho menos romántica. Allí, junto a la plaza de España (actualmente con ese nombre en castellano) está la Estación del Ferry (7), que nos llevará gratis a la otra orilla. El paseo depara vistas del puente de hierro y el discreto downtown, con cuatro o cinco rascacielos.

16.30

De unas aguas a otras. El Acuario (8) (Canal Street, 1. De martes a domingo, de 10.00 a 17.00. www.auduboninstitute.org. Entrada, 12,50 euros) está junto al río. Pasear bajo tiburones, rayas y corales de diferentes ecosistemas es un buen plan, sobre todo si se va con niños. De ahí, al parque Louis Armstrong y al enorme lago Pontchartrain (9), con una parada intermedia: un perrito caliente en cualquier puesto ambulante en mitad de la calle. Para sentirnos por un momento en Estados Unidos. Por cierto, ¿por qué se repite tantas veces la palabra vudú en los comercios? Los esclavos negros trajeron sus ritos y hoy la ciudad esconde tiendas donde comprar muñecos, libros o aceites purificadores. Una de ellas es Reverend Zombie's House of Voodoo (10) (St. Peter Street, 723), cuyos altares dan bastante miedo.

Cruzando el río

¿Y esos gritos? Vienen de la calle, aunque hoy no es Mardi Grass, la jornada carnavalesca que se celebra el día antes del miércoles de ceniza y en el que las mujeres compiten por ver quién acumula más collares de los que se arrojan desde las carrozas. Para conseguir uno, la tradición dice que hay que enseñar el pecho.

17.30

La noche ofrece bares para todos los gustos; de jazz y blues como Fritzel's (Bourbon Street, 733), con sus sonidos sedantes. Para bailar, Pat O'Brien's (Bourbon Street, 624), muy concurrido y con música atronadora. No hay que dejar de pedir su famoso Hurricane (ron, granadina y varios zumos) o la cerveza local Albita. Las luces de neón duelen a la vista, los gritos que salen de los karaokes desafían al oído, los coches tocan el claxon sin parar, la gente bebe por la calle, chilla, corre... Nueva Orleans se desmadra.

Naturaleza y magias varias

Más propuestas e información en la guía de Estados Unidos

Mezcla de antepasados coloniales y fusión musical en Nueva Orleans facilitaron el caldo de cultivo para el nacimiento del jazzVídeo: CANAL VIAJAR

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