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Reportaje:PROPUESTAS

No me sigas, estoy perdido

Un sinuoso viaje por la historia y la geografía de los laberintos

Isidoro Merino

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. ¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió".

El cuento de Borges La casa de Asterión, con su melancólico y manso minotauro, habla de laberintos y casas con infinitas puertas. Pasatiempos vegetales de aristócratas holgazanes, enigmáticos símbolos en los muros de las catedrales, planos para guiar a los muertos en su viaje al inframundo, dédalos infantiles como el de Alicia en Disneyland París, o formados con espejos, como el de la colina Petrin de Praga o el que Orson Welles concibió para matar a Rita Hayworth en La dama de Shanghai...

El hilo de Ariadna

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En las puertas del laberinto

El laberinto diseñado por Dédalo, donde el reseñado por Dédalo, donde el rey Minos encerró al Minotauro, ha atrapado durante milenios la imaginación. Jardines palaciegos y construcciones diseñadas para perderse invitan a repetir la búsqueda que hizo Teseo a través de corredores, glorietas idénticas y callejones sin salida. Un libro recién publicado, del arqueólogo Marcos Méndez Filesi, sirve de hilo de Ariadna (el que indicó la salida a Teseo) para no perderse por los mejores laberintos del planeta. Minos, el mítico rey de Creta, gobernó la isla desde el palacio de Knossos. Su esposa, Parsifae, le fue infiel con un toro; fruto de ese amor taurino fue Asterión, el Minotauro, criatura de cuerpo humano y testa de miura.

Atendiendo al tipo de recorrido, el autor del libro distingue dos tipos: los clásicos, con una única vía sin encrucijadas que es necesario recorrer en su totalidad para llegar al centro, y los mazes o perdederos, con múltiples caminos alternativos que pueden conducir al exterior o a un callejón sin salida.

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A la primera categoría pertenecen la mayoría de laberintos que decoran los templos medievales, como los de las catedrales francesas de Chartres, Poitiers y Amiens. Un diseño a base de círculos concéntricos a partir de dos ejes en forma de cruz conocido en Italia como Nudo de Salomón. Formas similares aparecen en petroglifos prehistóricos como el de Mogor (Pontevedra), en algunas monedas griegas y romanas del periodo clásico encontradas en Creta, y en los turf mazes (laberintos de hierba) ingleses, como el de Alkborough, uno de los más antiguos de Inglaterra, de 13 metros de diámetro, o el de Hilton, cerca de la ciudad de Cambridge.

Arte de podadores

Con el desarrollo del ars topiaria, el arte de podar las plantas, y favorecidos por el gusto por todo lo que olía a mitología, los jardines de setos se propagaron por Europa durante el Renacimiento. Una moda que pervivió en los siguientes tres siglos, que tomaron como modelo los de jardines italianos como Villa d'Este, en Tívoli; Boboli, en Florencia; el palacio Giusti, en Verona; Barbarigo de Valsanzibio, cerca de Padua, o Bomarzo, en el Lacio.

El laberinto vegetal más antiguo documentado en España es el que mandó levantar Carlos V en el Real Alcázar de Sevilla (sustituido en 1910 por el actual), aunque el esplendor de los dédalos llegó en el siglo XVIII de la mano de los Borbones. Uno de los más bonitos es el de los jardines de La Granja (Segovia). Concebido para el juego galante, fue diseñado en 1713 por Dezallier D'Argenville a base de setos de haya y carpe que dibujan una espiral central flanqueada por dos grupos de calles que doblan en ángulos rectos.

Los otros laberintos

Aunque no aparece en el libro de Méndez Filesi, también cabría hacer una referencia, por su rareza, al bhulbhulayah (laberinto) del Bara Imambara, un palacio construido por el gobernador de Lucknoww (Utar Pradesh, India) en 1784. En él, 489 corredores idénticos situados a diferentes alturas conforman un complejo laberinto tridimensional. Imprescindible ir con un guía para no perderse.

Menos tangibles, también existen laberintos matemáticos, como el teorema de Fermat y el fractal de Mandelbrot. O la sucesión de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21...), que guarda el secreto de la forma de las caracolas, la belleza de las Madonnas de Leonardo y las proporciones del Partenón. También los hay genéticos: la doble hélice de ADN (ácido desoxirribonucleico), que determina el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos de la Tierra.

El viaje iniciático

Hasta el inocente juego de la Oca, con sus saltos de oca a oca y de puente a puente, su cárcel, su posada y casilla de la muerte, esconde un laberinto: el mapa en espiral de un viaje iniciático que algunos asocian al camino de Santiago. Como apunta el rumano Mircea Eliade a propósito de Ulises y su viaje de regreso a Ítaca, "al igual que en el laberinto, en toda peregrinación se corre el riesgo de perderse. Si se logra salir del laberinto, volver al hogar, se es ya un ser distinto".

Claro que también es posible perderse en una ciudad desconocida (o en la propia), en un hotel, en el aeropuerto o en el metro. Según Borges, "basta una dosis tímida de alcohol -o de distracción- para que cualquier edificio provisto de escaleras y corredores resulte un laberinto". Para Borges, el laberinto ideal es el psicológico, donde se produce el extravío por una falsa percepción de la realidad, o un lugar despejado (un desierto).

» El laberinto. Historia y mito.

Alba Editorial, 2009. 16 euros.

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Sobre la firma

Isidoro Merino
Redactor del diario EL PAÍS especializado en viajes y turismo. Ha desarrollado casi toda su carrera en el suplemento El Viajero. Antes colaboró como fotógrafo y redactor en Tentaciones, Diario 16, Cambio 16 y diversas revistas de viaje. Autor del libro Mil maneras estúpidas de morir por culpa de un animal (Planeta) y del blog El viajero astuto.

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