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MI AVENTURA | PROPUESTAS
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El fantasma de Marx en Chemnitz

EL SOLO CAMBIO de denominación de la ciudad me llamó en busca de un poco de historia moderna. De Chemnitz a Karl-Marx-Stadt en 1953, y de nuevo a Chemnitz en 1990. No muy orientado, salgo del edificio de la estación. Ante mis ojos, el hotel Carola, grandiosamente en ruinas. Un vívido memorial de las penurias de la RDA que perdura con orgullo en el tiempo. No hay duda de que otrora fue lujoso. Recorro amplias avenidas, demasiado vastas para tamaña soledad. Una enorme cabeza de bronce recuerda dónde estamos, mientras una fachada políglota implora a los proletarios del mundo.

Cruzar la avenida de los Puentes es cruzar el tiempo. Así, frente a Marx, un desafiante bloque de cristal ofrece 27 plantas de habitaciones bajo la imponente seña Mercure. Unas manzanas más allá, el centro neurálgico de la ciudad lo preside, no el ennegrecido y elegante Ayuntamiento, sino un (cómo no, descomunal) centro comercial Kaufhof: cinco plantas de escaleras mecánicas, lunas transparentes y gigantismo capitalista.

Regreso a la estación, en el gueto, a este lado del muro de la avenida de los Puentes. Camino por el andén, bajo una interminable marquesina eiffeliana, anaranjada por el óxido y el ocaso. Los hierbajos se apropian del suelo agrietado. Alzo la vista. Más allá de las últimas vías, sobre el relieve de cemento, ladrillo, cableado y hierro, humea una de esas chimeneas kilométricas -la única en uso, curiosamente, que he visto en todo el país-, haciendo de antorcha de llama eterna de aquella doctrina que no podía fallar.

Amenaza con llover y es hora de partir. Embaucado décadas atrás, me resigno a volver en mí. Giro sobre mi planta y doy con dos hombres que, armados de sus equipos fotográficos, aguardan, a mi altura, en el extremo de sendos andenes. Aún por sorprender, permanezco en silencio, expectante, como un cumpleañero que se huele su regalo. Surge de la nada un sordo zumbido rítmico. Y, de súbito, inesperadamente cerca, una clásica cocodrilo de color caqui arrastra orgullosa, triunfal, una interminable cola de vagones de los DR, los ferrocarriles de la era nazi y de la guerra fría, repletos de manos de nostálgicos entusiastas agitándose por las ventanillas.

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