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Reportaje:FUERA DE RUTA

Al encuentro del tiburón vegetariano

Inmersión en aguas del Pacífico frente a la isla de Darwin, en Galápagos

Sumergido a unos 20 metros de profundidad e ingrávido en el azul oscuro del océano Pacífico, a unos 1.300 kilómetros del continente más cercano, el buzo siente la hostilidad de un mundo en el que se encuentra indefenso. Los acantilados de la isla de Darwin quedan a unos cien metros, pero no puede verlos porque la turbidez de estas aguas, las fuertes corrientes y la cantidad de plancton que se acumula durante esta temporada convierten el mar en una sopa oscura y agitada que acrecienta la sensación de debilidad. Además, lo que busca sólo puede ser visto aquí, en mitad de esta nada azulada, lejos de la costa.

De repente, una masa oscura que cubre casi todo el campo de visión empieza a definirse en las profundidades. Es como si, de forma súbita, la negritud del mar se moviese y fuese directo hacia él. Poco a poco, la masa amorfa toma cuerpo y ante sus ojos aparece una boca gigantesca, unas aletas gigantescas, una cola tan alta como una casa; un monstruo verdoso con pintas blancas y forma de ballena que avanza impasible hacia él, sin importarle arrollar en su cansina navegación a ese minúsculo objeto negro que se interpone en su camino. La adrenalina del buceador se dispara y su consumo de aire se multiplica. Acaba de tener el encuentro soñado, el nirvana de cualquier amante del buceo y de la naturaleza submarina. Acaba de cruzarse con un tiburón ballena, el pez más grande de la Tierra.

Enorme zoo darwiniano

A menudo, el viajero imagina las islas Galápagos como ese enorme zoo natural a cielo abierto que vio Darwin en 1835 en su viaje a bordo de la Beagle, lleno de iguanas, tortugas gigantes, lobos de mar y todo tipo de animales endémicos que sestean al calor de los paisajes volcánicos. Lo que pocos saben es que, bajo la línea de superficie, la vida salvaje es aún más rica y variada si cabe. Los fondos marinos de Galápagos se encuentran entre los más intactos y más abundantes en fauna marina del planeta. Una riqueza biológica que aumenta durante la temporada seca, desde finales de agosto hasta mediados de noviembre, cuando, gracias al plancton aportado por las tres grandes corrientes que aquí confluyen (Humboldt, Panamá y Cromwell), las islas Galápagos se convierten en una gigantesca sopa de plancton que atrae hasta este archipiélago volcánico del Pacífico, situado a 1.000 kilómetros de las costas de Ecuador, a los grandes viajeros del océano, mamíferos marinos y peces pelágicos que llegan atraídos por la abundancia de comida. De todos ellos, el tiburón ballena es el rey.

Poco o casi nada se conoce de este monstruo apacible, que puede llegar a alcanzar 18 metros de largo y 20 toneladas de peso, y que no fue identificado hasta 1828. Se sabe que pertenece a la familia de los tiburones, que por su enorme tamaño no puede atacar a otros peces y por eso se alimenta de plancton y pequeños crustáceos, y, quizá el dato más importante, que es inofensivo y no ataca al ser humano. Pero dónde vive, cómo y dónde se aparea, qué rutas migratorias sigue y qué longevidad alcanza -se supone que supera ampliamente los cien años- siguen siendo un misterio. Los pocos conocimientos que de él tenemos se deben a su costumbre de subir a superficie en determinados lugares de océanos cálidos y en fechas muy concretas atraído por la acumulación de nutrientes.

La presencia del coloso

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Uno de estos lugares es la isla de Darwin, la más pequeña y alejada de las Galápagos, quizá el lugar del planeta Tierra donde existan mayores probabilidades de encuentros con estos colosos del mar, siempre que el intento coincida con la temporada seca. Durante varias semanas de ese periodo, los tiburones ballena navegan sin parar en torno a la isla, siempre a contracorriente, abriendo y cerrando la enorme boca, dejando que toneladas de agua cargadas de alimento se filtren por sus branquias y llenen su estómago.

Por desgracia, no es fácil llegar a Darwin. La isla es tan sólo una punta rocosa formada por restos de un antiguo volcán que emerge a 300 kilómetros al noroeste del resto del archipiélago, a unas 26 horas de navegación desde la capital de Galápagos, Puerto Ayora. Además, una vez allí hay que hacer vida a bordo, aunque el mar se mueva como una batidora, porque el descenso a tierra está prohibido para evitar que la contaminación humana aporte nuevas especies y destruya este hábitat inmaculado desde hace millones de años. Aunque estuviese permitido el desembarco, el viajero se preguntará por dónde; no hay rada ni bahía alguna en la isla de Darwin, sólo enormes acantilados de cenizas volcánicas sumidos en el griterío perenne de miles de aves marinas (petreles, piqueros, fragatas...) que anidan en este paraíso terrenal.

La foto más famosa de Darwin es el Arco, un islote cercano a la isla principal y formado por cenizas volcánicas donde la erosión del mar y el viento modelaron un arco de roca solitario y desafiante ante los embates diarios del Pacífico. Es aquí, en las proximidades del Arco de Darwin, donde se localiza la mejor inmersión del mundo para ver el tiburón ballena. Un buceo además sin demasiadas complicaciones, ya que el buzo sólo puede sumergirse en el azul, a sotavento de la isla, y esperar. Dejar pasar allí los minutos, con la confianza de que el monstruo apacible llegue antes de que se agote su reserva de aire comprimido. Así, una y otra inmersión, hasta que la suerte acompañe. Pero la espera no es baladí. Mientras se aguarda a que de las profundidades surja la mole cadenciosa del tiburón ballena, cientos de otros escualos mucho más peligrosos merodean en las proximidades. Grandes bancos de tiburones martillo, amenazantes tiburones seda y tiburones de Galápagos, de nariz afilada y ojos asesinos, comparten el agua y se acercan a curiosear en torno a los submarinistas. La estadística dice que nunca han atacado a los buzos y la superabundancia de comida les desmotiva para arremeter contra un objetivo extraño y de formas raras. Pero intimidan.

Además, durante la inmersión será fácil ver grandes tortugas verdes, grupos de delfines nariz de botella, cardúmenes de barracudas y jacks, algún tiburón de puntas blancas, lobos de mar, rayas, águilas de mar... Un festín para los amantes de la naturaleza que convierte la inmersión en Darwin en una especie de buceo en Parque Jurásico.

Un buceador nada junto a un gigantesco ejemplar de tiburón ballena, de unos 15 metros de largo, en las aguas de la isla de Darwin, en Galápagos.
Un buceador nada junto a un gigantesco ejemplar de tiburón ballena, de unos 15 metros de largo, en las aguas de la isla de Darwin, en Galápagos.LOUIE PSIHOYOS

GUÍA PRÁCTICA

Datos prácticos

- Sólo cinco entre la docena de islas del archipiélago ecuatoriano de las Galápagos (prefijo telefónico 00 5935) se encuentran habitadas por unas 17.000 personas.

La más interesante para el turismo es Santa Cruz, donde se halla la capital, Puerto Ayora.

- Darwin es un diminuto islote en la parte septentrional de las Galápagos. Fue visitado por primera vez en 1964. Actualmente la frecuentan sólo los buceadores.

Cómo ir

-Catai Tours (www.catai.es) organiza viajes de 10 días, con vuelos, alojamiento y cruceros por las islas, por unos 2.155 euros. Incluye visitas a Guayaquil y Quito, en Ecuador.

- Otra opción más barata es tomar un carguero desde Guayaquil por unos 150 euros. Cubren el trayecto a las islas en unos tres días. Las condiciones, lejos de ser lujosas, resultan tolerables.

- El centro de buceo murciano Planeta Azul (968 56 45 32) organiza viajes de 10 días que incluyen cuatro inmersiones diarias en las islas Wolf y Darwin. Se requiere cierta experiencia de buceo, titulación y seguro en vigor. El próximo viaje está previsto para septiembre de 2006. Unos 3.780 euros.

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