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Reportaje:FUERA DE RUTA

Madagascar, la isla en superlativo

Biodiversidad, lémures y baobabs en aguas del océano Índico

Paco Nadal

Antes la llamaban la isla verde, pero ahora es más bien la isla roja por la costumbre de la gente de quemar con fuego la selva para hacer terrenos de cultivo". Zakamisy, guía turístico y experto en naturaleza, muestra a los visitantes un trozo de tierra rojiza salpicada de matas ralas y resecas a la subida de la montaña de los Franceses, la colina que domina la hermosa bahía de Diego Suárez, al norte del país. Pero no es necesario que Zak lo muestre. El mismo viajero, por muy despistado que sea, se percata de los kilómetros y kilómetros de colinas desnudas, devastadas. La noche anterior, mientras el avión cubría el trayecto entre Antananarivo, la capital del país, y Diego Suárez, la ciudad más importante del norte, era posible distinguir desde la ventanilla enormes lenguas de fuego incontrolado que abrían nuevas heridas a la cansada piel de esta isla continente.

Y a pesar de eso, Madagascar sigue asombrando por su rica vida natural. Por su condición de laboratorio viviente lleno de endemismos, rarezas y especies sorprendentes, como los lémures o el árbol pulpo. Los números acogotan: unas 200.000 especies vivas, de ellas más de 8.000 endémicas; la cuarta parte de las especies de flora de toda África, más de la mitad de las especies conocidas de camaleones y la totalidad de lémures que quedan en la Tierra. Si esto es así tras 2.000 años de colonización humana y una de las políticas más devastadoras con el medio ambiente de toda África, ¿qué riqueza natural tuvo que albergar la isla antes de que los primeros pobladores llegaran a sus costas en canoas procedentes de Malaisia e Indonesia?

Madagascar es un escenario enorme, tan grande como la península Ibérica y difícil de abarcar en un solo viaje. Sólo la esquina norte de la isla ofrece puntos de interés para varias estancias, siempre con Diego Suárez como punto de partida de cualquier ruta en este extremo septentrional. Oficialmente, la ciudad se llama Antsiranana, pero sus pobladores siguen llamándola Diego, a secas, la ciudad de casas coloniales francesas -mohosas, decrépitas y sin una sola mano de pintura desde la independencia del país-, al pie de una de las bahías más hermosas del mundo, en la que recalaron y se refugiaron desde los primeros colonizadores portugueses hasta piratas de todo pelaje, incluido un tal Misson que junto a su banda fundó en estas aguas seguras una república libre, utópica, sin leyes ni castigos, sin esclavitud ni racismo, a la que llamaron Libertalia y que, como era de esperar, naufragó en sus propias contradicciones.

Playa y naturaleza

La costa que rodea Diego es torcida y rocosa. Batida además por un constante viento racheado, sobre todo de junio a septiembre, cuando llegan las tormentas del Índico, lo que por otra parte alivia el calor insoportable del resto del año. Por eso, si lo que se buscan son playas paradisíacas, es mejor ir hasta Nosy Bé, la isla más grande de la costa occidental y también la más poblada. Algunas guías alertan contra Nosy Bé por ser la zona "más turística del país". Pero ¿qué saturación turística puede haber en una nación de 500.000 kilómetros cuadrados que recibe apenas 200.000 visitantes al año? Es cierto que Nosy Bé tiene una infraestructura hotelera aceptable en comparación con otras nosy (término que en malgache significa isla), y que hay más tiendas de recuerdos y artesanía malgache de dudoso gusto que en otros lugares. Pero de ahí a que los turistas no dejen ver la playa va un abismo.

Bé fue refugio antiguo de navegantes árabes y comerciantes indios, y más tarde, un importante asentamiento francés, periodo que legó todos los bellos y arruinados edificios coloniales que salpican el centro de Hell Ville, la capital de la isla, como fantasmas de ultratumba. El pulso de la isla se vive en la plaza del mercado de Hell Ville durante el día, cuando un trasiego de taxis, coches, mercaderes y mujeres ataviadas con coloridas telas y siempre con fardos a la cabeza, toman al asalto las calles. De noche, la vida se traslada a Ambatoloaka, la aldea costera donde están los restaurantes, bares de música y discotecas más concurridas.

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El norte de Madagascar es también un buen lugar para visitar algunos de los santuarios de biodiversidad que la ley de parques nacionales de 1954 ayudó a crear. El primero fundado tras la promulgación de la ley fue el de la Montaña de Ámbar, a apenas 35 kilómetros de endiablada carretera desde Diego Suárez. Se trata de una reliquia del bosque pluvial, como los que frecuentó Gerard Durrell en busca del aye-aye, el minúsculo y escurridizo lémur. La Montaña de Ámbar es un macizo volcánico de unos 1.500 metros de altitud, cubierto por un manto verde y continuo que incluye docenas de especies vegetales endémicas, entre ellas el Canarions madagascarensis, un enorme rascacielos vegetal, parecido a la ceiba africana, que con sus 40 metros de altura sobresale por encima de la copa de los demás árboles. Bajo él, un laberinto de lianas y troncos comidos por las gotas de agua y las plantas parásitas cubre un universo de lagos volcánicos de aguas de jade, ríos de lenguas marrones y cascadas de enorme belleza, alguna de las cuales está considerada tromba (altar sagrado que hace de puente de enlace entre los vivos y los muertos) por los malgaches. Hay trombas por todo el país representados por un baobab, una roca, un bosque o cualquier accidente geográfico, lugares mágicos de gran veneración para un pueblo al que las religiones monoteístas no han logrado arrancar el animismo, los ritos de comunicación con el más allá, el sincretismo y la astrología.

Piedras puntiagudas

Desde la Montaña de Ámbar, una pista de tierra destrozada cada año un poquito más por cada estación de lluvias lleva a la reserva natural del Ankarana, acaso el más salvaje y torticero espacio natural protegido de Madagascar. Ankarana, que en malgache significa "el lugar de las piedras puntiagudas", es una cordillera formada por el plegamiento de un macizo calcáreo y roturada hasta la saciedad por la erosión de las lluvias tropicales, donde todo es salvaje, hasta la forma de acercarse, pues la ausencia de hoteles en kilómetros a la redonda obliga a los pocos visitantes que se adentran en él a pernoctar en campamentos -uno de ellos allanado por una expedición científica británica- en los que no hay agua ni comodidad alguna, pero sí escorpiones y serpientes. A quienes superen estos pequeños inconvenientes les espera un territorio único en el mundo, atravesado de un extremo a otro por kilómetros de cuevas y simas, donde el paseo igual se ve interrumpido por un gigantesco cañón de centenares de metros de profundidad que por un tsingy, ciudad gótica de agujas de piedra tallada por la erosión del agua. Los tsingys son gigantescos lapiaces (planicies de roca caliza) donde un fenómeno conocido como carstificación excava pequeñas oquedades, grietas, simas y puntas de flecha. Sólo que aquí, en esta isla continente donde todo es superlativo, esa erosión ha creado inmensas llanuras de agujas de varios metros de altura imposibles de atravesar a pie o con cualquier otro medio de locomoción.

Pero no son los tsingys, ni los escorpiones, ni la bahía de Diego Suárez ni las playas de postal de Nosy Bé el emblema más característico de Madagascar. Si hubiera que buscar un logotipo para definir la esencia de la isla grande del Índico, ése sería la silueta de un lémur, un protosimio con aspecto mitad ardilla mitad gato que sólo ha sobrevivido en Madagascar. Hay más de 35 especies diferentes, todas arborícolas y herbívoras. Cómo llegaron hasta aquí y por qué sobrevivieron sólo en Madagascar es un misterio. Impresiona verlos evolucionar entre las ramas del bosque pluvial, con sus enormes y saltones ojos y sus dedos prensiles.

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos- La mejor época: Madagascar está en el hemisferio sur, y por tanto tiene estaciones inversas a las nuestras, pero la cercanía del Ecuador le confiere un clima casi tropical durante todo el año. La mejor época para visitar el norte es la estación seca, de abril a septiembre, cuando las temperaturas son más frescas. En las Tierras Altas que rodean la capital hace frío como para llevar un buen jersey.- Documentación y vacunas: pasaporte en vigor. El visado lo expiden a la entrada en el aeropuerto de Antananarivo. Es recomendable vacunarse contra la fiebre amarilla, y profilaxis contra la malaria si se viaja en época de lluvias o se piensa estar tiempo en zonas boscosas o rurales.Cómo ir- Air France (901 11 22 66) y Air Madagascar (www.air-mad.com) vuelan vía París. El vuelo desde España cuesta unos 1.270 euros.- Orixá (934 87 00 22 y 915 50 01 86) y Bidón 5 (915 47 60 75) ofrecen viajes a medida: 19 días, con vuelos, traslados y alojamiento, desde 2.529 euros.Información- Maison du Turisme de Madagascar (www.madagascar-tourisme.com).- http://ikuska.com/Africa/Paises/Madagascar.htm.

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