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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

Descalzos en la tierra roja

Isidoro Merino

FUE ABRIR los ojos, y otro paisaje diferente, Puerto Iguazú (Argentina), ciudad roja, casas rojas o manchadas de rojo, personas de piel rojiza con pies salpicados de barro rojo, perros con el pelo tiznado de rojo, amanecer rojo, calles oxidadas por el tiempo.

"Ahguyevete" (hola, buen día), mostrando las palmas de las manos, fue lo primero que aprendimos en el poblado M'Bororé de etnia guaraní (del color de la tierra). Nos dirigimos a la selva, cruzamos el arroyo M'Boca-i por un puente construido por los indígenas. Aguas arriba, cerca de la escuela bilingüe (guaraní-español), existe una poza para que se bañen los niños después de las clases o en los recreos. El agua es roja y muy fría. La vereda del río está llena de árboles verdes. Los niños juegan a dos juegos: bodoque (se tiran bolas de barro: quien más se ensucia pierde) y yacaré (se zambullen rebozados en barro en el río: quien salga más limpio gana).

Hicimos el camino descalzos, ellos creen que por los pies se absorben los anticuerpos que ofrece la Madre Tierra. Disfrutamos el suave tacto de los pies desnudos en esa clase de barrillo rojizo, resbaladizo, fresquito, tonificante y relajante a la vez. Al final del camino llegamos a un templo sagrado (Oga-Guazú), donde todas las mujeres embarazadas dan a luz.

Los guaraníes aprenden todo de los ancianos (los más respetados, los más queridos, los más sabios... ¿qué pasó en nuestra sociedad?). Son los que definen sus destinos. Hay pescadores, recolectores, cazadores... El sol le ofrece al guaraní voluntad para hacer su trabajo en la comunidad.

Para cazar o hacer uso de algo que da la naturaleza hay que pedirle permiso a Yatmandú. Los helechos y árboles grandes son la vida de los ancestros, y los pequeños, los de los niños. Los guaraníes sienten que nacen y viven para defender el bosque, al menos 7.000 hectáreas por poblado.

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Sobre la firma

Isidoro Merino
Redactor del diario EL PAÍS especializado en viajes y turismo. Ha desarrollado casi toda su carrera en el suplemento El Viajero. Antes colaboró como fotógrafo y redactor en Tentaciones, Diario 16, Cambio 16 y diversas revistas de viaje. Autor del libro Mil maneras estúpidas de morir por culpa de un animal (Planeta) y del blog El viajero astuto.

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