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Reportaje:VACACIONES EN ROMA 'CON LA MIA MAMMA'

Callejeo seductor en el Trastevere

De la plaza de Santa María al mercado de Porta Portesse, un barrio romano vital

Andrés Barba

Sucede siempre con Roma lo que a veces sucede con el rostro de algunas personas célebres. Posee esa cualidad engañosa de lo que todo el mundo cree conocer. Pero cuando el viajero se detiene, comienza a comprender que Roma es, por encima de todo, hermética y secreta. Y más aún esa Roma que fue durante siglos el más allá de Roma, ese tras-tevere (tras el Tíber) que marcaba el confín con los etruscos, y luego se convirtió en barrio marginal sirio y judío. Al Trastevere hay que entrar por la Porta Settimiana, la única de las tres puertas que se mantiene en pie de la muralla aureliana, junto a la Villa Farnesina, uno de los palacios renacentistas más significativos de la ciudad, y casi completamente desconocido para el turista apresurado. Nada más entrar se percibe de una manera ambigua que este barrio de Roma elude la violencia monumental de la ciudad, se encierra en una seducción distinta.

Roma hace sentir al viajero que lo que se alza frente a él es necesario, pero el barrio del Trastevere no somete al viajero a esa imposición, sino que le hace creer que todo ha sucedido allí como ligeramente de lado
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Vacaciones en Roma 'con la mia mamma'

Mientras lo monumental nace gigante y pretende empequeñecernos para hacernos sentir más significativamente su poder, los barrios seductores lo son para la vida, por eso permanecen para siempre en la memoria sentimental de los viajeros mucho más que los aparentemente grandiosos. En el Trastevere, la seducción aparece en primer lugar como una cualidad suplementaria de la forma; es lábil y difícil de desentrañar, en cierta medida insoluble, porque parece fortuita. Roma hace sentir al viajero que lo que se alza frente a él es necesario, pero el barrio del Trastevere no somete al viajero a esa imposición, sino que le hace creer que todo ha sucedido allí como ligeramente de lado y que en ese lugar en el que todo ha sucedido de lado, lo único que ha atravesado de lleno el corazón de las calles ha sido la vida.

Cualidad mítica

El pequeño vícolo del Ponte Sisto muere en la plaza de Trilussa, junto al Tíber, y de ahí arranca el estrecho vícolo del Moro, por el que se entra definitivamente al barrio. Una entrada que es como una grieta, un intersticio, un vacío. El Trastevere es un barrio laberíntico y, como todos los laberintos, impone ese reflejo de cualidad mítica de tantas ciudades mediterráneas, esa Creta inexpugnable en cuyo centro se alza el coloso. Todo huele aquí de una manera impetuosa y viva a medida que vamos callejeando por el vícolo de Pellicia hasta la plaza de San Egidio.

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También el laberinto tiene sus secretos... probablemente haya muy pocas cosas tan fascinantes como estar perdido por primera vez en el Trastevere y toparse de lleno con la plaza de Santa María... Y digo pocas porque, si bien es cierto que difícilmente podría competir con otras plazas de la ciudad en cuanto a grandiosidad o monumentalidad, hay pocas plazas en Roma que representen la vida como la de Santa María in Trastevere. La seducción, nuevamente, anula el signo, desafía al signo del poder político o el económico o el religioso, y se enfrenta con ese otro poder antagonista y sinuoso de lo que no es aprensible. Hasta la leyenda que hizo levantar la basílica aquí es fascinante; en el año 38 antes de Cristo se dice que brota milagrosamente de este lugar una fuente de aceite (fons olei) que estuvo manando un día completo. Años después, los cristianos considerarían aquel prodigio una premonición de la venida de su dios y construyeron la basílica. Y es que hasta eso resulta extraño; no agua, ni vino, sino aceite. Sustancia sinuosa, superconcentración de la vida; aceite. No hay aquí nostalgia, ni nada que se haya construido para perdurar, ni para rememorar, ni para recordar el poder. Y no hay nostalgia (a diferencia de muchos otros lugares en Roma) porque lo que hay aquí es vida, aceite, no hay objeto perdido ni recuperado, sino presente, algo que no ha dejado de acontecer.

Desde allí, la Via de San Francesco a Ripa cruza en diagonal hasta el otro lado del río haciendo la memoria medieval de estas casas. Hasta en esto el Trastevere es ilustre: cuando era uno de los barrios indigentes de la ciudad lo atraviesa uno de los indigentes más ilustres de la historia, el harapiento Francisco, que viene de Asís a pedir a una Iglesia podrida de riqueza que le permita a él ser pobre. Y resulta curioso también que una de las primeras iglesias que ordene construir esté precisamente allí, junto a uno de los grandes mercados de Roma, el de Porta Portesse, en el que todavía hoy se abre los domingos una descomunal marabunta que mezcla a ropavejeros con buscadores de gangas.

Valle-Inclán, que vivió algunos años muy cerca de aquí, dirigiendo la Academia de España en Roma, que todavía hoy se encuentra en lo alto del Gianicolo, recuerda en una entrevista una violenta escena de gatos en una mañana de primavera de 1934 que presenció en este mercado. "Los gatos", dice, "eran veinte. De todas las edades y tamaños. Vagabundeaban como expósitos entre la riqueza del mercado de Porta Portesse. Les habían echado cuatro malos restos y una paloma hambrienta trató de aprovecharse. El gaterío enloqueció ante la intrusa, que no tuvo tiempo ni de levantar el vuelo. Comenzaron a llover zarpazos y se elevó esa suerte de griterío infantil que producen los gatos enloquecidos de odio, o de hambre, o de celo... por un momento tuve la sensación de que aquella escena trasteverina se transfiguraba; que aquella paloma era un hombre al que veía morir, y que ésa era la esencia última del barrio y la ciudad que vivía en Roma. Un hombre que muere bajo la violencia que nace de la vida".

También eso es el Trastevere; la paloma muerta que se queda abierta frente al Tíber, vencida a la violencia, como la bellísima estatua de santa Cecilia recién asesinada que hay bajo el altar de la iglesia que está a pocos pasos de allí. Eso y todo; laberinto y monstruo, como en ese misterioso cuento de Borges: "¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió...".

Andrés Barba es autor de Versiones de Teresa (Anagrama)

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