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Reportaje:AL SOL

Alucinantes azules

La solitaria playa de la bahía de las Águilas, un descubrimiento al sur de la República Dominicana

El Sur Profundo. Así es como muchos dominicanos se refieren a la provincia de Pedernales, la más alejada, la más desconocida, la menos atendida, la menos explotada, donde pocos llegan, de la que pocos se olvidan. De este sur, que linda con Haití, proceden muchos de los emigrantes dominicanos que vienen a España. En este extremo meridional de la República Dominicana se encuentra una de las regiones más bellas de la isla y una de sus mejores playas, la más virgen, la de la bahía de las Águilas.

El viaje hasta Pedernales es largo, entre siete y ocho horas desde la capital en una guagua típica, el único transporte público disponible; uno de esos autobuses que se detiene donde los pasajeros quieren y para lo que quieren, de esos sin maletero y en los que los bultos van atados a una rejilla de la parte delantera: lavadoras, motocicletas, sacos de plátanos... Durante el camino, acallando la oración de algún viajero para poner la guagua en manos de la virgen de la Altagracia, suenan bachatas a un volumen casi dañino para los oídos (detalle que no parece molestar a ningún otro pasajero).

A medida que se avanza hacia el oeste por la costa, el paisaje va cambiando. La abundante vegetación a la salida de la capital se transforma, poco a poco, en una vista de matorrales bajos y tierra árida, hay vendedores de mangos y puestos de venta de pilones de madera (morteros). Todo indica que nos vamos alejando del norte.

La primera vez que se divisa el mar es un poco antes de llegar a Barahona, la capital de la región Sur. El Caribe aquí tiene un color azul claro pero intenso, limpio pero agitado, y contrasta con la luminosidad blanquecina y cegadora del sol sureño, con la árida tierra blanquecina. A lo lejos se divisa el famoso ingenio azucarero, que durante tanto tiempo fue una de las principales fuentes de ingresos de este país. Hoy el negocio está en manos extranjeras y ha sido superado en importancia por el turismo, que, sin embargo, aún no ha llegado a esta zona. En los alrededores del ingenio continúa la vida en el Batey Central, donde reside la comunidad dominico-haitiana, y donde se respira la complicada relación entre dos países compañeros de isla y enemigos de Historia: "El sincretismo del ron y el triculí, el merengue y el gagá, el cristianismo y el vudú, el amor y la pasión".

A partir de Barahona se entra en un paisaje de ensueño y mi cámara se dispara sin control. Kilómetros de costa de arena o piedras blancas relucientes que contrastan con el color azul turquesa caribe que parece casi de mentira, con palmeras de cocos levantándose desafiantes en todas las direcciones y que recuerdan que por aquí frecuentan ciclones. La vegetación vuelve a abundar, a un lado el mar, al otro, verdes montañas con cafetales. Algunas de las playas que pasamos tienen piscinas naturales, formadas por los ríos que desembocan aquí, donde la mayoría de los dominicanos prefiere bañarse. Aunque no tenga fama, el mar Caribe puede tener olas muy peligrosas.

Hay pocas poblaciones en el camino, y a medida que avanzamos, escasean más aún. Empieza a imperar la sensación de aislamiento típica de la vida isleña. En el camino se divisa algún que otro pequeño resort hotelero que parece abandonado y, en la lejanía, casas linajudas que destacan con sus colores coloniales brillando en medio de la nada. Entran sueños de retirarse en un lugar como éste. La carretera es estrecha y en algunas zonas tiene muchas curvas, pero la guagua no reduce la velocidad en ninguna.

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Después de siete horas y media de viaje, se llega por fin a Pedernales. Ya es casi de noche. Nos quedamos en el hostal de Doña Chava (tampoco es que haya mucha elección), una casita de madera con un jardín central lleno de plantas y mosquitos, con habitaciones bastante limpias y decentes, y ¡conexión a Internet! La hija de la dueña nos pone al día de las opciones turísticas de una zona que aún sigue siendo objetivo de biólogos y viajeros con espíritu aventurero. Un ecosistema único en el mundo, un caleidoscopio meteorológico con especies de aves endémicas y donde habita el lagarto más pequeño del mundo, sólo mide 16 milímetros. Aquí se encuentra el Hoyo de Pelempito, una increíble depresión volcánica. En el viaje hacia su interior bajan las temperaturas de 35° a 15° en menos de 20 minutos.

Pedernales es un lugar curioso. Esta frontera no se parece en nada a la del norte, Dajabón, donde circulan todos los lunes y viernes miles de haitianos y dominicanos vendiendo sus mercancías. Aquí también hay un mercado binacional, pero es mucho más pequeño, más recogido: unos cuantos puestos de verduras y hortalizas, y otros de venta de ropa usada, uno de los negocios más importantes de las ciudades fronterizas de la isla. Curiosamente, mucha población aquí tiene familia en Madrid, y es fácil encontrarse hablando en jerga castiza con los lugareños en un comedor cualquiera o en un colmadón, un reciente fenómeno cultural digno de disfrutar, mezcla entre un chiringuito de ciudad, con música y pista de baile, y una tienda Seven-Eleven.

En moto-concho

Bahía de las Águilas está un poco retirada de Pedernales. La infraestructura turística es muy limitada, así que la única forma de llegar es pagando unos diez euros por un moto-concho (una moto-taxi) para llegar a la Cueva, el único lugar desde donde se puede acceder a bahía de las Águilas. Desde aquí sólo queda caminar dos horas, o coger una pequeña barca con motor, unos diez minutos, para llegar a la playa. En la Cueva hay un restaurante y también existe la opción de alquilar tiendas de campaña. En bahía de las Águilas está permitido acampar, pero hay normas estrictas de limpieza y de protección del medio ambiente, así como reglas de circulación: a esta playa vienen a desovar las tortugas, por lo que hay que andar con cuidado.

"No veo las águilas", le digo al capitán del bote mientras nos lleva a la playa. "Aquí no hay águilas", me dice sonriendo, y me explica que el nombre se debe a la forma de la playa vista desde arriba, que parece un águila en pleno vuelo desplegando una envergadura de diez kilómetros. Sólo este paseo en bote ha merecido los 36 euros que costó y las casi 8 horas de guagua. La costa es escarpada, con rocas que desaparecen en el agua y reaparecen formando un entresijo de piedras entre las que la barca se abre paso, y que recuerdan la bahía de Halong Bay (a una escala diminuta, por supuesto). ¡Y el agua! Nuestros ojos no dan crédito: no puede ser verdad, no puede existir un color tan turquesa en la naturaleza, un agua tan transparente. El capitán saca un hilo de nailon y le pone un anzuelo casero, lo tira, et voilá, en menos de un minuto hemos pescado la comida de hoy, ¿qué más se puede pedir? ¡Ah sí! No hay nadie más en la playa. Eso es el verdadero lujo.

Consulta la Guía de la República Dominicana

Barca en la costa de la bahía de las Águilas, en el Parque Nacional dominicano de Jaragua.
Barca en la costa de la bahía de las Águilas, en el Parque Nacional dominicano de Jaragua.ARIANNE MARTÍN
Descanso y desconexión siguiendo los pasos del descubridor, Cristobal Colón, en un recorrido por Santo Domingo, la primera ciudad colonial de América, y otros paraísos caribeños de la islaVídeo: CANAL VIAJAR

GUÍA

Cómo ir e información

» Iberia (www.iberia.com) vuela a Santo Domingo; ida y vuelta desde Madrid, a partir de 756 euros, precio final.

» Air Europa (www.aireuropa.com) vuela a Santo Domingo desde Madrid, ida y vuelta, desde 773 euros.

» La playa de la bahía de las Águilas mide unos ocho kilómetros y se encuentra en el Parque Nacional de Jaragua (www.grupojaragua.org.do), en la provincia de Pedernales, al extremo suroeste de la República Dominicana.

» Turismo de la República Dominicana (www.dominicana.com.do).

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