Manchega y moruna

Más que de un hotel, deberíamos hablar de un restaurante, pues se conoce que la villa toledana de Orgaz (sí, la del sepelio del conde pintado por El Greco) no da para más que cuatro habitaciones. ¿Una cifra escasa? Qué va. Por su historia, su carácter manchego y su proximidad a Madrid (a 103 kilómetros), el lugar pide una escapada de fin de semana con sosiego deleitante, una inmersión razonable en la ruta cervantina, algunas ensoñaciones molineras, mucha vida de pueblo, pueblo..., y aposentos, los justos.

Tales son las credenciales turísticas de este pequeño establecimiento de chocantes evocaciones africanas (por obra y gracia de su viajero propietario), que apenas consiguen pasar con disimulo entre el vecindario medieval de la antigua Puerta de Mora, una de las cuatro que procuraban el acceso a la villa. Desaparecido aquí todo vestigio musulmán, queda la poesía de los fanales que enmarcan el arco de entrada y la distracción que le supone al viajero el patio recibidor, ejemplo fiel de una arquitectura popular manchega exigida de refresco vegetal en verano y aderezo floral en invierno. Incluso en las benignas tardes de la primavera toledana, los 500 metros cuadrados de su terraza chill out sugieren los aromas, las texturas y los silencios de un riad marroquí, siempre con el sonido del agua en primer plano. Está claro: ¡ya entramos en La Puerta Mora!

El Greco y Marco Polo

Bustos y máscaras etíopes. Murales de raíz local. Iluminación cálida. Música relajante. Aromas de jazmín y azahar. Un cóctel a la hierbabuena... Es el primer paso del mestizaje cultural propuesto bajo el hotel, en el café moruno, abierto los fines de semana. Sorprende que todos esos toques orientales se musiquen con algo de pop y otro algo de El Greco en las paredes. A veces, hasta altas horas de la madrugada, lo que puede molestar a algunos huéspedes renuentes a la noche canalla. No en vano, se han puesto al volante dejando atrás su cama y sus cosas por catar una dormida entre muebles de anticuario, lechos importados del Lejano Oriente, textiles exóticos, piezas de arte indígena, policromías atrevidas y otras tantas fantasías como las que propone el hotel en sus cuatro dormitorios únicos: Lombok, Siwa, Goa, Marco Polo... ¿Acaso no nos sugieren estos apelativos una experiencia similar a las mil y una noches?

Lástima que la cocina, eje principal del negocio, no nos transporte a paraísos igual de lejanos y exóticos.