Rural al cubo

La Uno, la Dos, la Tres, la Cuatro, la Cinco, la Seis, la Siete, la Ocho... No parece una manera original de numerar las habitaciones de este hotelito segoviano, pero es ciencia exacta: ocho y sólo ocho piezas tiene la casa "rara" de Carrascal de la Cuesta, que es como el vecindario la presenta a todo viajero que llega con aire extraviado después de recorrer mil veces la carretera entre Sotosalbos y el pueblo de marras. Todo porque su arquitectura rompe con la linealidad habitual de los tejados a dos aguas mediante un cubo mórbido en el centro que magnifica su fábrica contemporánea. Una pista de tierra añade extrañeza al experimento.

Así, el folleto del hotelito estaba obligado a rotular: Turismo rural actual & Restaurante. Que nadie se sorprenda entonces. La modernidad ya avisa desde que se traspasa el zaguán, bajo cuatro lucernarios que escudriñan todo lo que sucede en el exterior, allende la sierra de Guadarrama. Adentro es territorio de rincones: el patio geométrico, el comedor luminoso, la esquina del telescopio, una terraza otero algo destartalada y un spa que no merece llamarse spa, sino bañera grande de hidromasaje y sauna convencional de cajetín. Lo mejor del lugar, si se hace caso omiso a la decoración del restaurante, es la visión zen sobre el fondo metálico estriado del jardín que se tiene a la hora del desayuno. Una mirada a la japonesa reforzada por las cajas bento depositadas sobre la mesa del huésped: café, bollería, pan tostado y huevos revueltos con jamón de york.

Todas las habitaciones son diferentes, unas más cómodas que otras, las más tocadas por el efectismo decorativo del Estudio Oneto. En la planta baja, la 1 y la 2 resumen lo audaz de esta propuesta hedonista y un punto minimal, mientras que la 5, un piso más arriba, resuelve con más sencillez el estereotipo romántico de su abuhardillamiento tintado de verde. La 6, como la 1, articula en torno a la cama matrimonial un dosel cúbico de metal y gasas entoldadas. En algunas, la cama se eleva sobre una tarima de moqueta de pelo retroiluminada, lo que confiere a los durmientes una sensación de estar flotando en sueños. El espacio de baño se abre a la alcoba, ufano de su apariencia lúdica, por lo que no se entiende cómo la ducha-bañera está tan encerrada en su caja y por qué el edículo del inodoro resulta tan agobiante. Los lavabos sufren también una angostura incómoda. Tampoco se facilita el rápido apagado de las luces, ya que cada habitación integra al menos 10 interruptores eléctricos y no se ha previsto un control centralizado.

Lo bueno es que no se oye un grillo hasta el alba y que Madrid se alcanza en apenas una hora.