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Reportaje:VAMOS A ... EL NORTE DE FRANCIA

Donde Francia palpita como una patata frita

La región que inspiró la comedia 'Bienvenidos al Norte' ofrece paisajes de postal, mar y las ubicuas 'frites'

Use Lahoz

En una de las primeras escenas de Bienvenidos al Norte -la comedia de Dany Boon que han visto más de veinte millones de franceses- un personaje le dice al recién llegado del Sur: "En el Norte se llora dos veces, una cuando se llega y otra cuando se abandona".

Para verificar la afirmación conviene visitar el norte de Francia advertido de los contrastes climáticos que existen todo el año. En caso de que amanezca con sol radiante, no olvide coger el paraguas. Si algo tiene esta región es capacidad de sorprender, lo que en tiempos globalizados no se debe hacer de menos. Además, es una zona divertida. Los tópicos de los ch'tis (habitantes del Norte) de la película de Boon se confirman, desde la pasión por las frites hasta la pronunciación exagerada de los nativos, que confunden la o con la a dando como resultado una declamación que se las trae.

01 Una fiesta de patatas

La primera premisa a tener en cuenta es un dato gastronómico: las patatas fritas son una seña de identidad. Se venden en unas ubicuas furgoneta / tienda / casa / bar muy entrañables llamadas baraques. Algunas tienen nombres para enmarcar como La Frite c'est la Fête! (¡las patatas fritas son una fiesta!). En la película es el primer restaurante al que llevan al forastero. Aquí se reivindica la patata frita -en otros lugares guarnición- como plato principal, a cualquier hora. Por si quedan dudas, se remite al libro Le Nord de la frite, con fotos de Rémy Robert en las que las patatas parecen modelos posando para el calendario Pirelli mientras son elogiadas con emoción en textos de periodistas, escritores, músicos o cocineros.

Ante una baraque todo fluye si se encuentra el punto de sal o mayonesa, pero conviene no menospreciar la lista de salchichas, de la merguez a la anglaise, por un módico precio. Lo bueno de estos establecimientos es que no hay que preocuparse por elegir bien, todos saben igual. Esto último que quede entre usted y yo; a ser posible, y para evitar malentendidos, no se lo diga a nadie de la región.

Sólo los mejillones superan el protagonismo de las patatas fritas. De ahí que lo más común en las pizarras de los restaurantes sea Moule frite, o sea: mejillones con patatas fritas. ¿Para qué complicarse? También para ellos tenemos propuesta literaria: Moules, je vous aime... meme sans la frite (Mejillones, os amo... incluso sin patatas fritas), de Mireille Gayet, que incluye alucinantes recetas.

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02 Paseo con tiburones

Conviene empezar con Boulogne un sábado a primera hora en la Place Dalton. Allí se despliega un pintoresco mercado en el que caben flores, frutas, pescados y mariscos de primera (sobre todo bueyes de mar, una cosa fina en toda la zona) y, por supuesto, quesos regionales como el Sablé de Wissant o Maroilles, muy presente en el filme. Los amantes del queso tienen su templo en la quesería Philipe Olivier (Rue Thiers, 43), uno de los fromagiers más reputados de Francia, que a menudo pasea por la tienda y aconseja con su indiscutible acento. Jamás se ha visto una degustación gratuita tan completa. ¡Eso sí que es una fiesta!

La ciudad vieja es especialmente generosa con sol, cuando resplandece la piedra de las fachadas y los adoquines. Un café en la terraza del Bar de la Marie, frente al Hotel de Ville, es una opción atractiva. En la Citadelle, Boulogne suma un plus de consistencia. La Rue de Lille es la más vanidosa, en ella destacan dos bares: el entrañable The Vole Hole en el número 52, y el Murphy's en el 23, de aire más nocturno, así como The Family's Boutique, tienda-galería especializada en muñecas.

Si lo que le gusta es el pescado y el marisco, en Boulogne será feliz, pues estamos en uno de los primeros puertos pesqueros de Francia. La atmósfera marinera es de lo mejor de la ciudad. Sólo tiene que acudir a la lonja y echar un vistazo a los puestos de los pescadores. Rodaballos, lenguados, doradas salvajes a precios imbatibles. Se pueden encontrar centollos a ¡dos euros el kilo! o bueyes de tamaño familiar. Pida el más grande, a ser posible hembra. Y una vez en la cocina se puede animar a improvisar un txangurro express. No cuesta tanto: 15 minutos de cocción con sal y una hoja de laurel. Se deja enfriar. Se reservan las patas y se abre el caparazón, que también se guarda. No tenga miedo en vaciar el bicho, se come todo menos unas aletas verdes que conviene excluir (son fáciles de detectar, unas agallas laterales muy esponjosas). Mezcle y triture con un tenedor las huevas y la carne blanca junto con dos huevos duros y un chorro de vino blanco apto para crustáceos. Rellene el caparazón. Un poco de nevera y listo para saquearlo a cucharadas.

Si además del pescado le gustan los peces, en Boulogne será todavía más feliz. Aquí se halla el más espectacular acuario Nausicaâ: casi 12.000 metros de superficie expositiva, 36 acuarios y más de 10.000 especies marinas. Todo ello acondicionado con tecnología punta. Llama la atención el acuario de tiburones. Allí se encontrará con la rotunda presencia del requin taureau (tiburón toro), sólo pesa 190 kilos y tiene 2,90 metros de largo. Casi nada. Al verlo de frente, uno no sabe si ponerse el bañador y entregarse a él o salir corriendo maldiciendo a Spielberg.

03 ¡Me quiero jubilar!

La joya de la Côte d'Opale conserva edificios de finales del XIX, villas de estilo normando y un eterno aspecto de postal de época. Delimitado por un paseo marítimo peatonal, Wimereux posee una de esas playas en las que la marea sube y baja sin contemplaciones, y donde la sencillez supera a la extravagancia. Es popular, nadie va a lucirse, y en el paseo los paisanos tienen sus cabines de plage que dan un toque náutico muy familiar.

Wimereux tiene una larga lista de villas centenarias como La Frégate (General de Gaulle, 58), La Tourelle (Louis Gallet, 8) o Villa Pauline (Carnot, 48)..., por poner tres ejemplos de palacetes costaneros ante los que soñar con la jubilación anticipada. En caso de que la jubilación sea impuesta, el pueblo también cuenta con soluciones para vencer al aburrimiento; la mejor de ellas: un paseo por Les Dunes de Slack. Y para tomar una copa, recale en La Civette, un estanco / quiosco / bar / casi after-hours muy peculiar en el que vale todo. A dos pasos, el bar Le Squale reúne a los turistas más noctámbulos.

Para merendar a la vieja usanza no hay duda: el lugar más genuino lo encontrará en la Rue Carnot, 40, Chez Grand Pere Arthur, coqueta y antigua epicerie donde sentarse a degustar dulces delicias caseras con buen chocolate.

04 Volar sobre la arena

La carretera que bordea la costa de Wimereux a Calais es todo menos previsible y guarda maravillas como el Sentier de la Pointe aux Oies, esencia de un litoral para perderse sin horario, y que lleva hasta pueblos pesqueros como Ambleteuse o Audresselles. En cualquiera de sus playas se puede disfrutar de todos los deportes que precisen mar y viento, ya sea windsurf, kitesurf o el clásico autóctono char a voile (divertidos transportes de tres ruedas guiados por una enorme vela que parece que vuelen por la arena), así como de una puesta de sol poéticamente correcta, mientras enfrente brillan los acantilados blancos de Dover, Inglaterra, a unos cuarenta kilómetros.

Esta ruta no pierde de vista el mar. En Le Cap Blanc Nez, pese a la afluencia turística, vale la pena acercarse al mirador: el cabo revela una panorámica excepcional y expone al viajero a la visión de acantilados bajo vientos de primera. También destacan los numerosos búnkeres que perviven intactos, herencia de la Segunda Guerra Mundial.

En ocasiones, en el Nord Pas de Calais también se perciben los ecos de un pasado desapacible y muy violento. Ciudades como Boulogne, Calais, y otros tantos lugares de la región, fueron masacrados por las guerras mundiales, sobre todo en la segunda, cuya violencia arrasó gran parte de su patrimonio. Por la misma carretera se llega hasta Calais, en otro tiempo preciosa. Quedan como reclamo el Hotel de Ville y la colosal torre de 75 metros que lo acompaña, ambos imprescindibles edificios con fachadas que mezclan ladrillo y piedra bajo estructura de hormigón. Y, justo delante del Ayuntamiento, y como insignia de la ciudad, no hay que perderse Los burgueses de Calais, la escultura en bronce del gran Rodin (1895), en la que seis personajes deambulan por la calle.

05 'Le' Beverly Hills

Con total seguridad ésta es una de las playas más chic del norte de Francia. Es como entrar en Beverly Hills. Una boutique tras otra emperifollan el camino hacia la playa, la Rue Saint Jean, donde hay reliquias como Au Chat Bleau, una pequeña chocolatería de 1912 que engancha por su interiorismo igual que por su escaparate.

Le Touquet-París-Plage recibe ese nombre porque congrega desde el siglo XIX a la jet-set parisiense. Tiene todo lo imprescindible: casino, hoteles, hipódromo, minigolf y club náutico.

En la Rue Metz, 65, los fans del marisco se lo pasarán en grande en Perard, un bar a hûitres (bar de ostras) exquisito, con degustaciones y venta para llevar. Muy pocos se van de Le Touquet sin la clásica sopa de pescado Perard bajo el brazo.

Le Touquet-París-Plage tiene una historia interesante: en 1837, a un notario parisiense, Alphonse Daloz, le dio por fundar aquí una granja. El hombre lo intentó con devoción, pero no hubo manera de que las patatas se adaptaran a este suelo. Así que optó por plantar pinos. Hoy es el único bosque de pinos de la Côte d'Opale, y desde entonces se le llama el Jardín de La Mancha. El dueño del periódico Le Figaro, Hippolyte Villemessant, vino de visita invitado por Daloz. Observó el entorno, volvió a París, congregó a sus amigos y después de pensar la frase dijo: "Sí, es muy bonito". Daloz y Villemessant se pusieron de acuerdo para crear una estación balnearia para burgueses de París que rompiera todos los esquemas. Ninguno de los dos llegaría a ver su sueño cumplido, pues antes se hicieron demasiado mayores.

En 1900, un inglés emprendedor llamado John Whitley se detuvo a pensar: Le Touquet..., cinco horas de Londres, tres de París, cinco horas de Londres, tres de París... ¡Ya está!,, ¡la playa que les falta a los dos está aquí!, y se empeñó en culminar un proyecto de balneario de lujo en el que practicar deportes como el tenis y el golf. Durante la Primera Guerra Mundial los hoteles se transformaron en hospitales. En los años veinte Le Touquet vivió su edad de oro, pues se construyó el gran hotel Le Royal Picardy, con sus quinientas habitaciones, guaridas de la flor y nata internacional. Pese a que la Segunda Guerra Mundial arrasó una parte, todavía conserva una atmósfera glamourosa. Desde sus gloriosos años veinte, por sus casinos no dejan de desfilar celebrities. En los cincuenta, el gran Serge Gainsbourg estuvo varios veranos tocando el piano para animar la fiesta.

06 Cervezas en la plaza

Adentrándonos al interior de Pas de Calais conviene conocer Saint Omer, una pequeña capital entre lo rural y lo burgués en la que llama la atención la catedral gótica de Notre-Dame, sin duda uno de los más bellos edificios religiosos del norte de Francia. Hay para rato: las vidrieras, el órgano barroco y un cuadro de Rubens.

La Coupole es el museo más completo de la Segunda Guerra Mundial. Dicho así puede echar para atrás, pero en realidad es un interesante centro histórico y de la memoria del Nord-Pas de Calais.

Vale la pena un paseo por Le Jardin Public, mitad inglés, mitad francés, y con variedad de árboles: arces, hayas y ginkgo bilobas. Por supuesto, los alrededores de Saint Omer invitan al turista a descubrir Le Marais Audomarois, unos 40 kilómetros de huerta surcada por canales. Es parque natural, cultivado y habitado, por eso no es extraño ver residentes en bacoves (barcas tradicionales). Se ofrecen visitas guiadas en barca.

La Place du Marechal Foch o Grand Place sabe cómo divertir a sus fieles: está rodeada de bares para todos los gustos. No tema, también hay una friterie, se llama Sensas. Los hay muy british como el Dickens o el Queen Victoire, y de la vieja escuela como el Spey River o el Penalty, propicios para tomar una cerveza. Un inciso: la cerveza autóctona es diferente. Para qué nos vamos a engañar: la fama de que en el Norte se bebe más es cierta. Aquí la cerveza corriente no se lleva mucho. Lo que triunfa son las marcas locales como 3 Monts o La Goudale. ¿Su particularidad? Que son de alta fermentación y tienen más grados, hasta 8 o 9. También se puede pedir un canard: terrón de azúcar bañado en aguardiente; dicho de otro modo: antídoto inmediato contra el frío. Cosas del Norte.

07 Adiós campanas

Es el pueblo donde se rodó Bienvenidos al Norte y uno de los más beneficiados por el poder de evocación de la gran pantalla. Desde 2007 se ha convertido en lugar de peregrinaje de fans de la comedia, que llegan a él como si fueran a Lourdes. Le Beffroi, el campanario emblema del pueblo, y localización de una de las escenas más tiernas de la película, ha cuadriplicado sus visitas, y eso que para llegar a él hay que subir 191 escaleras, ni una más, ni una menos. Eso sí, las vistas son estupendas. Si viaja acompañado de alguien a quien desea y aún no se lo ha dicho, no se corte, éste es un buen lugar para declararse. En la película da buena suerte.

Al final de Bienvenidos al Norte, el personaje protagonista del Sur se va llorando de Bergues, pues resulta que el Norte le ha atrapado. Abandona la región roto de tristeza, despreciando su nuevo destino en una isla paradisiaca, como si le hubiera entrado alergia al sol y no hubiera nada como la lluvia, el frío y las patatas fritas... Fantasías que tiene el cine.

Guía

Cómo llegar

Air France (www.airfrance.fr)vuela a Lille de Madrid y Barcelona desde 110 euros.

TGV (www.sncf.com), el tren de alta velocidad, conecta Lille con París (en una hora), Bruselas (en 40 minutos) y Londres (en una hora y 20 minutos).

Información

Turismo de Nord-Pas de Calais

(www.tourisme-nordpasdecalais.fr). Ofrecen un fin de semana con visitas guiadas a localizaciones de la película Bienvenido al norte por 85 euros (incluye una noche de hotel, una cena y una botella de cerveza).

Visitas

Centro Marítimo Nacional Nausicaâ (Sainte Beuve, B. P. 189, Boulogne-sur-Mer; www.nausicaa.fr). 17,40 euros.

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Sobre la firma

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela

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