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Reportaje:

Cometas en la costa de los atunes

Animados chiringuitos, kitesurf y generosas playas gaditanas entre Conil y Tarifa

Vicente Molina Foix

Fui a Zahara sin saber que la palabra tunante venía de atún. Eso al menos es lo que un sabio benedictino del siglo XVIII, el padre Martín Sarmiento, le explicó en un memorándum al duque de Medina Sidonia, quien se había dirigido al monje para esclarecer la causa de la escasez de atunes en sus costas gaditanas; como se ve, el apocalipsis de las especies marinas no es una exclusiva de la modernidad. En sus Conjeturas sobre la decadencia de las almadrabas, el padre Martín responde al duque del momento que "los atunes no tienen patria, ni domicilio constante. Son unos pezes errantes, y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí, y a tiempos están allí", elucubrando a continuación que, si bien su deducción no es científicamente infalible, las voces tuno y tunante tendrían que derivar de la voz atún, el thynnus latino, sobre la base, más etiológica que etimológica, de que "los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, ni domicilio constante y conocido, ni oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma".

Tanto la playa de Zahara como las contiguas de Hierbabuena, Zahora o Caños de Meca son amplias, limpias, con sus muchas dunas intactas y agraciada la arena por la presencia de las antiguas torres almenaras
Ver los atardeceres en la playa es un rito muy cultivado en toda la línea costera gaditana, y cada día de mi estancia vi descender el sol en una playa distinta. En Caños de Meca, el público aplaude la caída del astro como al final de las mejores funciones

Hoy, Zahara es un lugar apaciblemente encantador en uno de los más hermosos y menos castigados segmentos de la costa atlántica andaluza, pero la pinturera conexión entre la irreligiosidad desalmada de los atunes capturados en las almadrabas -ya desde los fenicios- y un lumpen maleante y alborotador no se la inventa el monje benedictino, sugestivamente evocado en un par de libros por el cronista local Regueira Ramos. En su novela ejemplar La ilustre fregona, Cervantes narra la escapada de dos jóvenes caballeros burgaleses que, tras desvalijar al ayo puesto para su vigilancia por los padres y con tal de escapar de un destino de estudiantes en Salamanca, se dirigen a hacer el golfo a las almadrabas de Zahara, "el finibusterrae de la picaresca", por iniciativa de uno de los dos muchachos, Diego de Carriazo, ya graduado a lo largo de tres veranos consecutivos en la "academia de la pesca de los atunes". Tahúr y jaranero, el tal Diego se siente aquejado de un spleen vital fuera de ese pueblo gaditano, y cualquier otra tentación, incluida la que su compañero de correrías siente en Toledo por la deslumbrante fregona de la posada, le parece irrelevante en comparación con los pasatiempos más canallescos de Zahara, donde se ve, dice Cervantes, "sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas".

Gran Wyoming y Pablo Carbonell

A la antigua fama como lugar de perdición de Zahara de los Atunes le ha sucedido en los últimos años un prestigio de singularidad chill out entre veraneantes de calidad y distinguidas figuras de la farándula, y he de decir a ese respecto que lo más pícaro que vi en mi viaje fueron las siluetas del Gran Wyoming y Pablo Carbonell, asiduos del lugar y ahora implicados en una pequeña batalla para preservar los chiringuitos de la playa del pueblo, que el alcalde quiere reducir por cuestiones de acústica y estética. Uno simpatiza con la diligencia de nuestros ediles y el deseo de tranquilidad de las familias que viven enfrente del mar, pero hay que decir en honor a la verdad que tanto la playa de Zahara como las contiguas, en dirección norte, de Hierbabuena, Zahora, Caños de Meca y alguna otra más, hasta llegar a Conil, son amplias, limpias, despejadas, con sus muchas dunas intactas y agraciada la arena por la presencia aquí y allá de las antiguas torres almenaras que vigilaban la llegada de flotas invasoras a una costa tan apetecible y tunante como ésta. Hasta el mobiliario playero tiene estilo: las atalayas de los socorristas son muy airosas, escuetas y como diseñadas por nórdicos, y los propios chiringuitos de temporada me parecieron -frente al bochinche que se suele dar en las playas alicantinas- elegantes y discretos. Paseando por sus seis kilómetros de playa, también se ve en Zahara el fantasma de otra presencia humana recurrente en la zona: una patera varada junto a los arenales. Hoy, los viajeros de esas arcas de Noé del pobre llegan, con su arriesgado deseo de vida, a otros puntos costeros del país.

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Pequeño y, en invierno, algo desangelado, el pueblo de Zahara resulta atractivo. El centro urbano se extiende en torno a lo poco que queda de su antiguo hito civil y arquitectónico, el palacio de los duques de Medina Sidonia, edificado como fortaleza, mansión residencial y chanca, es decir, la factoría donde se troceaban, salaban y preparaban los atunes para su posterior salida comercial. De aquel conjunto sigue en pie una antigua nave de almacén transformada en capilla, con sencilla bóveda de cañón y arquerías laterales, ahora ciegas, en ladrillo visto. La pesca de almadraba aún se practica en las dos temporadas prescritas: la de derecho, es decir, cuando los peces se dirigen hacia el Mediterráneo, y la de revés, cuando regresan hacia el Atlántico. Pero en los restaurantes del pueblo, y hay por lo menos media docena muy recomendable, el atún se come en todo tiempo y todo él, asado, encebollado, aliñado, mechado (mi modo favorito) y, por supuesto, en salazón. Ningún visitante de esta zona debería volver a su lugar de origen sin proveerse de huevas y mojamas.

Saliendo del pueblo, que en alguna de sus estribaciones más abigarradas tiene un simpático aire napolitano, y dejando atrás la señorial urbanización de Atlanterra, colgada sobre la playa de los Alemanes (alemanes fueron los descubridores y constructores de Atlanterra en los años sesenta), iniciamos, en la parte final del viaje, el camino del sur. El recorrido vuelve a ser placentero por el despeje y amenidad del paisaje, que está además idealizado por la presencia de los rebaños de vacas retintas, una especie destacada por su gran cornamenta y su sabrosa carne, en el caso de que uno quiera abandonar momentáneamente la dieta de pescado.

Una inmensa duna abierta

El destino de esta segunda etapa del viaje es Tarifa, y el modo de anunciarse la población -cuando aún no se divisa- es emocionante. En un giro de la carretera, no del todo repuestos de la bellísima imagen de una inmensa duna abierta, el cielo aparece de golpe, como en una prodigiosa inversión del mar, surcado de velas, quizá no menos de cien la tarde de mi llegada. No era un espejismo. Reconocida capital europea del surfismo (que no hay que confundir con ninguna rama mística del islam), en los últimos tiempos Tarifa se ha hecho mundialmente famosa por el kitesurfing, esa modalidad del surf en la que sus practicantes vuelan por encima de las aguas colgados de una vela multicolor en forma de cometa (y kite quiere decir precisamente cometa).

El creciente crush o cuelgue del kitesurf (estos deportes casi exigen, junto a la destreza y la fuerza, el manejo del inglés) domina ahora la vida cotidiana y el comercio de Tarifa. Las calles principales por las que se accede al centro lucen todas anuncios de escuelas y tiendas, escuela-tiendas en muchos casos, donde ir a comprar los equipos y el aparataje pertinente y apuntarse a los cursos "para todos los niveles, todos los días, en los mejores sitios", de la mano de "monitores titulados en FAV, IKO y VDWS" (que no pude averiguar lo que significa). Hay una bulliciosa y numerosa población flotante, también en el otro sentido de la palabra, y las noches, terminado el gran espectáculo del vuelo de las cometas humanas en la playa de los Lances, conllevan la recompensa discotequera a los cuerpos que durante el día han luchado bravamente con el viento y el agua.

Por falta de paciencia más que de arrojo no llegué a hacer kitesurf asistido, es decir, con instructor al lado, que es el modo en que hace no mucho tiempo practiqué, aunque parezca mentira, otro similar deporte de riesgo, el parapente, en el faro de Santa Pola. Me contaron unos muchachos milaneses en Tarifa que el kitesurf requiere mucha más fortaleza física que el parapente, sugiriéndome un formato más asequible para mis capacidades, el dirtsurf; dirt es suciedad en inglés, y la cosa me pareció digna de explorar, aunque luego entendí que la recomendación de los italianos era, más que cortés, piadosa, puesto que el dirtsurf consiste en ir sobre una pequeña tabla con ruedas por la orillita del mar, eso sí, también colgado de la correspondiente vela. El dirtsurfero, decían ellos, puede, sin embargo, alcanzar de tal modo los 60 kilómetros por hora.

Luz y viento

Tarifa conserva un interesante casco antiguo, parcialmente amurallado, al que se entra por una gran puerta que tiene en una hornacina lateral una preciosa pintura de Guillermo Pérez Villata, tarifeño de nacimiento, y sobre el arco de entrada, un medallón que recuerda que la muy noble y leal ciudad fue "ganada a los moros reinando Sancho IV". Ah, nuestros vecinos los moros. Mis días de Tarifa fueron muy claros de luz (y, contra lo que es allí habitual, poco ventosos, para desesperación de italianos y demás voladores del mar), y a todas horas se podían distinguir nítidamente los montes, las ciudades ribereñas, la presencia de Marruecos, que está a 14 kilómetros de distancia. Su pasado sigue tan presente en Tarifa como en el resto de la vieja Al Ándalus.

Ver los atardeceres en la playa es un rito muy cultivado en toda la línea costera gaditana, y cada día de mi estancia vi descender el sol en una playa distinta. En Caños de Meca, el público aplaude la caída del astro como al final de las mejores funciones, pero mi ocaso inolvidable fue el de la playa de Bolonia, tal vez la más hermosa de estos parajes. Enclavada en el llamado parque natural del Estrecho, Bolonia, con sus dunas y sus extensas playas de finísima arena, ofrece además la posibilidad de tomar el sol o bañarse sin perder las proporciones del clasicismo: a pocos metros del mar se hallan las ruinas de la antigua Baelo Claudia de los romanos, con sus piedras, su anfiteatro en funcionamiento y el aura de lo que desde el siglo II antes de Cristo le dio riqueza y fama: sus atunes.

- Vicente Molina Foix es autor de El vampiro de la calle Méjico (Anagrama).

Los kitesurfistas llenan el cielo de la playa de Valdevaqueros con un espectacular baile de cometas. La práctica de esta modalidad de surf se ha multiplicado en los últimos años en la costa de Tarifa (Cádiz).
Los kitesurfistas llenan el cielo de la playa de Valdevaqueros con un espectacular baile de cometas. La práctica de esta modalidad de surf se ha multiplicado en los últimos años en la costa de Tarifa (Cádiz).GONZALO AZUMENDI
Atardecer en la playa de El Palmar, que se extiende a lo largo de cinco kilómetros en el municipio gaditano de Vejer de la Frontera.
Atardecer en la playa de El Palmar, que se extiende a lo largo de cinco kilómetros en el municipio gaditano de Vejer de la Frontera.GONZALO AZUMENDI
Sobre el arco de entrada al casco antiguo de Tarifa se puede leer que la ciudad fue "ganada a los moros reinando Sancho IV el Bravo" el 21 de septiembre de 1292.
Sobre el arco de entrada al casco antiguo de Tarifa se puede leer que la ciudad fue "ganada a los moros reinando Sancho IV el Bravo" el 21 de septiembre de 1292.GONZALO AZUMENDI

GUÍA PRÁCTICA

Comer y dormir- Mandrágora (956 68 12 91). Independencia, 3. Tarifa. Pescados y cocina mediterránea. Unos 20 euros.- Café bar Reyes (956 23 22 11). Playa El Palmar, s/n. Pescaíto frito y a la parrilla, y ensaladas del huerto. Unos 15 euros.- Venta El Nene (956 48 01 46). Carretera de Fuentebravía, kilómetro 6. Puerto de Santa María. Especialidad en tortillas y cordero a la miel. Entre 15 y 25 euros.- La Gata. Playa de Zahara de los Atunes, Barbate. Chiringuito de día y local de música en vivo por la noche. - Hotel Tres Mares (956 68 06 65;www.tresmareshotel.com). Carretera 340, kilómetro 76. Tarifa. Frecuentado por surferos. La habitación doble cuesta 84 euros.- El Pájaro Verde (956 23 21 18). Playa El Palmar, s/n. Habitaciones y restaurante frente al chiringuito Aborigen, un clásico para ver la puesta de sol. La habitación doble cuesta 55 euros.- Cámping Torre la Peña (956 68 49 03; www.campingtp.com). Carretera 340, kilómetro 78. Desde 5,40 euros por persona. El cámping tiene un restaurante con vistas al mar especializado en pescados.Información- Turismo de la provincia de Cádiz (956 80 70 61; 956 80 72 23; www.cadizturismo.com).- Turismo de Conil de la Frontera (956 44 05 00; www.conil.org).- Turismo de Vejer (956 45 17 36; www.turismovejer.com).- www.cadiznet.com.- www.guiadecadiz.com.

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