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Reportaje:

El mundial aterriza en Stuttgart

La ciudad alemana acoge el 19 de junio el segundo partido de España

Patricia Gosálvez

La primera pista son los futbolines en las salas de espera del aeropuerto.

En los escaparates hay tazas, gorros y muñecos con forma de balón. El mundial ha llegado a Stuttgart.

EL SAQUE INICIAL

Rompiendo tópicos

La capital de la provincia de Baden-Württemberg, en el suroeste de Alemania, espera medio millón de turistas durante el próximo mes. Gracias a seis partidos, doblará su población de 600.000 habitantes; pero están preparados. Como dicen los suabos, "el oso ya está bailando".

A diez minutos escasos del centro en el autobús 44 se llega a otro lugar onírico, la colonia Weissenhof, soñada por Mies van der Rohe en 1927: 21 casas de las que hoy sólo quedan 11

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La oficina de turismo ha tirado la casa por la ventana con el evento de la FIFA y tiene una abrumadora oferta de folletos, propuestas, visitas y excursiones guiadas

En la calle, llena de gente, hay una vibración mediterránea. "Somos los italianos de Alemania", dice Elisabeth Mohr, guía de la ciudad. Los autóctonos cafés Hochland resisten al Starbucks. Prada está hasta los topes, y cada restaurante tiene su biergarten, una terraza para ver y ser visto.

La fiesta del fútbol descubrirá a muchos dos jugadas secretas de Stuttgart: tras su apariencia bucólica se esconden hitos de la arquitectura del siglo XX, de Mies a James Stirling, y lejos de ser una recatada capital de provincia, es ésta una vivaracha villa de disfrutones.

PRIMER TIEMPO El bullicioso centro

Dicen que las 365 habitaciones del Palacio Nuevo, construido por el duque Karl Eugen entre 1746 y 1807 (porque el antiguo no le parecía glamouroso), no eran una para cada día del año, sino una para cada amante. Las malas lenguas aseguran que la cantidad de pelirrojos en la región se debe a la herencia genética del zanahorio señor. También dejó a su pueblo un palacio gigantesco en el centro, rodeado de jardines "que sirven de cuarto de estar para la juventud", según la guía. Durante el mundial, una pantalla gigante tapará la monumental fachada para retransmitir en directo los partidos.

Justo frente a la grandeza barroca, el minimalismo contemporáneo. El Museo de Arte, apodado el Cubo, abrió sus puertas de cristal en 2005. La planta inferior reutiliza dos túneles de tráfico abandonados, aprovechando un espacio muerto urbanísticamente. El Cubo contiene una gran colección de Otto Dix y ayer inauguró Edificios luminosos: arquitectura de la noche, una muestra que le viene como anillo al dedo, ya que es al atardecer cuando el Cubo reluce en todo su esplendor transparente.

En sus escaleras, la gente mira pasar a la gente por la peatonal Königstrasse. Una columna vertebral de escaparates que arranca en la estación de tren, coronada por la ubicua estrella de Mercedes. Un ambicioso plan llevará la estación, de principios del XX, hasta el siglo XXI colocándola a la vanguardia del mapa ferroviario europeo. Stuttgart sabe renovarse tomando riesgos arquitectónicos. Dos calles de seis carriles cortan el centro como tijeras: "Un desastre urbanístico heredado de los cincuenta, cuando todo el mundo se compró un Volkswagen y había que poder usarlo", explica Valerie Hammerbacher, historiadora del arte. Al este, la motorizada calle de Konrad Adenauer se transforma en milla cultural gracias a una tríada posmoderna proyectada por James Stirling: dos museos (el de Historia y la Galería Nacional) y un conservatorio. En la ampliación de la Galería, el escocés desnudó al museo de sobriedad convirtiéndolo en un juego de balaustradas y suelos de colores que invita a entrar. Quien se anime podrá ver la mayor colección de picassos de Alemania. En el edificio antiguo, una muestra de Claude Monet reúne paisajes impresionistas.

DESCANSO Para degustar con calma

Schiller dijo que éste era "el sitio más hermoso del mundo", quizá porque aquí conoció a Laura, su primer amor. Durante el mundial, la plaza que lleva su nombre se llenará de casetas de cata de los vinos autóctonos, como el limberger o el trollinger. Si se quieren llevar las delicias locales de vuelta hay que visitar el estupendo mercado. Lo más típico, los maultaschen, raviolis gigantes rellenos de carne y espinacas. Lo mejor, el restaurante, donde los tenderos comen codo a codo con los turistas.

Hasta ahora el paseo no se ha alejado más que unos cientos de metros de la calle principal. Pero hay vida más allá, a minutos en transporte público (gestionado con eficiencia germana) o al final de una buena caminata.

Los antiguos viñedos de las laderas de Stuttgart son ahora elegantes zonas residenciales plagadas de stäffele, escaleras que recompensan la subida con excelentes vistas. Si no se quiere escalar, las calles adoquinadas de Bohnenviertel ofrecen cafés, boutiques y las tabernas más antiguas de la ciudad. Y el parque de Wilhelma, al norte, una fantasía morisca del siglo XIX con un zoo y un jardín botánico ideal para el pic-nic.

A diez minutos escasos en el autobús 44 se llega a otro lugar onírico, la colonia Weissenhof, soñada por Mies van der Rohe en 1927: 21 casas (de las que quedan 11) de Mies, Le Corbusier, Walter Gropius, Max y Bruno Taut, Peter Behrens, Mart Stam, Pieter Oud... y hasta 17 jóvenes arquitectos que estaban a punto de cambiar el mundo. El proyecto rompió con todas las normas establecidas: el tejado a dos aguas se hizo plano para regalar jardines arquitectónicos, el espacio fluyó libre de dentro hacia fuera y se abandonó la decoración superflua, triunfando la función sobre la forma. Una manera de entender la vivienda (y la vida) que contenía, hace ochenta años, las claves de la construcción moderna. La colonia surgió como "un acuerdo entre creativos e industriales", explica la historiadora Valerie Hammerbacher. "Los arquitectos querían promover sus ideas con una exposición a tamaño real y el Ayuntamiento necesitaba casas, así que les dejaron este espacio libre en lo alto de la colina". La exposición duró seis meses y luego las casas se convirtieron en hogares de alquiler de afortunados funcionarios. Los Kremmel viven desde hace 25 años en una obra de arte precursora del estilo orgánico firmada por Hans Scharoun. Han interiorizado los conceptos del artista: "La hilera de ventanas hace que creas que el salón está en el jardín. Tiene luz y aire, te sientes libre, no encerrado", dicen. A pesar de los turistas en su puerta, creen que es "una buena casa". Y haberse criado en ella, la razón por la cual uno de sus hijos es arquitecto.

SEGUNDO TIEMPO Fútbol y coches

De lejos parece una serpiente enroscada o un platillo volante. En el Gottlieb-Daimler, el cuarto estadio de Alemania, caben unos 55.000 forofos. Las gradas del flamante campo, recién reformado, están cubiertas por una ingeniosa estructura de cable de acero y membranas de poliéster. Situado al noroeste de la ciudad, a dos paradas de metro, pero lejos a pie, forma parte del parque Neckar, una especie de recinto ferial rodeado de autopistas que acoge los museos de Porsche y Mercedes.

El de Mercedes abrió el pasado mayo. Es el buque insignia del poderío de la marca en la región donde dos visionarios (que ponen nombre al estadio vecino) inventaron el primer automóvil moderno. En el interior de esta caracola de cristal y cemento duermen 180 joyas de la mecánica que recorren 110 años de historia. De los coches de caballos con un motor de combustión adosado, a los prototipos futuristas propulsados por placas solares. El museo merece la pena tanto por el contenido como por el continente. El edificio forma un juego de hélices donde las paredes se convierten en suelo y luego otra vez en paredes. "Los visitantes fluyen por el interior, casi rodando, como si fuesen coches", dice Ben van Berkel, su arquitecto. "El polígono de Stuttgart es un lugar idóneo para este museo", explica, "desde dentro se ve el movimiento constante de las carreteras que lo envuelven, recordándonos la ubicuidad del objeto que se muestra".

PRÓRROGA

Con tiempo extra

En Stuttgart se nota el dinero. Si se tiene tiempo para ir de compras, sus más de 300.000 metros cuadrados de calles peatonales ofrecen mil y una formas de gastar euros. Hay centros comerciales que se ocultan tras fachadas clasicistas, como el nuevo Pasaje del Edificio Real, y galerías de moda que esconden atrios con conciertos de jazz, como la Königsbaupassagen. Hay calles repletas de marcas de alto copete (Calwer Strasse) y barrios que bullen de nuevos diseñadores (Geberviertel). Si se tienen ganas de espectáculo no balompédico, el teatro de la Ópera -"el más bonito del mundo", según el legendario director de escena Max Reinhardt- propone La flauta mágica y el ballet Romeo y Julieta.

La oficina de turismo ha tirado la casa por la ventana con el evento de la FIFA y tiene una abrumadora oferta de folletos, propuestas, visitas y excursiones guiadas que llevarían meses en completarse. Viñedos, balnearios, viajes en barco por el río Neckar, visitas al palacio villa de Ludwigsburg -el Versalles suabo- o al monasterio de Maulbronn (patrimonio de la Unesco)...

El gasto no para por las noches. Cientos de restaurantes plantan sus menús sobre las aceras. De codillo en un entorno de madera a sushi en un local minimalista, un abanico de posibilidades.

Mucho más tarde, la ciudad sigue sin dormirse. El centro es un ir y venir de gente hasta el amanecer. Theodor-Heuss Strasse, la avenida de seis carriles que corta el centro por el oeste, se ha convertido en un paseo marítimo de la marcha. Al pie de lo que es casi una autopista, jóvenes arquitectos han transformado los bajos de las oficinas de los cincuenta en garitos de diseño como el Suite 212, que tiene hasta una instalación del videoartista Nam June Paik. A lo largo de la avenida hay enormes tarimas con cojines para que los noctámbulos se repanchinguen con la copa mecidos por el ruido del tráfico. El perfecto plan pos-partido para celebrar la victoria o mitigar la pena de lo impensable.

El estadio de Gottlieb-Daimler, en Stuttgart, donde jugará la selección española el 19 de junio, debe su última remodelación al estudio alemán de arquitectura Arat Siegel.
El estadio de Gottlieb-Daimler, en Stuttgart, donde jugará la selección española el 19 de junio, debe su última remodelación al estudio alemán de arquitectura Arat Siegel.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar- Germanwings (916 25 97 04; www.germanwings.com) vuela a Stuttgart sin escalas.- KLM, Swiss, Air France y AIitalia son algunas compañías aéreas que ofrecen vuelos con escalas en diferentes ciudades.- Prefijo telefónico: 00 49 711.Museos y visitas- Museo de Arte / Kunstmuseum (www.kunstmuseum-stuttgart.de; 216 21 88). En la plaza del Palacio, frente al mismo. Precio: 5 euros; 7 euros con la entrada a la exposición permanente Edificios luminosos.- Galería Nacional / Staatsgalerie (470 400; www.staatsgalerie.de). Konrad Adenauer Strasse, 30-32. Precio: 4,50 euros; 8 con entrada a la exposición de Claude Monet.- Museo Mercedes (172 25 78; www.mercedes-benz.com/classic). En el parque Neckar.- Museo de Historia (212 39 50; www.hdgbw.de). Konrad Adenauer, 16. Entrada: 4 euros. Para conocer la antropología suaba, ideal con niños.- Colonia Weissenhof (257 91 87; www.weissenhof.de y www.weissenhofsiedlung.de). El centro de información está en el edificio de apartamentos de Miesvan der Rohe (Am Weissenhof, 20). Bus 44, parada Kunstakademie.- Parque Willhelma (5 40 20; www.wilhelma.de). Neckartalstrasse. Tranvía U14 a Willhelma.Dónde comer- Cube (www.cube-restaurant.de; 280 44 41). En el último piso del museo de arte. Menús desde 8 euros por el día y unos 30 de noche.- Ratskeller (239 78 0; www.stuttgarterratskeller.de). Marktplatz, 1. Sobrio y amplio local para degustar las especialidades suabas. Entre sus clientes, la clase política de la ciudad. Menú desde unos 15 euros.- Kachelofen (24 23 87). Eberhardstrasse, 10. Presidido por una estufa, con bancos de madera, vino servido en las tazas típicas de la región y, en los platos, codillo de cerdo. La experiencia más tradicional. Entre 20 y 30 euros.Más información- Oficina de turismo de Stuttgart (22 82 29; www.stuttgart-tourist.de). I-Punkt, en Königstrasse, 1. Frente a la estación de tren.- Oficina de la FIFA (www.fifawm2006.stuttgart.de). Hay un punto de información en el i-Punkt.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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