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Reportaje:FIN DE SEMANA

Un paseo que mira a los Pirineos

Pau despliega su encanto francés con un toque británico

Situada a poco más de un centenar de kilómetros de Jaca y a dos horas en coche desde San Sebastián, la capital de la región francesa de Béarn es poco conocida en España, pese a ser una de las ciudades más agradables e interesantes del otro lado de los Pirineos. Pau tiene una intensa vida cultural y universitaria sin dejar de ser la villa tranquila de clima delicioso que encandiló a los ingleses en el siglo XIX. Con doce siglos a cuestas, su centro se conserva de manera admirable y posee una atractiva rareza: un paseo que mira a los Pirineos, desde donde uno diría que las montañas con crestas blancas son en realidad olas gigantescas de un mar embravecido. Por si fuera poco, sus nuevos edificios, como el Zénith o el Palais des Sports, tienen el sello de la arquitectura de vanguardia, y toda la ciudad está jalonada de jardines que invitan a la contemplación y la lectura.

Lo mejor es empezar por el castillo, donde nació el rey Enrique IV de Francia y de Navarra. Situado en el extremo de la ciudad vieja, ese edificio imponente alberga una de las mayores colecciones de tapices del país galo, más de ochenta piezas reunidas en la época de Louis-Philippe y de Napoleón III. No menos agradable será el paseo por el barrio que lo rodea, donde se despliega la antigua villa medieval con sus calles empedradas y su atmósfera renacentista. En esta zona hay numerosos restaurantes de buena mesa que los gourmets ingleses ocupan no bien el atardecer, que tiñe de ámbar el verdor natural de Pau, se derrama sobre la ciudad.

Ciudad-jardín

El verde es el color que predomina en Pau. Una floresta envuelve la villa y es visible nada más abandonar la autopista para dirigirse al centro. Se diría que la ciudad ha crecido en medio de un bosque pirenaico, el verdor salvaje de la montaña. Pues lo que da a Pau un carácter especial es la variedad y magnificencia de sus parques y jardines. Los amantes de los árboles estarán en su elemento. Y los aficionados a las flores, a la botánica, a la arquitectura de jardines. Aquí hay de todo: jardines ingleses, japoneses, jardines Renacimiento y mediterráneos, parques atlánticos. Secuoyas de perpetuo verdor, tilos, palmeras, cipreses, magnolias, árboles de Judea, cedros del Himalaya, araucarias de Chile. En el parque Beaumont, con sus alamedas que desembocan en el quiosco de música y los cisnes del pequeño lago, se puede admirar una espléndida rosaleda, siempre que, en plena primavera, uno no sea alérgico al polen y al intenso perfume que exhalan las diversas especies.

Tomando la Rue des Réparatrices, al final de la alameda Anna de Noailles, crecen como hongos satisfechos las villas inglesas, también rodeadas de jardines. Al llegar al Square Besson uno es recibido por la imponente altura solitaria de las secuoyas de California. Entonces volvemos sobre nuestros pasos para atravesar el parque Beaumont y el puente Oscar II. Napoleón I tuvo la feliz idea de echar abajo el muro de piedra que impedía la vista de esta parte de la villa hacia la montaña. Los románticos de variado pelaje se lo agradecieron con creces. Seguramente pensando en el estimulante paseo que Adolphe Alphand hizo del Boulevard des Pyrénées, el poeta Lamartine dijo que Pau tenía "la más bella vista de tierra, como Nápoles tiene la más bella vista marítima". Casi dos kilómetros de contemplación pirenaica hasta acabar en el parque del castillo donde Catalina de Navarra sembró granados, limoneros y mirtos. Además de plantas medicinales y por fin la preciosa alameda con el permanente rumor de 147 tilos.

El corazón de Pau es francés y quizá algo español, pero la epidermis resulta bastante british. A principios del siglo XIX las guerras napoleónicas llevan a Pau a los soldados de Wellington. El médico militar Alexander Taylor se instala a la sombra de los Pirineos para convalecer del tifus. Agradecido con el clima del lugar, escribirá una obra alabando las virtudes de Pau, que leerá todo el mundo en su país. Así empieza la colonización británica que hará de Pau la más anglófila villa de Francia. La capital de Béarn verá surgir el primer campo de golf del continente, amén de una iglesia anglicana, St. Andrews, y cientos de mansiones de parques animados por los rododendros.

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El nuevo siglo impuso la modernización de Pau, con edificios como el Palais Beaumont. La universidad ganó prestigio en el resto de Francia y en España. En el colegio de los jesuitas estudiaron Lautréamont y Saint-John Perse. Hoy la Universidad de Pau atrae a unos 15.000 estudiantes en un campus situado en los barrios nuevos. Mas el mundo del visitante se reducirá a ese microcosmos especial de tonos verdes y aromas de poule au pot. Un microcosmos enmarcado por montañas donde el funicular, que transporta los viajeros desde la estación a la Place Royale, regalándoles en el trayecto una increíble vista del palmeral con la alta cordillera al fondo, parece formar parte de un cuidado y perfecto tren eléctrico inglés.

José Luis de Juan es autor de Campos de Flandes (Alba Editorial)

Los edificios de viviendas de Pau dejan ver al fondo la silueta nevada de los Pirineos.
Los edificios de viviendas de Pau dejan ver al fondo la silueta nevada de los Pirineos.ERIC BRISSAUD

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir e información- Pau se encuentra a 160 kilómetros por carretera de San Sebastián, a 110 de Jaca y a 40 de Lourdes.- En tren (Renfe, 902 24 34 02) hay conexión a Pau desde Hendaya (a 145 kilómetros de Pau, unas dos horas de viaje), y el trayecto cuesta unos 20 euros.- Oficina de turismo de Pau (0033 559 27 27 08 y www.pau.fr). Ofrece una base de datos de alojamiento.

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