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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

Los demonios sobre París

ELLOS CONTEMPLAN París desde las torres de Notre Dame.

Ellos son los demonios, las figuras grotescas, los pájaros irreales situados en un pilar gótico o suspendidos en algún saliente del muro.

Ciegos, indiferentes, altivos con los visitantes que suben a las torres, son, en cambio, dóciles, atentos, y están pendientes de la ciudad. Con su vista agudísima mientras observan el tejido de la vida parisiense, parece que siempre buscan algo que les llame la atención y no pierden ningún movimiento, aunque a veces parece que sólo dan una ojeada.

Con su mirada o su vistazo, la ciudad cobra vida cada mañana, al margen del sol o de las nubes. Reconstruyen los monumentos históricos para los visitantes, los edificios oficiales y algún rascacielos para los trabajadores, las tiendas para los compradores y vendedores; recolocan las vías de los trenes y del metro, extienden el alquitrán en las calles... justo en el momento en que la vida nocturna se desvanece. Con este ritual diario, la vida diurna nace. Su mirada es, pues, un acto de creación, a la vez que de protección y de amparo.

Al pisar la ciudad, los visitantes primerizos notamos unos ojos veladores y vigilantes. Cuando subimos a Notre Dame admiramos la ciudad y descubrimos sorprendidos qué ojos son los que llevamos clavados en la nuca mientras paseamos. Con la vista puesta en los tejados y en las calles se nos desvela el secreto del ritual matutino de estas figuras grotescas. La ciudad existe para nosotros.

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