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Viaje a las Lofoten, islas de montañas, frailecillos y leyendas de troles

Enormes picos que emergen desde el mar, naturaleza salvaje protagonizada por aves o ballenas y días eternos en verano por el sol de la medianoche. En este bello archipiélago en el Ártico noruego no faltan casas de pescadores convertidas en alojamiento o museos vikingos

Un grupo de personas en kayak, cerca del pueblo de Reine, en las islas Lofoten (Noruega).
Un grupo de personas en kayak, cerca del pueblo de Reine, en las islas Lofoten (Noruega).ATSIANA VOLSKAYA (getty images)

Una imagen que quedará siempre grabada en el recuerdo es la de las islas Lofoten cuando uno se va acercando en el ferri de Bodø, escoltado por frailecillos en vuelo rasante sobre el mar y alguna orca junto a su cría surcando las aguas. Un muro de piedra de islas montañosas se yergue ante nosotros con enormes picos y vertiginosas laderas de tonos ocre, verde o blanco, según la estación. Emergen verticalmente desde el mar hasta los 1.000 metros de altura con forma de molares agrietados o uñas de felino: Lofoten significa pies de lince.

Estamos en uno de los archipiélagos más bellos del mundo. Situado en el Ártico noruego, poco habitado, es un refugio para los amantes de la naturaleza salvaje. Un lugar de paisajes espectaculares para disfrutar practicando senderismo, ciclismo o esquí por sus empinadas laderas en invierno; o descubriendo las accidentadas costas de sus 2.000 islas e islotes en kayak, fuera borda o pesquero, mientras avistamos ballenas, orcas, focas, águilas, frailecillos y todo tipo de aves marinas. Actividades que en verano se pueden realizar en horas nocturnas, en los larguísimos días sin oscuridad; iluminados, entre mayo y julio, por el sol de medianoche que en su interminable ocaso tiñe cielo y tierra de ámbar para volver a ascender sin ocultarse en el horizonte. Entre octubre y marzo, disfrutaremos de las impresionantes auroras boreales, ya que este es uno de los enclaves ideales para ver estos haces de luz ondulantes, verdosos y violáceos, que bailan cadenciosamente en la oscuridad de la noche.

Orcas en aguas del archipiélago de las Lofoten (Noruega).
Orcas en aguas del archipiélago de las Lofoten (Noruega).GEORGE KARBUS (getty images)

Las Lofoten están habitadas desde tiempos inmemoriales, como dan fe las pinturas rupestres de más de 3.000 años de las cuevas de Refsvikhula, en la isla de Moskenesøya, catedral de piedra que el sol de medianoche ilumina en su totalidad; de Helvete, en un islote cercano a la isla de Røst, y de Sanden, en Vaerøy. De las Lofoten, en concreto de la antigua Vågan (la actual Kabelvåg), ya se habla en las sagas vikingas del siglo XII recogidas en el Heimskringla. De hecho, uno de los mejores museos vikingos de Escandinavia, el Lofotr, se halla en Borg, en la isla de Vestvågøya, sobre una de las mayores casas comunales y yacimientos arqueológicos descubiertos.

Una mujer en una cabaña de pesca ('rorbu') en Henningsvaer.
Una mujer en una cabaña de pesca ('rorbu') en Henningsvaer.getty images

Las cinco principales islas —Gimsøya, Vestvågøya, Moskenesøya, Austvågøya y Flakstadøya— se pueden recorrer por carretera, por la llamada Ruta del Rey Olaf, accediendo desde el continente europeo por el puente Tjeldsundbrua que lleva a la isla Hinnøya. Están unidas a través de túneles y puentes de trazado imposible. Siguiendo la carretera, que a veces parece rozar el mar, nos iremos encontrando con un paisaje salpicado de islas y espectaculares montañas que brotan del agua rodeando idílicas playas vírgenes de arena y aguas turquesa —como las de Haukland y Uttakleiv en Vestvågøya, o Bunesmen y Kvalvika, la llamada “playa de las ballenas”, en Moskenesøya—; tentadoras para el baño, aunque sin olvidar que nos hallamos en el Ártico. Irán saliendo a nuestro paso lagos, fiordos y coquetos pueblos pesqueros en pequeñas ensenadas, con sus típicas casas de madera color terracota —los pequeños rorbu y los sjøhus—. Desde el siglo XII en que el rey Oystein mandó construir los primeros en Vågan, han servido de alojamiento a los marineros que cada año acuden a la pesca del bacalao. Los sjøhus, además de alojamiento, eran lugar de trabajo en todo lo que rodea a la pesca. Hoy son albergue de turistas. Los hay sencillos, con literas de madera, y otros con todas las comodidades de un buen hotel. Algunos son palafitos del siglo XIX, como en Nusfjord, en la isla Flakstadøya. No hay nada más placentero que asomarse a la ventana o al porche y disfrutar del horizonte, sin más ruido que el agua meciéndose sobre las rocas.

Bacalao secándose al sol en un 'hjell', en el pueblo pesquero de Reine.
Bacalao secándose al sol en un 'hjell', en el pueblo pesquero de Reine.Michael Sommerauer (getty images)

Las islas han vivido tradicionalmente de la pesca, especialmente del bacalao, el exquisito skrei. A principios de año llega desde las frías aguas del mar de Barents para desovar en las más cálidas de las Lofoten debido a la Corriente del Golfo, que permite al archipiélago tener un clima más benigno de lo normal en estas latitudes. En verano se ven por todas partes bacalaos secándose al sol en estructuras de madera, los hjell. Casi todo se exporta desde hace siglos a Italia, España y Portugal. Y todo se aprovecha: las cabezas se reducen a polvo para sopas; las lenguas se consumen fritas; y del hígado se obtiene un aceite cuyo gusto sufrieron los niños de la posguerra española.

El bacalao también ha sido objeto de tensiones en las islas; como en 1890, entre los defensores de la pesca con redes y los de las artes tradicionales, en la batalla de Trollfjord, inmortalizada por el pintor Gunnar Berg y el novelista Johan Bojer en El último de los vikingos. El Trollfjord es uno de los atractivos de las Lofoten. Un fiordo de apenas un centenar de metros de ancho, dos kilómetros de largo y vertiginosos farallones de 1.000 metros de altura. En verano suele entrar el barco Hurtigruten, la línea marítima que desde finales del siglo XIX recorre a diario la costa noruega desde Bergen al cabo Norte. Según la leyenda, este era un lago que pertenecía a un trol; gigante temido, poco agraciado, que vive en cuevas para no convertirse en roca al darle la luz solar. El fiordo se formó cuando lanzó su hacha para espantar unas vacas y esta golpeó las rocas abriendo una brecha por la que entraron las aguas marinas. En el lugar solo quedó una cabra muerta por el aluvión. El trol la lanzó con tal fuerza que fue a caer en Svolvaer, donde quedó petrificada. Hoy es el Svolvaergeita, la “cabra de Svolvaer”, el escarpado monte que la arropa.

Svolvaer es la principal ciudad de las Lofoten y lugar idóneo como base para recorrerlas. Cuenta con un pequeño e interesante museo sobre la ocupación alemana en la II Guerra Mundial y la galería de arte Gunnar Berg, con obras como La batalla de Trollfjord. A 40 minutos de ferri se halla Skrova, una pequeña isla de pescadores y playas de arena blanca conocida como la Hawái de las Lofoten, ya que es la que tiene más días de sol al año.

Más cerca de Svolvaer está Kabelvåg, la vieja Vågan vikinga, de la que es destacable su iglesia de madera, la segunda en tamaño de Noruega, que puede albergar 1.200 personas; y el Museo Lofoten, sobre la vida en torno al mar. A 20 minutos en coche espera Henningsvaer, la Venecia del Norte por los canales y puentes que unen las islas en las que se extiende. Una pequeña península la ocupa un campo de fútbol rodeado de rocas que se precipitan al mar cuyas fotos desde un dron dan una idea de la espectacularidad del lugar.

El pueblo con el nombre más corto

En Reine lo tradicional es subir al Reinebringen, de sendero escarpado (peligroso con lluvia), desde cuya cima se disfruta de una de las más inolvidables panorámicas. Reine es considerado en las islas como el pueblo más bonito, situado en una impresionante bahía salpicada de coloridos rorbu, rodeada de montañas, islotes y un fiordo para explorar en kayak.

Un frailecillo en las Lofoten.
Un frailecillo en las Lofoten.Tomás Sereda (getty images)

A 10 minutos de Reine se halla Å, el pueblo con el nombre más corto del mundo. Se pronuncia O y Noruega es la última letra del abecedario noruego, significa “lugar donde hay agua”. Cuenta con una fábrica de aceite de hígado de bacalao que se remonta a 1850, así como con un par de museos dedicados a la vida en torno a la pesca. Al sur de Å se divisa la isla de Vaerøy, que, junto a la vecina Røst, es un paraíso para avistar aves marinas. En la primera y en los islotes de la segunda anidan miles de cormoranes, gaviotas, acechantes águilas marinas y simpáticos frailecillos. Desde Skomvaer, hoy habitado por focas y a la que solo se puede acceder en barca aprovechando el vaivén del oleaje, se puede ver cómo las nubes perfilan las montañas de Vaerøy, subiendo y bajando por sus laderas. Vaerøy es la isla Vurrgh del cuento de Edgar Allan Poe Un descenso al Maelström, remolino de estas aguas de difícil navegación que también menciona Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino.

Hablando de Verne, si queremos ver ballenas, lo mejor es acercarse a las islas Vesterålen. No son tan escarpadas como las Lofoten, pero su naturaleza de bosques y renos es igualmente atractiva. Desde Andenes, viejo puerto ballenero, salen barcos para ver cachalotes, orcas y ballenas jorobadas. El broche final a un viaje que nos habrá dejado recuerdos imborrables.

Manuel Florentín es editor y autor del ensayo 'La unidad europea. Historia de un sueño' (Anaya).

Bacalao, ‘skolebrød’ y cerveza Thorvaldur

El bacalao, el salmón, el arenque, el pez gato, las gambas y las carnes de ballena y reno son parte de la dieta del archipiélago noruego de las Lofoten. Se pueden degustar en restaurantes como el Underhuset de Reine, el Lofotmat de Henningsvaer, el Børsen y el Paleo Arctic de Svolvaer, o el Lysthuset de Andenes. También en el vecino archipiélago de las Vesterålen.

Dado que ir de restaurantes en Noruega sale caro, una alternativa es comprar gambas directamente a los barcos atracados en el puerto; algún queso local y embutido de reno en mercadillos como el de Svolvaer; pan, un típico rollo de canela o un skolebrød con natillas a la cúrcuma y coco en panaderías como la del pueblo de Å, en la Unseld de Kabelvåg o en el café Lysstøperi de Henningsvaer; una cerveza local Thorvaldur en el supermercado, y sentarse en algún banco con mesa mirando al mar. Un lujo más asequible.

También se puede degustar pescado fresco en los pesqueros en los que se visita el Trollfjord, en los que se invita al turista a pescar con anzuelo. Los lomos de las capturas se cuecen con agua de mar y pimienta, se sirven sobre una tostada con mantequilla y se degustan mientras uno ve a las águilas marinas cazando al vuelo los desechos que se tiran por la borda.

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