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Un ‘spritz’ con los florentinos

Librerías café, una 'trattoria' dentro de un mercado, tiendas 'delicatessen' y más propuestas para saborear la ciudad toscana lejos del trasiego turista

Sala del restaurante La Ménagère, en Florencia.
Sala del restaurante La Ménagère, en Florencia.Alamy

Visitar Florencia implica pasarse el día entre museos y lugares icónicos de la historia del arte. Pero si necesitamos hacer un receso, descansar del síndrome de Stendhal tras ver tanta belleza, ¿habría algún otro quehacer matutino o vespertino? ¿Algún local en el que comer rodeados de florentinos? Aquí van unas cuantas ideas que permiten experimentar las muchas facetas de la ciudad.

Es difícil no sentirse turista en Florencia, pero no es imposible, sobre todo si nos acercamos a la zona de Sant’Ambrogio. Al este del meollo histórico-artístico se despliega este barrio cuyo mercado está lleno de vida. Además de puestos de queso con pistachos o de cuellos de gallo rellenos, aquí se encuentra la diminuta Trattoria da Rocco, que gusta a viajeros y locales por igual gracias a sus recetas de cocina toscana. A dos pasos está el Mercato delle Pulci (mercado de las pulgas), un conjunto de locales de anticuarios y almonedas recién inaugurado.

El 'food truck' Tripperia Pollini, en Piazza Sant'Ambrogio.
El 'food truck' Tripperia Pollini, en Piazza Sant'Ambrogio.peterforsberg (Alamy)

Si queremos alegría, hay que acudir a comer a La Cucina del Ghianda. A mediodía funciona como tavola calda: a la vista de los comensales se ofrecen varios primeros y segundos platos con sus guarniciones para elegir, siempre a precios asequibles. Una buena oportunidad para probar la florentina pappa al pomodoro, una sopa templada que lleva miga de pan, tomate y albahaca entre sus principales ingredientes.

Otra opción es decantarse por comer en la calle: los food trucks en la ciudad italiana llevan toda la vida en boga. Tripperia Pollini es el más popular; está cerca del Mercato di Sant’Ambrogio y a él acuden en enjambre los florentinos a nutrirse de jugosa casquería en forma de bocadillos de trippa y de lampredotto, primos cercanos de los callos españoles.

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La gran institución gastronómico-cultural del barrio es Cibrèo, que además de un restaurante ha abierto una gran tienda de delicatessen y objetos artesanales con una terraza en la azotea. Del mismo dueño —Fabio Picchi, una celebridad en Florencia—, es el Teatro del Sale, muchos de sus espectáculos musicales están liderados por la diva Maria Cassi, cantante y cómica de tintes cabareteros. Más hacia el este encontramos el complejo monumental de Le Murate, una antigua cárcel y un convento revitalizados para los ciudadanos. Allí, en medio de la Piazza delle Murate, aguarda el Caffè Letterario, perfecto para beber cócteles y participar en actos literarios y conciertos.

Terraza en el complejo monumental de Le Murate.
Terraza en el complejo monumental de Le Murate.Alamy

En el apartado de las compras, para evitar traer como recuerdo una estatuilla del David de Miguel Ángel en colores fluorescentes, hay que visitar Pegna dal 1860, una tienda de alimentos inaugurada en ese año donde venden miel de toda Italia, chocolate con regaliz, mermelada de mandarinas sicilianas y mil delicias más. O quizá, tras un par de días en el país, ya sea el momento de atreverse a leer algún libro en italiano. Aunque no lo fuese, hay que visitar Todo Modo, donde también se pueden encontrar regalos exquisitos para quienes aman los libros y la escritura. Atendida por los amabilísimos Pietro y Maddalena, florentinos de pura cepa, esta librería, que también es café y restaurante, es un punto de encuentro muy sabroso. A mediodía, el menú lo elabora una chef japonesa que hace guiños a otras cocinas del mundo, por si uno se cansa de la italianidad.

Detalle del aperitivo vespertino en el Cibrèo.
Detalle del aperitivo vespertino en el Cibrèo.Dallas Stribley (GETTY images)

Al sur del Arno

Florencia está atravesada por el río Arno. Los visitantes que van con prisas se centran en la parte norte, pero al cruzar el río, en la zona llamada Oltrarno, también hay mucho que ver. Sus principales puntos de interés artístico son el Palazzo Pitti, el Jardín de Bóboli y la iglesia de Santo Spirito, donde el joven Miguel Ángel aprendió dibujo anatómico gracias a los cadáveres del hospital perteneciente al monasterio. A pocos metros, esperan la librería café La Cité y el club de jazz NoF.

Cae la tarde, ¿adónde ir? Se puede volver a cruzar el Arno y visitar la biblioteca pública del Monastero delle Oblate. Además de leer o escuchar música en sus salas, en su claustro hay un café con vistas a la cúpula de Santa Maria del Fiore. Otra opción es ir al cine (aún cerrado por la pandemia), pero a una sala de las de toda la vida, el Cinema Odeon, junto a la plaza de la República. Todo, desde las taquillas al patio de butacas, tiene un encanto añejo cada vez más escaso en el planeta.

Detalle del surtido de la vinería Procacci.
Detalle del surtido de la vinería Procacci.Christine Webb (Alamy)

Cuando dan las siete de la tarde comienza el ritual de la apericena: al pedir una bebida, que muy bien puede ser un spritz, muchos bares incluyen un sabroso bufé libre por unos 10 euros. Entre ellos destaca Soul Kitchen, cuyo nombre en inglés puede despistar ya que dentro sirven recetas 100% italianas. Pero para estirar un poco el meñique de puro refinamiento hay que entrar en la decimonónica vinería Procacci, un local diminuto donde abundan las exquisiteces, en concreto sus famosos panini tartufati, unos micropanecillos rellenos de paté de trufa. Y como fin de fiesta se puede tomar una copa en el imponente espacio de La Ménagère, una antigua fábrica de porcelana junto al Palazzo Medici Riccardi.

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