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Escapadas

Irlanda, de costa a costa

El rastro de Leopold Bloom en Dublín, la bella Galway, los acantilados de Moher y ricas pintas de Guinness. Planes poscovid en la isla esmeralda

Los acantilados de Moher, en la costa oeste de Irlanda.
Los acantilados de Moher, en la costa oeste de Irlanda.

Irlanda es una isla verde llena de hermosos paisajes, gente simpática, una alta densidad de escritores por kilómetro cuadrado y una cerveza, la Guinness, más antigua que el propio país: la primera Guinness se elaboró hace 260 años y la República de Irlanda aún no ha cumplido 100 desde la independencia del Reino Unido. Los mismos años que Irlanda tiene el Ulises de James Joyce, que vino a revolucionar la literatura moderna en 1922. Cada 16 de junio se celebra el Bloomsday, pues durante ese día de 1904 transcurre la novela, con su protagonista Leopold Bloom recorriendo Dublín y otros mundos interiores. Tampoco es mal día para viajar a Irlanda el 17 de marzo, cuando se recuerda a san Patricio, que expulsó las serpientes de la isla. Sin embargo, pandemias aparte, la mejor época es el verano; aunque no nos hagamos ilusiones, porque llover, llueve. El día con menor probabilidad de precipitaciones es el 22 de abril, según weatherspark.com, con solo un 26%, así que mejor no darle tanta importancia al agua.

En Irlanda hay numerosas rutas interesantes, pero, cuando la covid-19 lo permita —actualmente se requiere PCR negativa y cuarentena de 14 días a los viajeros procedentes de España, y hay duras restricciones sanitarias hasta el 31 de enero, con pubs y museos cerrados—, proponemos una muy sencilla: Dublín, la capital, y Galway, en la misma latitud, pero en la costa occidental. Doscientos kilómetros de nada.

Una violinista en Grafton Street, en Dublín.
Una violinista en Grafton Street, en Dublín.E. BLANCO (ALAMY)

Dublín

El río Liffey sirve para orientarnos, pues separa el norte, donde se ubican los barrios más populares, del sur, más elegante y donde se concentra la mayoría de lugares turísticos, como Temple Bar, el barrio con los pubs más animados (ahora no tanto). Pero como en casi cada calle de Dublín hay al menos un pub —“Buen lío sería cruzar Dublín sin pasar por una taberna”, dice Leopold Bloom en el capítulo cuatro del Ulises—, no resulta imprescindible visitar dicho barrio. Muy cerca está el Trinity College, la universidad más antigua de Irlanda, con campos de hierba rodeados de imponentes edificios, clubes donde no está permitido el uso del móvil o la fabulosa biblioteca, que alberga la joya de la corona: el Libro de Kells, un manuscrito en latín que contiene los cuatro evangelios con fantásticas ilustraciones, realizado en torno al año 800. Más antiguo que la Guinness, en cuya fábrica lo más interesante quizá sea la vista desde la última planta acristalada, donde constatar, mientras buscamos la torre de St. Patrick, que las burbujas de esta cerveza no suben sino bajan.

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A 20 minutos a pie encontramos Kilmainham Gaol, la cárcel vacía más grande de Europa, cuya visita sobrecoge —la vimos en En el nombre del padre, de Jim Sheridan—, aunque ahora permanezca cerrada por prevención sanitaria. Normalmente se puede entrar en las celdas, salir al patio y pasar la mano por el muro ante el que fusilaron a quienes se levantaron en 1916 a favor de la independencia irlandesa. De vuelta al centro podemos hacer escala en Marsh’s, la biblioteca más antigua (desde 1707), y comprar una pastilla de jabón en Sweny’s —la farmacia donde también la compró Bloom— antes de pasear por Grafton Street, la principal calle comercial, donde la protagonista de Las chicas del campo, la novela de Edna O’Brien, queda para cenar con un Mr. Gentleman, y donde Glen Hansard tocaba la guitarra y conoció a Markéta Irglóva en la película Once. Ya con hambre, habrá que buscar otro pub cercano, por ejemplo el acogedor O’Donoghues (también clausurado temporalmente; odonoghues.ie), con música en directo —allí comenzaron The Dubliners— e ideal para un plato de ­fish and chips. “And another pint of Guinness, please”.

Galway

El centro de esta hermosa ciudad universitaria es muy asequible. Vayamos desde Eyre Square hasta Spanish Arc recorriendo Shop Street, la calle de las compras. Y es que tras el Arco Español, un resto de muralla, se encuentra Spanish Parade, la antigua lonja, un sencillo y bonito paseo junto a la desembocadura del río y el puerto. Existe el mito en Irlanda de que todo oriundo moreno es descendiente de los marineros españoles que sobrevivieron a los naufragios de la Armada Invencible en esta costa, aunque lo cierto es que al final no sobrevivieron ni los supervivientes, pues fueron ordenados ejecutar por las autoridades inglesas, que temían la invasión de Irlanda. A 20 kilómetros de los acantilados de Moher se encuentra también el Spanish Point, un lugar de vacaciones frente al mar —por si no llueve— que toma el nombre de la accidentada llegada de aquellos marineros.

Llegar a Moher requiere una hora y media de curvas irlandesas desde la bella Galway; acercarse al borde de esta estructura rocosa que forma paredes verticales de hasta 200 metros sobre el mar precisa atrevimiento. Tras recobrar la respiración, podremos pedir la sopa del día en Gus O’Connor’s, uno de los dos pubs de Doolin, un cercano pueblecito de casas de colores. De vuelta a Galway se recomienda parar en el castillo de Dunguaire, en Kinvara, aunque no es obligatorio quedarse a la cena medieval. También podemos elegir un pub de Shop Street al azar (cuando reabran); en todos se come bien y nos servirán con una sonrisa.

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