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Dos aventuras en El Salvador

Un viaje repleto de emociones a través de la ruta del Guerrillero y la de las Flores, emblemáticos itinerarios del pequeño país centroamericano

Mural en el pueblo salvadoreño de Nahuizalco.
Mural en el pueblo salvadoreño de Nahuizalco.Rafael Pola

Aunque El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica, concentra una de las más variadas y atractivas ofertas turísticas de la zona: importantes yacimientos mayas; sorprendentes pueblos coloniales; playas ideales para las más diversas prácticas deportivas; singulares espacios naturales que incluyen una llamativa cadena de volcanes… El viaje que realizamos en esta ocasión contendrá el itinerario turístico más popular del país —la ruta de las Flores— y quizás también el primero que se diseñó después de concluida la guerra civil que asoló El Salvador en la década de 1980. Pero la primera parte de la aventura será, precisamente, la ruta de los Guerrilleros, en la que se visitan algunos de los principales escenarios del pasado conflicto bélico y que es de los últimos recorridos turísticos abiertos por el país mesoamericano, que desde septiembre ha empezado a reactivar gradualmente su aeropuerto tras seis meses cerrado por la pandemia y que este octubre ha sido designado destino seguro para viajar por el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC).

Por las sendas de la memoria

Candelario Langaverde, padre de 10 hijos varones y quizás de otras tantas hijas, tiene un nombre y una historia digna de cualquier personaje de la mejor literatura latinoamericana del realismo mágico. Es un antiguo combatiente del conflicto civil que, entre 1980 y 1992, marcó para siempre la historia del país. A él le llevaron a las montañas sus ideales; la feroz represión que sufría la población y el magnicidio de Monseñor Romero, arzobispo de El Salvador asesinado por los escuadrones de la muerte en 1980. “Fue, sobre todo, una guerra en defensa propia; una guerra en defensa de nuestra vida y de nuestra dignidad porque con el asesinato de Romero nos mataron hasta la palabra”, dice Langaverde. Y añade: “Las guerras no son buenas ni para quien las gana”. Para concluir: “Nosotros no ganamos la guerra, pero sí la paz”.

El exguerrillero Candelario Langaverde, en su granja en las proximidades del cerro de Guazapa.
El exguerrillero Candelario Langaverde, en su granja en las proximidades del cerro de Guazapa.R. P.

Su historia, como la de tantos otros antiguos guerrilleros, le convierte en un autorizado guía por los viejos frentes del conflicto bélico. Desde hace unos años son varios los itinerarios abiertos en las sierras del noreste del país para dar a conocer al visitante los enclaves más significativos del enfrentamiento armado. Son las llamadas rutas del Guerrillero o del Combatiente. Todas ellas hay que hacerlas acompañados por miembros de las comunidades locales desde las que se realizan, o con alguna organización o agencia dedicada a ello (como salvadoreantours.com).

El cerro de Guazapa, La Montañona y El Manzano son algunas de esas rutas en las que, además de conocer lugares clave en la geografía de la guerra, se puede disfrutar de la naturaleza en unos entornos llenos de bosques de coníferas, atractivas panorámicas de montaña, sorprendentes saltos de agua… Todo ello dentro de hábitats en los que pueden llegar a avistarse pumas, coyotes o tigrillos, además de una gran biodiversidad avícola. En el transcurso del viaje, los guías excombatientes van ilustrando sobre los hitos del camino, al tiempo que amenizan la marcha con anécdotas vividas en los escenarios recorridos.

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A lo largo de las caminatas posibles —pueden ir de los 3 a los 35 kilómetros— se ven líneas de trincheras, cráteres producidos por bombas, árboles perforados por la metralla o los famosos tatús, las grutas excavadas en los terrenos más inaccesibles de la sierra para albergar hospitales de campaña, almacenes de provisiones y armamento, puestos de mando o la célebre radio rebelde, Farabundo Martí. Tatú es como en guaraní se conoce al carpincho, un roedor zapador de gran tamaño. Lo explica la exguerrillera María Menjivar: “Los tatús eran como madrigueras en las que nos refugiábamos de los ataques aéreos”.

Algunas de estas rutas del llamado “turismo revolucionario”, como la de La Montañona, están jalonadas por pequeñas estaciones interpretativas y museítos en los que se exponen imágenes de la guerra, restos de armamento y testimonios de supervivientes. Resulta curioso cómo unos lugares asociados durante tanto tiempo con la tristeza, las privaciones y la muerte son ahora una oportunidad de vida y esperanza para las comunidades que los gestionan. En la edición de Fitur 2017, la ruta del Combatiente recibió el premio a la excelencia turística por su meritoria integración de la memoria histórica y el ecoturismo.

Camino del color, el sabor y la vida

En el occidente de El Salvador, en las estribaciones de la cordillera de Apaneca-Ilamatepec, se sitúan los seis municipios que configuran la llamada ruta de las Flores; un recorrido en plena región cafetera (de ahí su nombre, por la flor de la planta) que ofrece una sugerente combinación de tradición, naturaleza, artesanía y gastronomía. Bien por cuenta propia o utilizando una organización local (como por ejemplo elsalvadorxpedition.com), pueblo a pueblo, esto es lo que el visitante podrá encontrarse en el camino.

Cova Fernández

Nahuizalco es el único lugar en el que se escucha hablar en pipil o náhuat, el antiguo idioma prehispánico. Especialmente interesante resulta su mercado de velas, abierto casi hasta la madrugada. Unos 10 kilómetros hacia el norte espera Salcoatitán, que en náhuat quiere decir “lugar entre serpientes y quetzales”. Es conocida por sus galerías de arte regional y por la enorme ceiba (un árbol sagrado) de más 400 años que hay a la entrada del pueblo. Cerca queda Juayúa, famosa sobre todo por la feria gastronómica que tiene lugar cada fin de semana en su parque Central. En sus alrededores, además, se puede disfrutar de impresionantes escenarios naturales como el río Monterrey, el salto de la Lagunilla Azul y Los Chorros de la Calera.

En apenas otros 10 kilómetros se llega a Apaneca, la ciudad a mayor altitud del recorrido (1.470 metros), y que por eso produce el café de mayor calidad de la zona. Aquí se disfruta del ecoturismo activo practicando tirolina, senderismo o rutas en buggy por privilegiados entornos arqueológicos, como el sitio maya de Santa Cecilia, y naturales como la Laguna Verde, el cráter volcánico de Hoyo de Cuajusto y las cascadas de Don Juan.

Después llega el turno de Ataco, probablemente en su conjunto la localidad más bonita de la ruta de las Flores, porque aúna perfectamente la herencia colonial y el carácter y tradiciones locales con numerosos y coloristas murales que adornan el pueblo. Imprescindible visitar alguna finca cafetera y tomarse un café en The House of Coffee. Y, finalmente, Ahuachapán, una población fundamentalmente cafetera que sorprende con los ausoles, una especie de géiseres y fumarolas que aparte de su atractivo generan el 23% de la energía de El Salvador.

La experiencia por la ruta de las Flores va mucho más allá de lo destacado en cada pueblo. Es un viaje a la esencia del país. Es difícil transmitir las sensaciones que uno experimenta en la plaza central de cualquier pueblo, contemplando, frente a su iglesia colonial, la incesante actividad de su feria local; o al pasear por un mercado indígena entre infinidad de exóticos olores, formas y colores; o cuando paladea un intenso café mientras se contemplan volcanes…

Ya sea en la ruta de las Flores o la del Guerrillero, son dos maneras de sentir que El Salvador es un país en el que la fiesta de la vida se celebra a diario.

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