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Escapadas

La Costa Azul del Gran Gatsby

Entre Niza y Saint-Raphäel, escenarios de la Riviera francesa que cautivaron a Scott Fitzgerald y otros atormentados e ilustres personajes

La torre Bellanda, en Niza, la mayor ciudad de la Costa Azul.
La torre Bellanda, en Niza, la mayor ciudad de la Costa Azul.Francesco Bonino (Alamy)
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Durante algunos días he estado viajando por la Costa Azul. Niza, Juan-les-Pins, Saint-Raphaël, Cannes… El motivo era el asueto, pero también localizar los genius loci, en especial literarios, que poblaron durante décadas la Riviera francesa. La temperatura mesurada, los horizontes cobalto, el mar, apetecible incluso en invierno, ya daban una idea de por qué tantos artistas se vinieron aquí. Es llamativa la poca presencia de españoles, quizás debido a que en el imaginario ibérico es un área cara (según y cómo) y por nuestras espectaculares playas.

Niza es un lugar inesperado, monumental, lleno de villas y fachadas bellísimas, y repleto de los ingleses que colonizaron la zona años ha, los rusos que la reafirmaron, los alemanes, los italianos… Por la Promenade des Anglais se encuentran placas en los edificios donde vivieron Chéjov y Matisse, o te topas con el bar del hotel Negresco, donde el quién es quién de finales del siglo XIX y principios del XX se cogía las cogorzas. En la ciudad se puede visitar la impresionante Villa Masséna (65 Rue de France), el palacete del mariscal napoleónico, donde en una cámara acondicionada aguarda La crucifixión de Louis Bréa. En Niza, Gógol escribió Almas muertas (1842) y al parecer no dejaba de dar la brasa sobre su misión divina: salvar el mundo; Nietzsche se paseaba deslumbrado por la magnífica luz, lamiéndose las heridas de su ruptura con Lou Andreas-Salomé. En el escondido Museo de Bellas Artes descubrí al simbolista Gustav-Adolf Mossa: esperaba en la última sala, casi aplastado por cuadros de tamaño desmesurado. El escandaloso escritor Jean Lorrain deambulaba por sus calles (una avenida lleva su nombre), pintado como una puerta, y se llevaba a Colette de putas (en este caso, putos), “donde Jean gozaba de una magnífica reputación” según cuenta Giuseppe Scaraffia en su libro La novela de la Costa Azul (2013). El gran Maiakovski, destrozado por una pena inmensa ante el fracaso de la revolución rusa, escribía: “Aquí estoy de nuevo cantando la gloria / de hombres tan dolidos como un hospital / y mujeres banales como un proverbio”.

Cova Fernández

En la Costa Azul se juntaban buscavidas, chiflados, escritores, millonarios, aristócratas, reyes y princesas, amantes de reyes y princesas, pintores, un montón de tuberculosos a la búsqueda de un calor que les secase los pulmones y kamikazes varios que buscaban pulirse sus fortunas en los casinos. Maupassant, Romain Gary, Sagan, Blasco Ibáñez, Somerset Maugham, Marguerite Yourcenar, Katherine Mansfield, Éluard, Apollinaire, Coco Chanel, Brigitte Bardot, André Gide, Graham Greene, Malraux, Glenway Wescott, Cyril Connolly, Céline, Simenon, Henry Miller, Cocteau… Todos tuvieron casa o pasaron por allí, protagonizando en algunos casos verdaderos culebrones. Casas o casoplones. El escritor Somerset Maugham es de estos últimos: solo hace falta ver la villa La Mauresque, en Saint-Jean-Cap-Ferrat (52 del bulevard du Général De Gaulle), un colosal palacio con cinco hectáreas de terreno —hoy una residencia privada—, donde escribía tres horas al día y recibía, recibía mucho: Churchill, Aga Khan, Kipling, Wells

Postal de 1923 de la Promenade des Anglais con el hotel Negresco.
Postal de 1923 de la Promenade des Anglais con el hotel Negresco.Historic Hotels Photo Arc (Alamy)

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El universo de un genio

Los enormes yates anclados en Niza, Antibes o Cannes; en esta última, la riqueza obscena de los árabes que entran en Cartier con familias enteras. Los característicos tupés de los franceses. Los complejos vinos blancos de Sancerre o los Pouilly-Fumé.

Imbuido por todo este imaginario, yo buscaba uno en concreto: el universo de Francis Scott Fitzgerald. Para entender bien sus novelas, además de viajar a Nueva York o los Hamptons, hay que visitar un par de sitios en la Costa Azul: Juan-les-Pins y Saint-Raphaël. Su imaginario se crea entre 1923 y 1929 en esa franja de la Riviera, cuando vivió y escribió y se emborrachó con Zelda y sus amigos millonarios, los Murphy —quienes los acogieron en su inmensa Villa America, que sigue en pie—, huyendo de la vida desmadrada que llevaban en Nueva York. En Juan-les-Pins, en lo que ahora es el hotel de lujo Belles Rives, hay una placa con un escrito de Fitzgerald de 1926: “Soy feliz como no lo era desde hace muchos años. Es uno de esos momentos extraños, tan valiosos como breves en los que todo parece ir bien”. Antes de convertirse en hotel fue la Villa Saint-Louis, en la que Fitzgerald vivió durante un par de años, el tiempo necesario para terminar el corpus básico de Suave es la noche (1934). Los escenarios en los que transcurre la novela están a poca distancia, unos tres kilómetros al sur, en el majestuoso Hotel du Cap-Eden-Roc; vale la pena visitar ambos establecimientos y tomarse un champán a la memoria de Scott.

Vista del Mediterráneo desde la Promenade des Anglais (Niza).
Vista del Mediterráneo desde la Promenade des Anglais (Niza).Bogdan Lazar (getty images)

Las noches de alcohol, lujo, derroche; los celos y escenas de Zelda; los actos ridículos y narcisistas de Francis; la neurosis, la genialidad, los complejos de inferioridad respecto a sus amigos mecenas que la pareja no era capaz de superar. Todo alimentó su literatura con la potencia de un Negroni, “era como un gran cuento de hadas. Éramos todos tan jóvenes…”, recordaría mucho después Sara Murphy. Posiblemente, en esa costa Fitzgerald vería al fondo el faro de Antibes, la famosa luz verde al final del malecón de Daisy en su novela El Gran Gatsby. Posiblemente comenzó a pergeñar en su cabeza, entre su ya condenada joie de vivre, sublimando sus complejos, la historia de un trepa llamado Jay Gatsby, cegado por un sueño tan letalmente romántico.

Me acerqué también a Saint-Raphaël: allí, el escritor alquiló Villa Marie, con sus balcones moriscos, rodeado por el perfume de los eucaliptos y los jazmines, sobrellevando las infidelidades y el alcoholismo de Zelda (y ella el suyo), para comenzar a escribir las famosas líneas iniciales de El Gran Gatsby: “En mis años jóvenes y vulnerables mi padre me dio un consejo sobre el que llevo recapacitando desde entonces. ‘Cuando te sientas con ganas de criticar a alguien —me dijo—, recuerda que en este mundo no todos han tenido las mismas ventajas que tú”. Me contenté con quedarme en el Hôtel Continental, donde Scott estuvo alojado, y pedir una cervecita en homenaje al genio. Al final de ese verano, escribió: “Había sido un buen verano. He sido infeliz, pero mi trabajo no se ha visto perjudicado”. Y tanto: acababa de escribir una de las más conmovedoras novelas de la historia.

Es sabido que el cuento de hadas acabaría mal, y que los jóvenes estaban malditos. Años después, cuando la amistad entre los Fitzgerald y los Murphy era ceniza, Gerald le escribió a Francis: “Ahora sé que lo que escribiste en Suave es la noche es cierto. Solo la parte artificial de nuestra vida consigue crear una armonía verdadera y una belleza auténtica”.

Ignacio del Valle es autor de la novela ‘Coronado’ (Edhasa 2019).

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