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Ciudades

Buenos Aires desde el sofá

Paseo virtual por un monumento de la cultura porteña, los secretos para ser un buen parrillero y otras tres pistas imprescindibles para conocer la más europea de las grandes urbes americanas

La sala principal del teatro Colón de Buenos Aires.
La sala principal del teatro Colón de Buenos Aires. Wei Hao Ho (alamy)

1. Una visita virtual: en el teatro Colón

Buenos Aires no es una ciudad rica en monumentos característicos. Al viajero pueden sorprenderle el famoso Obelisco en la avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo, o, en la misma avenida, el gigantesco retrato de Evita Perón sobre la fachada de un edificio ministerial. Pero la capital argentina es más de paisajes, de rincones y de gente. Si hay que elegir un símbolo que más o menos enorgullezca a todos los porteños, representativo de los años más brillantes de la urbe y de unas clases pudientes cuyos fastos asombraban al planeta (en París se utilizaba la frase “tan rico como un argentino”), llegamos inevitablemente al teatro Colón (Cerrito, 628). Es tan simbólico que el presidente patagónico Néstor Kirchner (2003-2007) se negaba a pisarlo porque lo consideraba un reducto de la oligarquía.

Hablamos de uno de los más brillantes palacios de la lírica. Con una acústica casi perfecta (dicen que tras la restauración concluida en 2010 perdió un poquito), una enorme sala principal con capacidad para casi 3.000 espectadores y una decoración suntuosa, desde su inauguración en 1908 es uno de esos lugares de Buenos Aires que hay que visitar forzosamente. Actualmente, por supuesto, está cerrado. Ahora en su sastrería se confeccionan equipamientos sanitarios y su personal trabaja voluntariamente en centros de cuarentena o de vacunación. Pero se puede entrar virtualmente en el teatro a través de la web del Gobierno bonaerense.

2. Una serie: Casi feliz

Hay muchas películas en las que Buenos Aires asume un papel más o menos protagonista. La célebre El secreto de sus ojos (2009) reflexiona sobre la resaca de la dictadura. El mismo amor, la misma lluvia (1999), también de Juan José Campanella, ofrece una mirada entre ácida y nostálgica. Nueve reinas (2000), de Fabián Bielinsky, homenajea la picaresca previa a la hecatombe económica y social de 2001. Pero lo más reciente, y una de las series más exitosas ahora mismo en Argentina, es Casi feliz (Netflix). Se trata de una obra sencilla y con bajo presupuesto en la que el humorista y presentador radiofónico Sebastián Wainraich crea una suerte de caricatura de sí mismo. No falta nada: la obsesión por el fútbol (en este caso por un club humilde, Atlanta), el ansia por cobrar en dólares, las visitas al psicólogo, la incertidumbre respecto al futuro. Salvando las distancias, es como si Woody Allen fuera porteño y en lugar de homenajear el Upper West Side celebrara los encantos del vetusto Microcentro bonaerense.

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3. Un plato típico: el asado

Sobre la comida no hay discusión posible. Esta es la capital carnívora de un país carnívoro: hay cierta alarma porque el consumo de carne está cayendo en 2020 por debajo de los 110 kilos por habitante y año, bebés incluidos. Lo que une a los bonaerenses, y a todos los argentinos, es el asado. Nada más fácil: unas brasas de carbón y unos pedazos de carne. Y nada más difícil, porque el asado constituye un ritual de fraternidad, una ceremonia que oficia el parrillero y en la que cada participante procura sacar lo mejor de sí mismo. Hacen falta:

  • Chorizos, morcillas y chinchulines (pedazos de intestino vacuno).
  • Mollejas y piezas de carne peculiares como la arañita (concavidad de la cadera), la tortuguita (músculo gastrocnemio de la pata), la marucha (pecho), la tapa de nalga (justamente eso), la colita de cuadril (parte baja del cuarto trasero) o la picaña (corte triangular de la espalda de origen brasileño).

Muchos edificios de Buenos Aires disponen de una parrilla comunitaria donde celebrar la fiesta. Conviene tener paciencia, porque la carne se asa a cierta distancia de las brasas y porque se consume bastante hecha: las piezas demasiado jugosas, con rasgos sanguinolentos, son consideradas una incomprensible excentricidad española.

4. Las viviendas: urbanismo de aire europe

Buenos Aires es, físicamente, la más europea de las ciudades americanas. Vivir en el Palacio de los Patos o en el de los Gansos es como hacerlo en el más lujoso edificio de París. Me permito una anotación: el de los Patos, de 1929, se llama así porque alojaba a familias aristocráticas sin dinero; el de los Gansos, de 1947, alojaba a familias ricas sin aristocracia. Aunque la capital argentina tuvo también en 1936 el primer rascacielos de hormigón del continente, el muy neoyorquino Kavanagh, junto a la plaza San Martín, la fisonomía de esta urbe llana y arbolada resulta familiar a un europeo. Pero muestra asimismo un rasgo típicamente latinoamericano: además de edificios maravillosos contiene grandes poblados de chabolas sin acceso directo al agua corriente o a las cloacas. La Villa 31, la más céntrica, está casi enfrente del Kavanagh, en el selecto barrio de Retiro. Más de tres millones de habitantes del Gran Buenos Aires viven en villas de ese tipo, donde la cuarentena es imposible por el hacinamiento y donde el virus hace estragos.

5. Una canción: las letras de Charly García

Antes de la canción, elijamos al personaje. Tiene que ser el Gran Jefe, el mismísimo Charly García. Ese a quien Javier Calamaro, hermano de Andrés, otorgó en su versión de Sweet Home Alabama (Sweet Home Buenos Aires) la paternidad sobre la urbe: “Mr. Charly García inventó esta ciudad”, dice la letra. García, primogénito de una familia adinerada, niño prodigio del piano, héroe del rock, veterano de las clínicas psiquiátricas, superviviente de todos los excesos, tan ingenioso como furioso (como muestra, cuando un agente llamó a su puerta para detenerle: “¡Abra, soy policía!”, el músico respondió: “¿Y qué culpa tengo yo de que no haya estudiado?”), nació en Buenos Aires en 1951 y nunca dejó de hablar de sus calles.

¿Y si nos quedamos con dos canciones? La primera, No soy un extraño: “Acabo de llegar, no soy un extraño. Conozco esta ciudad. No es como en los diarios. Desde allá, dos tipos en un bar se toman las manos. Prenden un grabador y bailan un tango. De verdad”. Y Yo no quiero volverme tan loco: “En Buenos Aires se ve que ya no hay tiempo de más. La alegría no es sólo brasileira. No, mi amor”.

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