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Fuera de ruta

Islas Feroe, la tierra del ‘hugni’ y 80.000 ovejas

El remoto archipiélago asombra con su naturaleza rotunda, su pausado ritmo de vida y la cultura nórdica más tradicional

Excursionistas rumbo a Drangarnir, dos peñones de roca junto a la isla de Vágar, en las Feroe.
Excursionistas rumbo a Drangarnir, dos peñones de roca junto a la isla de Vágar, en las Feroe.ROBERTO MOIOLA (GETTY IMAGES)

Hay una palabra en feroés que define la cálida contención que brinda el hecho de estar junto al fuego cuando afuera hace frío y el sol asoma apenas unas horas al día, cuando la vida se desarrolla en el interior de las casas y siempre hay café caliente y pastel esperando para recibir al amigo que en cualquier momento puede llamar a la puerta, cuando las horas se dedican a actividades como cardar la lana mientras algún pariente entona antiguas baladas tradicionales que narran las heroicas gestas del pasado vikingo. Se trata del término hugni, que en inglés puede ser traducido como coziness y que en castellano necesita varias frases para ser expresado. Eso es lo que extrañan los habitantes de las Feroe, una región autónoma de Dinamarca formada por 18 islas, cuando les toca pasar un invierno lejos de casa.

cova fernández

Enclavadas en medio del remoto triángulo formado por Gran Bretaña, Islandia y Noruega, las Feroe son como un puente hacia el pasado. Un velo de nostalgia se instala en el viajero un par de días después de haber llegado. Se debe a la sensación de estar visitando un tiempo antiguo, un lugar de infancia en el que la gente no anda con prisas ni con la cabeza llena de proyectos, sino con apenas un par de preocupaciones que normalmente tienen que ver con asuntos tan concretos como la llegada de una tormenta y las consecuencias que puede tener en el estado del camino que conduce al pueblo. Un espacio en el que el tiempo no se mide en horas ni en minutos, sino en los ciclos determinados por el paso de las estaciones o por la época de esquila del ganado. Hasta hace no mucho, de hecho, el correo entre las diferentes islas dependía de los humores del mar. Hoy existen túneles subacuáticos que las conectan y carreteras que pueden transitarse aun en días de tormenta, pero hasta hace pocos años cualquier plan debía supeditarse a los caprichos de la meteorología. Y la meteorología es aquí de lo más caprichosa. Quizá fue por eso por lo que un soldado británico al que destacaron allí durante la II Guerra Mundial bautizó a las Feroe como “la tierra del quizá”.

Aquí viven más ovejas que personas, y su crianza y la pesca son el pilar de subsistencia de la población

Avanzamos por un paisaje que nos hace pensar en los inicios del mundo. Las nubes se funden con la niebla que envuelve los acantilados y cada tanto unas gotas de lluvia nos obligan a poner el limpiaparabrisas. Por no haber no hay ni alambradas en los campos, lo que obliga a extremar la precaución al conducir, ya que en cualquier momento pueden aparecer ovejas en el camino. Y hay muchas aquí. Ochenta mil ovinos por 50.000 seres humanos. En una tierra en la que apenas crecen la patata y el ruibarbo, su crianza ha constituido, junto con la pesca artesanal, el pilar de la subsistencia de su gente.

El restaurante Koks, situado en una antigua cabaña junto al lago Leynar de las islas Feroe, tiene dos estrellas Michelin.
El restaurante Koks, situado en una antigua cabaña junto al lago Leynar de las islas Feroe, tiene dos estrellas Michelin.CLAES BECH-POULSEN

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Koks, un lugar con estrella

Desde hace algunos años, sin embargo, algo está cambiando en las islas. Buena prueba de ello son las dos estrellas Michelin que el chef Poul Andrias Ziska ha recibido por elevar la precaria gastronomía local a la categoría de arte en el restaurante Koks (koks.fo), situado en una antigua cabaña a orillas del lago Leynar, en la isla de Streymoy. O el premio al mejor establecimiento de hostelería nórdica otorgado al Gimburlombini, el acogedor café que Tjóðhild Patursson y Barbara Andreasen regentan en la antigua oficina de turismo de la isla de Nólsoy, que aunque cerraron momentáneamente en su web anuncian que volverán. El secreto parece estar en no dejar que ninguna innovación olvide la arraigada tradición de las costumbres locales. En un mundo en el que las identidades se están fundiendo cada vez más deprisa, las Feroe han hecho del aislamiento su mayor riqueza. Los tradicionales jerséis de lana han incorporado nuevos diseños para ocupar las páginas de las revistas de moda y los músicos han compuesto nuevas melodías  para acompañar los versos de las antiguas baladas feroesas. La capital, Tórshavn —Puerto de Thor en feroés—, ofrece un atractivo mosaico cultural al visitante junto con rincones enigmáticos, como la pequeña península de Tinganes con sus tradicionales casas de madera roja; la vieja librería H. N. Jacobsens (bokhandil.fo), abierta en 1865, o el taller de litografía Steinprent (steinprent.com), ubicado en una antigua fábrica junto al puerto.

Casas de madera roja típicas de Tórshavn, capital de las islas Feroe.
Casas de madera roja típicas de Tórshavn, capital de las islas Feroe.FRANCESCO RICCARDO IACOMINO (awl)

Cenamos en Hanusarstova (hanusarstova.com), una tradicional granja de ovejas en la pequeña localidad de Æðuvík, en la punta sur de Eysturoy, donde John y Harriet han levantado su proyecto de turismo sostenible. El atardecer se extiende durante toda la velada. Es verano en las islas y tenemos casi 20 horas de sol al día. Al preguntar si no se les hace duro convivir con la oscuridad en los meses en los que la proporción se invierte, nos enteramos de la existencia de la palabra hugni. Harriet nos habla de la claridad que desprende la nieve cuando la luna la ilumina y de los melancólicos tonos que tiñen el horizonte cuando el sol asoma perezoso para esconderse pocas horas después. Es un tiempo para estar con los tuyos, dice, para reflexionar. Luego llega la primavera y todo vuelve a renacer. Y nosotros también.

En la isla de Vágar espera Múlafossur, una cascada que cae al mar desde 60 metros de altura

Nos acercamos a Gásadalur, en la isla de Vágar, para la tradicional foto de la cascada de Múlafossur, que cae al mar desde 60 metros de altura. Desde el arroyo que la alimenta, y cruzando un puente de madera, parte un sendero que se adentra en la montaña. Llegados a determinada altura ya no sabemos si las gotas que nos golpean vienen del mar o de las nubes. Junto al filoso acantilado, los ecos del dios del trueno parecen llegar en oleadas para agitar el verde rabioso de la hierba. Nos sentamos en el banco de piedra que una mano sabia ha colocado en el lugar preciso, y entonces lo comprendemos: no se trata del paisaje, ni de la música, ni de la comida, ni de las tradiciones, sino de dejarse atrapar por el presente incontestable de esa naturaleza rotunda, el legado inmaterial de unos tiempos remotos que secretamente espera en cada rincón de las islas Feroe.

Javier Argüello es autor de la novela 'A propósito de Majorana' (Random House).

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