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Los gigantes verdes de Bussaco

Un convento carmelita, un palacio-hotel y, sobre todo, un bosque maravilloso situado al norte de Coimbra, en Portugal

La Fonte Fria, en el bosque de Bussaco (Portugal).
La Fonte Fria, en el bosque de Bussaco (Portugal). LARISA DUKA (GETTY IMAGES)
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Una placa junto a un olivo recuerda que el duque de Wellington ató aquí su caballo del 21 al 27 de septiembre de 1810. Por entonces era solo el general Wellesley y como tal estableció su cuartel general en el bosque de Bussaco. Las tropas luso-británicas luchaban por tercera vez contra la invasión napoleónica. Dos siglos después, árboles y piedras siguen en el mismo sitio. Se podría decir que hoy la única invasión es turística, pero sería exagerar. Entre semana el bosque de Bussaco junta pocos curiosos. En 1630 se instaló aquí una comunidad de carmelitas descalzos llegados desde España para vivir como auténticos eremitas. El obispo de Coimbra les regaló 100 hectáreas de terrenos baldíos y ellos se encargaron de buscarse la vida y plantar el bosque en que hoy se ha convertido.

En la cima del monte, donde está el olivo de Wellington, se mantienen las dos principales edificaciones del parque, el convento de Santa Cruz y, a su lado, el fastuoso palacio real, levantado en 1888 —después de que las órdenes religiosas fueran expulsadas del país— y convertido en hotel de lujo en 1912. Su siglo de vida guarda una atmósfera decadente, a la que ayuda la monumentalidad de la arquitectura, las sillas de cuero curtido, los mármoles del suelo y los azulejos de las paredes, que representan la conquista de Brasil y la misma batalla de Wellington. Es la hora del almuerzo y decenas de mesas lucen manteles blancos inmaculados, y así seguirán porque por allí no hay vestigios de cliente alguno. Su mayor esplendor coincide con la periódica llegada del gremio cinematográfico. “Aquí se ruedan muchísimas películas”, cuenta el conserje. “Hace poco se acabó de filmar una teleserie francesa y antes estuvo Gérard Depardieu protagonizando la vida de un ruso [El diván de Stalin]”.

cova fernández

Desde este punto parten las rutas pedestres que se adentran en las 100 hectáreas de bosque. De todas ellas, la más singular es la Via Sacra, abierta en 1648. Dicen que, tras portugueses y españoles, son los israelíes los que más visitan el lugar porque este camino se diseñó copiando el viacrucis de Jerusalén. La senda transcurre entre árboles gigantescos y una foresta que apenas deja pasar los rayos de sol. Conviene elegir para la excursión un buen día, porque el bosque atrae la niebla y con ella se queda. El frescor está garantizado. Hay más de 250 especies arbóreas, muchas de ellas plantadas por aquellos monjes. Con derecho a reja y placa se resguarda el primero de todos ellos, un Cupressus lusitanica, un cedro plantado en 1644 aunque nada lusitano, pues algún monje se lo trajo de México.

El palacio real, convertido en hotel, en pleno bosque de Bussaco (Portugal). 
El palacio real, convertido en hotel, en pleno bosque de Bussaco (Portugal). SeregaYu (getty images)

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Con cierta regularidad surgen al lado del sendero capillitas con esculturas de barro que representan cada uno de los 20 pasos de la pasión de Cristo. Hay obreros trabajando en la restauración de algunas, pues lo que no lograron los humanos en cinco siglos, con sus guerras y sus incendios, lo consiguió la naturaleza en un solo día. El 19 de enero de 2013, el ciclón Gong pasó por aquí y su furia derribó más de 10.000 árboles. Seis años después, uno aún se cruza en el paseo con gigantescos árboles con las raíces al aire, arrancados de cuajo de su base. Algunos de los gigantes caídos se aprovechan como puentes naturales para salvar ríos y barrancos. Gracias a la fundación del parque, que recoge donativos, se van cosiendo las heridas porque Bussaco es candidata para el reconocimiento de la Unesco como patrimonio mundial.

El camino de 3,5 kilómetros no presenta ninguna dificultad, se pasa por fuentes y riachuelos, por el Paso de Caifás y el de Pilatos, y se llega a la Cruz Alta, un balcón espectacular sobre las tierras de abajo. Si Wellington tenía que vigilar el avance de las tropas napoleónicas, este era el lugar perfecto. Aquí mismo hay un albergue con un par de habitaciones y un portal de piedra y barro con las inscripciones de dos bulas papales del siglo XVII, una de Gregorio XV prohibiendo la entrada de mujeres en el convento y otra de Urbano IV que impedía la tala de los árboles. Antes de alabarle su temprano ecologismo, recordemos que fue el Papa que condenó a Galileo Galilei.

La Via Sacra empalma con la ruta del Adernal, de vegetación más tupida, con eucaliptos y helechos gigantes, que conduce hasta la Fonte Fria, una espectacular cascada de estilo modernista, pues fue restaurada ya a final del siglo XIX. El agua de la fuente va saltando por un desnivel, salvado por dos grandes escalinatas laterales de un centenar de peldaños. El agua llega al lago pequeño y después al lago grande, donde habita una familia de patos (2 euros vale el cucurucho de comida para ellos), y sigue montaña abajo hasta el pueblo de Luso, corazón de la Lusitania y tierras de Viriato. Hasta allí nos vamos andando puesto qué es un kilómetro en descenso.

Agua y dulces

Guía

En la rambla de entrada al pueblo, unas señoras venden cavacas, el dulce típico de Luso, unas rosquillas gigantes y dulces. También nos dicen dónde almorzar y dónde no. El agua de Bussaco llega hasta aquí y en su fuente siempre hay gente llenando garrafas o botellas. Luso da nombre a la marca de agua más popular del país y, de hecho, al gentilicio de los portugueses. El pueblo también saca provecho del agua con sus instalaciones termales. Animado por el bonito reclamo de que la escuela de Eiffel diseñó su piscina, nos adentramos en el balneario. La primera sorpresa es que, si sus aguas alivian problemas renales, las tarifas pueden provocar taquicardias. La hora sale a 30 euros. Su efecto disuasorio tiene la ventaja de que en las piscinas solo hay otra persona. Eso sí, nada queda de la obra de Eiffel. Las instalaciones son modernísimas y confortables.

Repuesto de las caminatas de Bussaco y con el estómago protestón, la parada obligatoria es ir a Mealhada, localidad famosa por su cochinillo, cocinado a Bairrada. El único fallo es que el coche se quedó arriba, junto al olivo de Wellington. El kilómetro de ascenso desde Luso hasta Bussaco se hace más largo y duro, aunque afortunadamente uno no es carmelita descalzo.

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