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Escapadas

Un café en la casa de Balzac

La vivienda del escritor francés en París reabre sus puertas como un museo repleto de objetos personales, manuscritos y un apetecible jardín con vistas a la Torre Eiffel

La Maison de Balzac, en la Rue Raynouard, en el barrio parisiense de Passy, donde el escritor vivió entre 1840 y 1847.
La Maison de Balzac, en la Rue Raynouard, en el barrio parisiense de Passy, donde el escritor vivió entre 1840 y 1847.Raphaël Chipault (Paris Musées)

Pasada la medianoche, Honoré de Balzac ya habría consumido varias cafeteras. Y ahí seguía, escribiendo y escribiendo febrilmente, a la luz de un candil, con su letra menuda sobre ese también diminuto escritorio de madera lleno de marcas de su pluma. Así permanecería, noche tras noche, trabajando sin cesar en esa ambiciosa obra, La comedia humana (1830), con la que pretendía describir en más de un centenar de novelas y relatos interconectados, cual catedral humana, “la historia y la crítica de la sociedad, el análisis de sus males y la discusión de sus principios”, como explicó él mismo. “Trabajo 18 horas y duermo 6, trabajo mientras como y no creo que deje de trabajar ni siquiera cuando duermo”, le contaba el novelista francés a su amiga primero, luego amante y finalmente esposa, Eve Hanska, en una de las numerosas cartas que forjaron su relación.

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No es difícil imaginar la escena. Sobre todo cuando se visita la Maison de Balzac de París, una encantadora casita de persianas verdes y tejado de pizarra en el 47 de la Rue Raynouard, en el acomodado barrio parisiense de Passy, donde Balzac vivió entre 1840 y 1847. Situada a una decena de minutos a pie de la plaza del Trocadero, la referencia para todo aquel viajero que quiera hacerse una foto con la Torre Eiffel de fondo, constituye una excelente excusa para prolongar el paseo por esta zona de la capital francesa y descubrir un museo pequeño y sin demasiados visitantes.

Sobre todo ahora que, tras un año de renovaciones, la Maison de Balzac, la única residencia del autor francés que sigue en pie, ha vuelto a abrir sus puertas con una ambición: atraer a un público más amplio y no solo experto en el autor de Papá Goriot. “Lo que buscamos es darle a la gente ganas de leer esos libros”, señaló el director del museo, Yves Gagneux, durante su reapertura oficial, el pasado mes de septiembre. “El museo tendrá éxito si, a la salida, el visitante tiene ganas de leer o releer a Balzac”.

cova fdez.

Elementos para incitar la imaginación y picar el gusanillo de Balzac no faltan en esta casa rodeada por un magnífico jardín —otro de los atractivos de la visita—, desde la que se tiene además una soberbia vista de la Torre Eiffel, si bien en la época de Balzac (1799-1850) faltaban aún casi 40 años para que se erigiera el símbolo por excelencia de París.

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Salvo el despacho, que sigue casi igual que en la época de Balzac, poco queda de hogar en la casa. Las demás estancias han sido reutilizadas para mostrar todos los tesoros que llevan a una mejor comprensión de un personaje que ya en su época despertaba pasiones. “Lo quisiera o no, consintiera o no, el autor de esta obra inmensa y extraña pertenece a la fuerte raza de los escritores revolucionarios”, dijo de él durante su funeral, en agosto de 1850, otro de los grandes de las letras francesas y universales de la época, Victor Hugo.

Una de las salas expositivas de la Maison de Balzac, en París.
Una de las salas expositivas de la Maison de Balzac, en París.Raphael Chipault (Paris Musées)

Una mezcla muy personal

El universo de Balzac se comprende mejor cuando uno se topa, por ejemplo, con su imprescindible cafetera, que le regaló otra de sus amigas, la escritora Zulma Carraud. En esta pieza de porcelana de Limoges se preparaba taza tras taza de ese café que le permitía trabajar sin descanso y cuya mezcla confeccionaba él mismo minuciosamente a partir de tres variedades diferentes que le hacían recorrer media ciudad para conseguirlas. También ocupa un lugar destacado el famoso bastón que el escritor encargó a un reputado joyero tras el éxito de sus novelas Eugénie Grandet, La mujer de treinta años y La duquesa de Langeais, reconocible en todo París por su empuñadura dorada y recubierta de turquesas, y del que pendía una cadena —también de oro— procedente de un collar que le regaló su amada Eve Hanska. Balzac, cuentan sus historiadores, gustaba sobre todo de ir al teatro con ese extravagante bastón “que tiene más éxito en Francia que todas mis obras”, bromeaba el propio escritor.

Dos de las habitaciones están dedicadas a La comedia humana y exponen las placas tipográficas que representan a más de 300 personajes de la titánica obra en distintas ediciones. También se pueden ver las páginas impresas y llenas de correcciones que hacían que los editores casi odiaran a Balzac por las muchas veces que tenían que reimprimir los capítulos, así como los diferentes bustos y retratos del autor realizados por admiradores suyos del calibre de Rodin, Picasso, Derain o Balthus.

Guía

La exposición permanente se completa con una novedad tras la remodelación del museo (que también resulta ahora más accesible para personas con problemas de movilidad, algo nada banal en una ciudad tan difícil como París): la cocina ha sido reconfigurada como sala de exposición de la vida más íntima de Balzac, con cuadros de sus padres y hermana y, en un antiguo aparador, un listado de las amigas, admiradoras y amantes de Balzac a lo largo de su corta pero intensa vida, que acabó en 1850, solo tres años después de abandonar esta casa, reconvertida en un atractivo museo que ahora vuelve a abrirse al público.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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