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Fuera de ruta

Chernóbil, una extraña excursión

La reciente serie de televisión sobre el trágico accidente de la central nuclear en 1986 vuelve las miradas hacia Prípiat, la localidad del norte de Ucrania donde todo ocurrió

La noria del parque de atracciones de Prípiat (Ucrania).
La noria del parque de atracciones de Prípiat (Ucrania). Brendan Hoffman (getty)

Hasta hace poco, el nombre de Prípiat apenas evocaba reacciones. Sí lo hacía su germen, la central de Chernóbil. La reciente serie homónima de HBO ha conseguido que esta urbe deshabitada ande en boca de millones de espectadores. No es para menos: fue allí, en el norte de la actual Ucrania, donde se produjo el mayor accidente nuclear de la historia. El 26 de abril de 1986 explosionaba el reactor cuatro de esta planta de energía, cuyo nombre oficial es Vladímir Ilich Lenin, en honor al padre de la Unión Soviética. La radiactividad liberada acabó con 31 vidas en pocas horas. Una cifra que sigue siendo la oficial, a pesar de que en 2005 la ONU calculaba miles de fallecidos, además de futuras víctimas por cánceres y otras enfermedades derivadas.

Situada a 180 kilómetros de Kiev y pegada a la frontera bielorrusa, Prípiat es, 33 años después, el reflejo de aquel desastre. Y una tenebrosa estrella del llamado “tanatoturismo”, los viajes a lugares asolados por la desgracia. Desde su nacimiento, en febrero de 1970, Prípiat fue sumando habitantes hasta alcanzar los 50.000 en el momento de la explosión. La mayoría, empleados de la central y sus familias, que habían comenzado una nueva singladura al abrigo del plan energético de la URSS.

Pero en aquella madrugada de cielo fosforito el porvenir se truncó. Tras el intento de silenciar la catástrofe, se evacuó a la población y se estableció una zona de exclusión de unos 2.600 kilómetros cuadrados. Una vez concluidos el sellado del reactor y la limpieza de material radiactivo, el devenir de Prípiat fue asombroso: como un Angkor Wat contemporáneo, la vegetación se apoderó del pavimento, de los carteles, de los edificios. Llama la atención algo que se escapa a las fotos: el sonido, el ruido. Al mordisqueo del asfalto le acompaña un incesable crepitar. Chirrían los cristales, siempre en tensión con alguna raíz que puja por entrar. Crujen los estantes del supermercado, tomados por enjambres de tallos y hojas. Se desplazan las baldosas, se contorsionan las farolas.

Turistas haciéndose un selfi con el cartel de la localidad ucrania al fondo.
Turistas haciéndose un selfi con el cartel de la localidad ucrania al fondo.Vincent Mundy (Bloomberg)

Para llegar se necesita reserva. Las excursiones a Prípiat se organizan desde Kiev con un límite de plazas. Por una jornada en el área restringida, almuerzo y los desplazamientos de ida y vuelta cobran unos 80 euros. Las furgonetas, de 10 asientos, suelen salir de la plaza de la Independencia o Maidán (conocida por las revueltas de 2014). El viaje de ida dura dos horas siguiendo el margen izquierdo del río Dniéper. Por la carretera transitan principalmente camiones del Ejército: en Chernóbil trabajan 3.500 efectivos entre militares, cocineros y otro tipo de personal.

La visita guiada a la zona de exclusión incluye parada en la famosa noria de asientos amarillos

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Un vídeo en inglés durante el trayecto cuenta el fatídico episodio y muestra las distintas obras acometidas en la central. Al principio se construyó un sarcófago para sepultar los elementos contaminados y las partes derruidas. Era temporal: los expertos alertaron de que debía ser sustituido en 20 años. Se tardó algo más. En 2016 —cuando habían pasado tres décadas exactas— se inauguró el definitivo: una mole de hormigón y metales de 110 metros de alto, 150 de ancho y 256 de largo. En la misma época también comenzaron las visitas turísticas. El sarcófago es una de las últimas paradas de un tour guiado por el conductor y un militar en servicio. Antes de entrar a la zona de exclusión hay que pasar por un detector de radiactividad. Mide los isótopos del cuerpo previos a la visita. Al salir habrá que cumplir con el mismo protocolo. Aunque se estima que tendrán que pasar 20.000 años para que este espacio sea apto para vivir, caminar por Prípiat durante el rato que dura la excursión no se considera peligroso: los guías explican que la cantidad de radiación es mínima y que sobre todo influye el tiempo de exposición. En cualquier caso, la actividad está prohibida para menores de 18 años y los trabajadores en terreno se turnan cada 15 días. Cargan con un dosímetro, un aparato amarillo que emite pitidos a diferente velocidad según la intensidad de la radiación.

cova fdez

Instantáneas tenebrosas

El recorrido pasa por una guardería que aún alberga ropa, muñecas o colchones. En su día había 10 centros infantiles y 5 escuelas para los 17.000 niños que residían en Prípiat. Siguiendo un trágico orden, se pasa a la escuela, donde las aulas lucen pupitres desconchados y libros esparcidos por el suelo (la amalgama de celulosa lo ha trasformado en una superficie acolchada). La siguiente parada es el polideportivo, recinto que muestra unas instantáneas tenebrosas: la pista de baloncesto cuarteada, la piscina vacía y comida por la maleza, las gradas del FC Constructor, el equipo local, agrietadas. También se pasa por uno de los símbolos de Prípiat: la noria de asientos amarillos que jamás llegó a estrenarse. El icono de Chernóbil se codea con los coches de choque en esta feria nonata cubierta de musgo. Suele ser lo más fotografiado. No salió en la serie, pero sí lo hizo otro de los altos en el camino: el puente desde el que se asomaron los curiosos aquella madrugada. Ninguno sobrevivió, según se explica en la serie. Otra panorámica de la central nuclear se obtiene desde una pasarela del río, en cuyo caudal se produjeron filtraciones contaminadas.

En las mesas de la cantina se sirve a los visitantes borscht, la sopa típica ucrania de remolacha, y un segundo plato antes de la despedida. Toda la comida, advierten, procede de cultivos ajenos a la zona de exclusión, donde todavía está prohibido recoger cualquier plantación o matojo silvestre. El vehículo espera en la puerta. Los detectores de radiactividad marcan el final del viaje que muchos experimentarán como una ficción a pesar de que fue tan real como sus secuelas.

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