_
_
_
_
_
Fuera de ruta

Ritmos y sabores de Salvador de Bahía

La herencia portuguesa y africana marcan el carácter de la ciudad brasileña. Se siente en sus casas coloniales, los azulejos de sus iglesias, sus danzas y en el candomblé. Un viaje desde las calles del Pelourinho hasta las playas de Itapuã

Música y capoeira en una de las calles del Pelourinho, el centro histórico de Salvador de Bahía (Brasil).
Música y capoeira en una de las calles del Pelourinho, el centro histórico de Salvador de Bahía (Brasil).FILIPE FRAZAO (GETTY IMAGES)
Elisabet Sans
Más información
Diez secretos del carnaval de Salvador de Bahía
Pozas brasileñas para bucear como en un acuario
São Paulo, querido gigante

Tropical, musical y colorida. Salvador de Bahía es puro Brasil, y puro mestizaje cultural. La herencia europea y africana asoman en cada rincón. Aquí arribaron los colonos portugueses en el siglo XVI y aquí nació la samba de roda. Sedujo al músico Vinícius de Moraes y al escritor Jorge Amado, quien plasmó como pocos el espíritu de esta ciudad —donde “el misterio escurre como el aceite”—, y también a artistas como el argentino Carybé y el fotógrafo francés Pierre Verger. El centro histórico —el Pelourinho—, la animada vida nocturna de Rio Vermelho, las sabrosas caipirinhas de caju (el fruto del anarcardo) y las mouquecas de pescado, los interminables arenales de Itapuã y las esencias del candomblé conquistan a quienes descubren esta vibrante ciudad enclavada en la bahía de Todos los Santos.

Tras pagar 0,15 reales (unos 0,03 euros), los 72 metros de altura del Elevador Lacerda conectan desde 1873 la parte baja de la ciudad con la Praça Municipal, en la Cidade Alta, uno de los mejores puntos para empezar a recorrer el centro histórico. Fundada en 1549, Salvador de Bahía fue la primera capital de Brasil hasta 1763 y para muchos sigue siendo el alma del país. En el Pelourinho se concentran la primera Facultad de Medicina de Brasil, la catedral, innumerables edificios de estilo colonial y renacentista de los siglos XVI al XVIII, el Museo del Carnaval… Y una de las zonas más icónicas, y fotografiadas: el Largo do Pelourinho, plaza que alcanzó fama mundial al aparecer en el videoclip They Don’t Care About Us de Michael Jackson.

El Museo de la Cidade y, en el edificio azul, la Fundação Casa de Jorge Amado, en el Largo do Pelourinho.
El Museo de la Cidade y, en el edificio azul, la Fundação Casa de Jorge Amado, en el Largo do Pelourinho.GONZALO AZUMENDI

Desde que el centro histórico fuera declarado patrimonio mundial, en 1985, el Pelourinho se ha remozado mucho. Un ejemplo: en Rua Chile han abierto dos lujosos hoteles (Fera Palace y Fasano) y un bonito edificio de la plaza Municipal se está restaurando para reconvertirse en espacio gastronómico. El barrio, del que se han ido muchos vecinos, es ahora una zona de aires bohemios dominada por tiendas, galerías, restaurantes y bares. Pero aún se respira autenticidad. Caminando por sus plazas y empinadas y empedradas calles uno se cruza con hombres jugando al dominó y con las bahianas, mujeres ataviadas con voluminosos trajes blancos y coloridos turbantes (eso sí, si las fotografía le pedirán algo de dinero a cambio).

La sacristía de la catedral basílica de San Salvador, en Salvador de Bahía.
La sacristía de la catedral basílica de San Salvador, en Salvador de Bahía.GONZALO AZUMENDI

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

Aquí también está la sede de Olodum, una asociación afrobrasileña nacida en 1979 que combate el racismo y promueve la igualdad social a través de la música. Merece la pena acercarse coincidiendo con alguno de sus ensayos. El ritmo de sus tambores se siente de los pies a la cabeza. La música también sobrecoge en el espectáculo del Balé Folclórico da Bahia (su capoeira acelera el corazón) y, las noches de jueves a sábados, en la calle de Largo do Cruzeiro de São Francisco. Hay que detenerse a escuchar a los músicos callejeros que contratan entre los bares de esta calle mientras se contempla la barroca iglesia de San Francisco. Su templo recubierto de madera y pan de oro y un claustro con paredes decoradas con azulejos azules recuerdan la influencia portuguesa.

De playa en playa

Con temperaturas que no alcanzan los 40º C ni bajado de los 17º C, y aguas cálidas todo el año, hay que despejar el plan de viaje para disfrutar de una de sus playas urbanas. Entre los fuertes de São Diogo y Santa Maria, reconvertidos en el Espaço Carybé y el Espacio Pierre Verger da Fotografia Baiana, respectivamente, está la siempre bulliciosa Playa do Porto da Barra. A esta le siguen Farol da Barra, Ondina o Pituba, en las que las palas desaparecen por pelotas de fútbol dejando claro que este deporte es parte del ADN de los brasileños. “¡Queijooo! ¡Queijo na brasa! ¡Queijooo!”, escuchará gritar a más de un vendedor ambulante de queijo coalho, un típico aperitivo de queso que brasean en una pequeña parrilla portátil en la misma playa.

De uno a otro arenal se puede saltar siguiendo el carril bici que bordea la costa. Si en 2012 había 34 kilómetros, hoy ya son unos 220, explican orgullosos desde la Oficina de Turismo de Salvador de Bahía, anfitriones de este viaje. El Ayuntamiento también ha iniciado la construcción del Museo de la Música y un nuevo Palacio de Congresos, y se está remodelando el aeropuerto. Quieren atraer al turismo más allá de su verano (en el de 2017 les visitaron 3,5 millones de personas), cuando celebran su famoso carnaval (en febrero). Si en el de Río de Janeiro música, danza y fiesta se concentran en el sambódromo, aquí los tríos eléctricos (autobuses con altavoces descomunales) toman las calles.

El faro de Itapuã, en la playa del mismo nombre de Salvador de Bahía.
El faro de Itapuã, en la playa del mismo nombre de Salvador de Bahía.E. SANS

Pedaleando se puede llegar hasta Itapuã, un antiguo pueblo de pescadores absorbido por Salvador de Bahía. Un paraíso de kilométricos y amplios arenales, menos urbanos y perfilados por cocoteros, que ha inspirado algunas de las canciones de Caetano Veloso o la conocida Tarde Em Itapoã, de Vinícius de Moraes. El cantante se construyó aquí en la década de 1970 una casa para vivir con su séptima esposa, la actriz bahiana Gessy Gesse. Hoy está integrada en el hotel Mar Brasil, y uno puede dormir en su cama, sorprenderse con la escultura de voluminosas posaderas que adorna una pared del baño o relajarse en su bañera con vistas al Atlántico.

Es probable que durante un chapuzón se cruce con rosas flotando. Es una ofrenda a Yemanjá, la divinidad del mar y los pescadores y uno de los orixás más populares del candomblé, religión afrobrasileña de gran arraigo entre los bahianos. Desde 1558, esta ciudad al este de Brasil se convirtió en el principal puerto americano al que llegaban los esclavos desde África. La mayoría se convirtió al catolicismo, pero su identidad cultural y religiosa pervivió en el candomblé, que hasta mitad del siglo XX estuvo prohibido. En esta ciudad de más de 2,5 millones de habitantes vive la comunidad negra más grande del mundo fuera del continente africano, y mientras hay unas 300 iglesias, la cifra de terreiros, los templos dedicados a orixás (muchos asociados con santos católicos), alcanza los 1.600. Algunos se visitan, también durante sus celebraciones repletas de cantos y danzas frenéticas. La Casa Oxumaré es uno de los más antiguos, con orígenes que se remontan a principios del siglo XIX.

cova fernández

Teniendo en cuenta que en Salvador de Bahía hay zonas de favelas en las que no es aconsejable adentrarse (mucho menos sin un guía), queda ciudad por explorar. El Mercado Modelo (plaza del Visconde de Cayru) fue la primera aduana de Brasil y ahora es el epicentro de tiendas de artesanía local y souvenirs. También merece una visita A Casa do Rio Vermelho (Rua Alagoinhas, 33; entrada, 20 reales), hogar de Jorge Amado y su esposa, la también escritora Zélia Gattai, donde recibieron a personajes como Pablo Neruda, Sartre, Simone de Beauvoir o Jack Nicholson y hoy descansan sus cenizas. Una escultura del querido matrimonio sentado en un banco en el animado Largo de Santana les recuerda, y son muchos quienes se sientan a hacerse una foto con ellos antes o después de matar el gusanillo con un típico acarajé de Dinha.

También son muchos quienes al visitar la iglesia de Bonfim atan en su verja las llamadas fitinhas de Bonfim, cintas de tela de llamativos colores utilizadas como un amuleto religioso. Hay cientos. Es la iglesia más importante para los católicos y también, aunque parezca extraño, para los practicantes del candomblé. Cada segundo domingo después del Día de Reyes hay una multitudinaria y festiva peregrinación de bahianas hasta aquí para honrar a Oxalá, padre de todos los orixás. Cerca queda Ponta Humaitá, uno de los sitios más populares para ver la puesta de sol. Mientras se encienden las luces de la ciudad y de sus rascacielos, algunos pescan, otros tocan la guitarra y unas mujeres lanzan flores al mar en honor a Yemanjá. Como escribió Jorge Amado: “Si amas a tu ciudad, si tu ciudad es Río, París, Londres o Leningrado, Venecia, la de los canales, o Praga, la de las viejas torres, Pekín o Viena, no debes pasar por esta ciudad de Bahía porque un nuevo amor se prenderá en tu corazón”.

Islas y sabores marineros

La bahía de Todos los Santos, de las más grandes del mundo, incluye medio centenar de islas. La de Itaparica es conocida como La Isla: es donde van la mayoría de bahianos. Del terminal turístico Náutico da Bahía, cerca del elevador Lacerda, sale el ferri (dura una hora).

También se puede alquilar un barco o contratar una excursión para conocer Ilha dos Frades. Cuentan que debe su nombre al naufragio del barco de unos franciscanos, y que los que sobrevivieron fueron devorados por los habitantes de la isla. Leyendas aparte, merece la pena navegar unos 90 minutos hasta sus playas. Además, aquí está el restaurante Preta. Deberían ser pecado sus deliciosas moquecas: un cocido de pescado, marisco o ambos de la gastronomía indígena brasileña que se come con farofa y arroz.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Elisabet Sans
Responsable del suplemento El Viajero, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en secciones como El País Semanal, el suplemento Revista Sábado y en Gente y Estilo. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Ramón Llull de Barcelona y máster de Periodismo EL PAÍS.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_