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Escapadas

Bélgica reescribe su pasado

Visitamos el gran museo de África en Bruselas, reabierto tras cinco años de reformas con una crítica implacable al pasado colonial

La escultura 'Centre fermé, rêve ouvert', del congoleño Freddy Tsimba, en el exterior del MRAC, en Bruselas.
La escultura 'Centre fermé, rêve ouvert', del congoleño Freddy Tsimba, en el exterior del MRAC, en Bruselas.j. van de vijver (KMMA-MRAC)
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Todo pasa, salvo el pasado”. Esta inscripción en varios idiomas adorna las paredes en la entrada del Museo Real de África Central (MRAC), en Bruselas. De un pasado efectivamente ineludible por polémico trata esta institución que, a la venerable edad de 120 años, ha emprendido un espectacular lifting ideológico, renovando su visión y su relato: propagandista durante decenios del colonialismo belga en lo que hoy es la República Democrática del Congo, Ruanda y Burundi, el museo ha pasado a ser su crítico implacable. Ingente desafío: ¿puede el país ayer colonizador (¡y qué colonización más terrible la del Congo!) ofrecer con el tiempo una visión ecuánime de esta época?

Cova Fernández

El MRAC ha recogido el guante. Quizás no tenía otro remedio: alcanzado de lleno por las polémicas recurrentes, en Bélgica y fuera, sobre el pasado colonial, la institución cerró temporalmente sus puertas en 2013 para revisar sus planteamientos. Dedicó a ello nada menos que cinco años, antes de reabrir en diciembre pasado tras un gran aggiornamento.

Animales disecados en una de las salas del museo.
Animales disecados en una de las salas del museo.rmca, tervuren

Antes de adentrarnos por sus pasillos, que albergan la mayor exposición cultural africana en Europa (y tal vez en el mundo), volvamos un instante hacia atrás para medir la distancia abismal recorrida. Estamos en 1897 y Bruselas estrena con gran pompa su Expo universal. El rey Leopoldo II quiere aprovechar la oportunidad para exhibir ante el mundo las posesiones africanas que ha ido acumulando desde el final de 1870 gracias a la ayuda del explorador a su servicio Henry Morton Stanley (del que se muestran en el MRAC varios objetos personales, incluido su neceser). El monarca levanta un bonito palacio situado en unos jardines versallescos, hoy todavía la sede del MRAC, y reúne allí los múltiples objetos que funcionarios, sacerdotes, militares, comerciantes han ido sustrayendo del Congo. De paso el rey trae para la Expo a 267 africanos, incluyendo a unos pigmeos, para ser expuestos como en un zoológico humano (el público les arrojaba comida).

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El MRAC ofrece una colección de una increíble riqueza: máscaras, escudos, piraguas, armas, esculturas…

Ese era el contexto de la época. Y sobrevivió durante bastante tiempo: hasta hace no mucho, los libros escolares todavía invitaban a los niños belgas a admirar la “generosidad” de Leopoldo II al ceder finalmente a su país, en 1908, una posesión africana 80 veces mayor que Bélgica y que constituía hasta entonces su propiedad personal (lo hizo en realidad, se recuerda en el museo, por la quiebra económica de la colonia y las denuncias mundiales sobre los malos tratos sufridos por sus habitantes). Todavía subsisten en el MRAC algunos vestigios de la mentalidad de esta época. Como en la llamada Gran Rotonda, rodeada de grandes esculturas que representan a belgas apuestos y altos aportando a los “nativos” congoleños, más bajitos y con caras sumisas pero felices, “el bienestar”, “la civilización” o “la seguridad”. Si no se ha podido hacer desaparecer estos testimonios molestos del pasado al estar legalmente protegidos, se ha procurado equilibrar el conjunto añadiendo en el centro de la rotonda una escultura de un artista congoleño contemporáneo, Aimé Mapné, titulada Nuevo aliento o el Congo en ciernes.

Una de las esculturas contemporáneas que se exhiben en el MRAC.
Una de las esculturas contemporáneas que se exhiben en el MRAC.Jo Van de Vyver (KMMA-MRAC)

Arte congoleño

El MRAC ofrece una colección de una increíble riqueza: máscaras, escudos, piraguas, armas, esculturas, etcétera. Estas expresiones del arte congoleño, acompañadas de documentos audiovisuales donde los interesados describen sus vivencias, están clasificadas en función de las etapas de la vida a las que corresponden: el nacimiento, el paso a la edad adulta, el matrimonio, la enfermedad, la muerte. Entre estos testimonios del pasado están intercaladas expresiones artísticas contemporáneas, como una pintura del artista congoleño Monsengo Shula denunciando la práctica del matrimonio forzado.

Múltiples pantallas cuentan las historias de la lucha por el poder entre etnias. Pero también, y sobre todo, la historia de los implacables mecanismos de dominación de la metrópoli. Una historia hecha de malos tratos, trabajos forzados, torturas, amputaciones, esclavitud, castigos crueles. Todo valía con tal de exprimir los recursos de un territorio rico en marfil, en caucho, a los que se añadieron más tarde metales como el uranio o el cobre.

Guía

El MRAC  se encuentra en Tervuren, a unos 15 kilómetros de Bruselas. La parada final de la línea 44 del tranvía se encuentra frente a la entrada del museo. Abre de 10.00 a 17.00 de martes a viernes y de 10.00 a 18.00 los sábados y domingos. Entrada, 12 euros.

Oficina de turismo de Bruselas (visit.brussels).

Oficina de turismo de Flandes y Bruselas (visitflanders.com).

Pero el MRAC no se limita a la historia remota. Una sección apasionante describe, con la ayuda de recortes de prensa, fotografías y vídeos de la época, los tiempos turbulentos de la lucha por la independencia. Incluye por ejemplo el famoso vídeo en el que Patrice Lumumba, el primer ministro nacionalista que sería asesinado poco después (el 17 de enero de 1961), afea sin complejos al rey Balduino desplazado a Kinshasa para las ceremonias de la independencia los horrores de la época colonial.

Quedan, por fin, los desafíos del Congo de mañana, que el MRAC expone ampliamente. Como el desafío de la energía: mientras apenas el 10% de la población tiene hoy acceso permanente a la electricidad, hay un proyecto de construir a unos 30 kilómetros de la desembocadura del río Congo la mayor presa del mundo, el Gran Inga, que duplicaría la capacidad de las Tres Gargantas, en China. O la urbanización que se acelera: el 40% de los congoleños vive ya en medio urbano. O la deforestación, en lo que es (todavía) el mayor bosque del mundo tras la Amazonía. Y estas notas prospectivas sobre el futuro de un país hoy amenazado por el espectro del Estado fallido no son las de menor interés de un museo que nos recuerda que, si bien es cierto que “el pasado no pasa”, se puede, por lo menos, leerlo de otra manera.

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