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Celtíberos, romanos y bodegueros

Una ruta entre cerros con historia y viñedos desde el yacimiento de Numancia hasta el Barrio de la Estación de Haro, con paradas en Laguardia y Elciego

Las Bodegas López de Heredia Viña Tondonia, en Haro (La Rioja). 
Las Bodegas López de Heredia Viña Tondonia, en Haro (La Rioja).  Gonzalo Azumendi
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De camino a La Rioja hicimos una parada en las ruinas de Numancia. Hacía frío y el viento era tan fuerte que daban ganas de quedarse en el coche oyendo música para contar después que las había visitado, en un buen ejemplo de los comportamientos infantiles que todo turista debe permitirse de vez en cuando. Pero pudo la curiosidad, aunque sea una paradoja, precisamente por el viento. ¿Cómo pudieron elegir primero los celtíberos y luego los romanos un lugar como ese para vivir y prosperar?

Resistencia

Parte de la respuesta la proporciona el valor estratégico del emplazamiento, en lo alto del cerro de la Muela de Garray (Soria). Desde allí se domina una amplia llanura, el vado del Duero y varias rutas comerciales. Además, las calles y las casas estaban diseñadas para cortar el viento del norte. Eso sí, el lugar donde uno vive forja el carácter, y no extraña demasiado que los numantinos ofrecieran una resistencia casi fanática a los invasores romanos. En el siglo II antes de Cristo, el famoso sitio de la ciudad duró más de un año y acabó con el suicidio de la mayoría de los habitantes. Antes muertos que esclavos. Los propios romanos, que no eran dados a regalar piropos a los bárbaros, quedaron impresionados.

En Numancia han reconstruido alguna casa y parte de un campamento romano. La visita, en medio de un vendaval, compensó y se convirtió en una humilde prueba de resistencia. Al volver al coche, me congratulé de que el resto del viaje estaba pensado para dar rienda suelta al placer.

javier belloso

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Pórtico gótico

Unos 140 kilómetros al norte llegamos a Laguardia, capital de una de las siete comarcas de la Rioja Alavesa. También está sobre un cerro, en este caso amurallado. El casco histórico medieval, muy bien conservado, ofrece al visitante palacios, casonas e iglesias. La joya, sin duda, es el pórtico gótico policromado del muro sur de la iglesia de Santa María de los Reyes, con sus cuidadas esculturas y sus bellos ocres y dorados. Estamos ya en tierra de vinos y parte de las cuevas subterráneas —más de 300, situadas a ocho metros de profundidad— han sido convertidas en bodegas que complementan el reclamo del patrimonio artístico.

El hotel y balneario de vino de Marqués de Riscal, del arquitecto Frank Gehry, en Elciego.
El hotel y balneario de vino de Marqués de Riscal, del arquitecto Frank Gehry, en Elciego.David Silverman (getty images)

El hotel de Gehry

Al paisaje de llanuras y lomas y de olivos y frutales se incorporan los viñedos. En Elciego visitamos la bodega de Marqués de Riscal, fundada a mediados del siglo XIX, con afamados riojas y ruedas. En su Ciudad del Vino hay hotel, spa, restaurantes y un centro de convenciones y banquetes. El hotel, obra muy reconocible del canadiense Frank Gehry, muestra un revestimiento de titanio y acero en atrevidos colores (dorado, plata y rosa) que deberían recordarnos los de una botella de tinto. Para mucha gente el hotel será un placer para la vista. A mí me hace preguntarme cómo envejecerán las obras de los arquitectos estrella previas a la última gran crisis económica.

Parada vitivinícola

Seguimos camino y llegamos a Haro, ya en La Rioja, uno de los lugares con mayor concentración de bodegas antiguas y señeras del mundo. En el llamado Barrio de la Estación se encuentran Muga, Bodegas Bilbaínas, López de Heredia Viña Tondonia, CVNE, Gómez Cruzado, Roda y La Rioja Alta.

Víctor Urrutia, consejero delegado de CVNE y quinta generación de una empresa familiar que cuenta también con las bodegas Viña Real y Contino, comenta el origen de una revolución vitivinícola: “En el siglo XIX aquí se empezaron a hacer buenos vinos, algo que por entonces no era nada común en España. La tierra era buena para plantar viñedos, las condiciones geológicas eran interesantes para los calados, el caldo empezó a envejecer en barricas, se hizo una línea de embotellado, el ferrocarril permitió que se llevaran a un puerto próspero como Bilbao, desde el que se exportó a Francia e Inglaterra… En La Rioja se alinearon las estrellas y se produjo un desarrollo tecnológico que impulsó la producción”. La nave proyectada por Gustave Eiffel, de principios del siglo XX, plasma con elegancia el discurso de Urrutia. La estructura de cerchas metálicas de pared a pared evitó las columnas y permitió utilizar todo el espacio inferior para el almacenaje y manejo eficiente de las barricas. Hoy las cubas, de roble francés y americano, son del premiado vino Imperial, estrella de la casa. En la Aldea del Vino de CVNE, que se desarrolla alrededor de un sencillo patio central, prima una arquitectura clásica y funcional que transmite el valor de lo antiguo. “Inventar, no inventamos nada. Pero tratamos de poner la tecnología al servicio de lo tradicional, de lo artesano. Aquí ahora hay una nave en la que llega la vendimia en cajas y la uva se selecciona a mano, sin robots”, dice Urrutia.

Guía

La Herradura

En Haro no solo hubo vino, también curtidurías, conservas y embutidos. Se construyó un teatro, fue de las primeras localidades españolas en disponer de electricidad y la reina regente María Cristina le otorgó el título de ciudad en 1891. Pero hoy languidece, como tantas ciudades pequeñas incapaces de atraer población joven y activa. En La Herradura, el casco antiguo, con palacios de estilo plateresco y barroco y casas señoriales de piedra con preciosos balcones blancos y ornamentados de madera, hay numerosos edificios abandonados. Resulta sorprendente el contraste entre la pujanza del Barrio de la Estación y la abulia del centro de la ciudad.

Para animarse, nada como pasear por la calle de la Virgen de la Vega o la plaza de San Martín y probar una menestra de verduras, pimientos rellenos, unos embuchados (embutido de tripas de cordero) o unas chuletillas al sarmiento. Buen vino no va a faltar.

Nicolás Casariego es autor de la novela ‘Antón Mallick quiere ser feliz’ (Destino).

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