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Escapadas

Diario de un viaje invernal a Islandia

Excursiones desde Reikiavik para descubrir las cálidas aguas de la Laguna Azul, la cascada de Skógafoss y auroras boreales

Reynisfjara, playa de arena negra al sureste de Reikiavik (Islandia).
Reynisfjara, playa de arena negra al sureste de Reikiavik (Islandia).Thomas Stankiewicz (age fotostock)

Viaje al centro de la Tierra (1864) y De la Tierra a la Luna (1865). Dos novelas de Julio Verne que expresan sensaciones encontradas viajando por uno de los países más jóvenes del mundo. La primera novela se sitúa en la península islandesa de Snaefellsnes, unos 155 kilómetros al norte de la capital del país, Reikiavik. La segunda podría reflejar el aterrizaje y los siete días, y siete noches para ver auroras boreales, que dura este viaje por un paisaje volcánico y nevado, difícil de expresar con palabras. Un lugar acogedor, que te hace sentir como en casa a pesar de la hostilidad de su clima y de la ausencia de luz natural.

javier belloso

Día 1. Aterrizar en Islandia

Llegar a Islandia en pleno invierno, aterrizar al amanecer, sentir la atmósfera congelada y la leve luz suspendida durante las apenas cuatro horas que dura el día. Una media hora separa el aeropuerto de Keflavík de Reikiavik, un camino salpicado de vapor y azufre que te hace sentir como uno de los supervivientes de la novela La carretera, de Cormac McCarthy (2006). Un paisaje apocalíptico y de extrema belleza que conduce hasta la capital más septentrional del planeta.

El faro de Grotta, a cinco kilómetros de la ciudad, es un buen lugar para el primer encuentro nocturno con las luces del norte.

Día 2. Hvalfjördur

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Apenas una hora al norte de Reikiavik encontramos el pequeño fiordo de Hvalf, menos espectacular que los de la costa oeste de Islandia, pero mucho más accesible en invierno. Conducir alrededor del mismo, disfrutando de la atmósfera cambiante y de las laderas del monte Esja, es suficiente para afirmar que aquí la desolación es bella.

En Borgarnes, más al norte, una de las mejores sopas de pescado del país en The Settlement Center nos recompensa el gélido día. Una pequeña aurora boreal asoma tímidamente frente al gran ventanal del salón y baila del blanco al verde.

La Laguna Azul, en Grindavik (Islandia).
La Laguna Azul, en Grindavik (Islandia).Mike Theiss

Día 3. Un baño termal

Seguimos el olor a azufre en dirección opuesta y recorremos un camino entre campos de lava que se pierden en el horizonte. La Laguna Azul —50 kilómetros al sur de Reikiavik— es, probablemente, uno de los lugares más turísticos de Islandia, pero su fuerza y magia consiguen crear una burbuja de abstracción y te hacen consciente de estar en un lugar excepcional, donde el calor de las aguas volcánicas, entre blancas y azules, provocan que la baja temperatura exterior sea una anécdota. Brindar con una copa de vino, servido en un bar de este balneario geotermal accesible desde el propio lago, sella una experiencia única.

La búsqueda de la aurora boreal nos lleva en esta ocasión al parque nacional de Laugarvatn, a unos 40 minutos de Reikiavik, donde a partir de las nueve de la noche empieza el baile.

Día 4. El edificio Harpa

Durante la crisis islandesa de 2008, uno de los debates fue si financiar con dinero público la finalización del que iba a ser el nuevo símbolo de la capital, el edificio Harpa. Finalmente ganó el sí y la colorida construcción vidriada —un proyecto del estudio Henning Larsen y Olafur Eliasson inaugurado en 2011— refleja los nuevos años de bonanza y el orgullo de un país que siempre busca soluciones inesperadas. Para nosotros, una oportunidad de ver a los Sigur Rós, ídolos locales, volviendo a casa y llenando durante cuatro días el auditorio islandés. El espec­tácu­lo de luces de la banda es suficiente por esta noche.

Día 5. Vík í Myrdal

Islandia es un país para conducir, sentir la luz cambiante y el cielo tan bajo que parece que va a colisionar contra el techo del automóvil. El viaje al sur se puede volver aún más épico si te sorprende una tormenta de nieve. Así, la sensación de estar en uno de los extremos de la Tierra se acentúa. El pueblo de Vík í Mýrdal se sitúa a unos 180 kilómetros de la capital de Islandia. Unos 33 kilómetros antes merece la pena desviarse hasta una de las cascadas más espectaculares del país, Skógafoss.

La cercana playa de arena negra de Reynisfjara es un espectáculo. A unos 20 minutos en coche está el faro de Dyrhólaey, un buen lugar para contemplar la costa. El cielo cubierto hace imposible hoy la búsqueda nocturna de cada jornada.

Día 6. Reikiavik

Sin grandes monumentos, exceptuando la iglesia luterana de Hallgrímskirkja, el Harpa y la Nordic House, una de las obras menos conocidas del arquitecto finlandés Alvar Aalto, Reikiavik ofrece un amplio abanico cultural y gastronómico. Una parada recomendable: Bæjarins Beztu Pylsur, cadena de puestos de comida callejera fundada en 1937 y famosa por sus hot dogs. Es una ciudad de apenas 120.000 habitantes, un tercio de la población del país, y su modesto tamaño permite recorrerla fácilmente a pie. Sus casas de colores, la atenuada luz, su ritmo… invitan a pasear hasta acabar contaminados por la atmósfera viva de sus cafés —como The Laundromat— y locales con música en directo —por ejemplo, en el Kaffibarinn—, más que suficiente para sentirse parte del lugar.

Esta termina siendo una noche de luces y fuego en el horizonte.

Día 7. Reykjanes

Las afueras del municipio pesquero de Grindavík, en la península de Reykjanes, son un solitario y apacible lugar para ver las últimas luces del norte. Una buena despedida de este país magnético, que atrapa y provoca una sensación de naturalidad, de paz, agrandada por la inmensa amabilidad de sus habitantes, que incrementan las ganas de regresar incluso antes de haberse ido.

Sergio Baragaño es arquitecto y director del estudio [baragaño] y Celia Prieto, cineasta.

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