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Placeres del mar en Bakio

Una ruta entre ermitas y miradores hasta Armintza, en la comarca de Uribe recorriendo un tramo delicioso de la costa de Bizkaia

La playa de Bakio, en Bizkaia.
La playa de Bakio, en Bizkaia. Javier Gil (age fotostock)

Pocas cosas satisfacen tanto a un viajero costero como la sensación de descubrimiento que puede experimentar en la comarca vizcaína de Uribe. Esta ruta no solo da rienda suelta a la voluntad del extravío por el litoral más ignorado de la cornisa cantábrica, también completa la excursión a la ermita de San Juan de Gaztelugatxe.

javier belloso

Bakio

Arrancamos el recorrido en el municipio de Bakio, en la ermita románica de San Pelayo, que conserva su torre original (datada en el siglo XII). Después, desde el mirador de Askada, distraeremos la mirada sobre la playa de Bakio y la escultura-veleta metalizada que la preside, muy animada al caer el sol. Un observador clarividente intuirá en el curveo de las barandillas de las escaleras que dan acceso al arenal la palabra Bakio leída a vista de pájaro.

Nos encontramos en un valle agríco­la de temperaturas mediterráneas en el que arraigan naranjos y limoneros. El pulso enológico se toma en el Txakolingunea, o Museo del Txakoli, que alberga además la oficina de turismo de Bakio. Un paseo por sus salas descubre los secretos de este vino joven que tan bien marida con el pescado. La visita se remata con una degustación.

Doniene Gorrondona es una de las cuatro bodegas bakiotarras que se mueven bajo el paraguas de la denominación de origen Txakoli de Biz­kaia. Fue pionera en la fermentación en barrica y destila en alambiques de cobre aguardientes de orujo blanco, de hierbas y de algas. La visita oscila entre el recorrido con cata y el menú maridado y comentado.

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Se puede subir a pie hasta la cima del monte Jata, de 598 metros de altitud, con grandes vistas al mar

San Miguel de Zumetxaga

Al salir de Bakio, ignoramos el desvío a Armintza y seguimos cien metros en dirección a Mungia para embocar el vial de fortísima pendiente que nos eleva hacia la ermita de San Miguel de Zumetxaga, paradigma del románico rural.

Del recorrido a pie por la costa que María Belmonte volcó en Los senderos del mar (editorial Acantilado) atrae este enclave “rodeado de castaños y robles centenarios en la ladera este del monte Jata”. La escritora descubrió en uno de sus capiteles al Hombre Verde, de cuyos labios brotan hojas de roble: “Representación pagana del mundo vegetal de origen celta tan abundante en las iglesias de todo el arco atlántico europeo”. No hay que perderse la ventana absidial de la ermita.

Si nos da por sacar provecho a estos 259 metros de altitud, podemos incorporarnos al sendero GR-280, que en 40 minutos de caminata nos sitúa sobre el monte Jata (a 598 metros de altitud), la cota más alta por cercanía al mar en Euskadi.

Hay más. Cerca de San Miguel de Zumetxaga se esconde un restaurante con encanto que antaño fue una ferrería (a partir de 1650) y también molino (1850), al que los clientes ven en funcionamiento. En el Zintziri Errota prima la tradición con puntos innovadores, destacando el arroz con mantecado de hongos y queso parmesano, y su menú degustación (que cuesta 57 euros, vinos aparte). Para quien desee experimentar la hospitalidad vasca, tiene a mano el hotel Joshe Mari.

Panorámica desde el monte Jata sobre Bakio y el peñón de San Juan de Gaztelugatxe, en la costa de Bizkaia.
Panorámica desde el monte Jata sobre Bakio y el peñón de San Juan de Gaztelugatxe, en la costa de Bizkaia.ADR Jata-ondo LGE

El monte Jata

Camino de Armintza, la explanada del kilómetro 41 marca el mirador orientado a Bakio y al peñón de San Juan de Gaztelugatxe, la única silueta acogedoramente familiar que veremos en el horizonte. Retomamos 150 metros la carretera y giramos para trepar en coche hasta el área recreativa del monte Jata, donde aguarda una panorámica de la costa con toda la magnificencia de su naturaleza.

Hay pocas carreteras tan solitarias como la BI-3151, por la que ­circula mucho motorista y también algunos ciclistas. Todo ello acentúa los rasgos de la foresta vasca de eucaliptos y helechos, con ese verde intenso, esencial, y también el placer de la conducción en solitario.

Lemoiz

Una vez en Lemoiz (Lemóniz, en castellano) veremos fugazmente el embalse de Urbieta, lugar de reposo de aves marinas, para enseguida subir a la explanada donde retomamos el contacto con el mar Cantábrico a la vez que sentimos el soplo helado de la historia. Todo mueve a reflexión frente a la mole fantasmagórica de la central nuclear de Lemóniz, abandonada en 1982 —tras el asesinato de cinco empleados a manos de ETA entre finales de los años setenta y principios de los ochenta— y que nunca llegó a entrar en funcionamiento. Aquí quedaron sepultados 200.000 metros cúbicos de hormigón armado y un billón de las antiguas pesetas; su futuro pasa por su reaprovechamiento como piscifactoría. El cercano embalse no era sino la reserva de seguridad de dicha central.

El pequeño puerto de Armintza, en la costa de Bizkaia.
El pequeño puerto de Armintza, en la costa de Bizkaia.Mimadeo (Getty)

Armintza

Nadie pasa por casualidad por Armintza, uno llega aposta a este barrio marinero que esconde las características de un puertecito como de juguete. Antes de contemplar la antigua fábrica escabechera, caminaremos unos 10 minutos hasta la cruz de Gaztelumendi, mirador que, por razones inexplicables, obvian muchos viajeros. Un humilladero que rinde tributo a los ahogados en alta mar con una vista fastuosa de las montañas y del malecón en forma de bumerán.

El puerto, envuelto en verdes laderas, ganado al mar y de entrada difícil para las embarcaciones —txalupas profesionales quedan cuatro, de anzuelo—, sirve para deleite de los paseantes. Y quien dice paseantes y pescadores de caña dice buceadores cuando se abonanza el tiempo. Además, el bodyboard atrae con mar bravía, por la ola de La Central, y en la cala de guijarros de Ar­mintza unas escaleras bajan a un reducto naturista.

Son curiosos los pantagruélicos escalopes que preparan en Begotxu, cuya lista de espera de dos meses invita a pensar más en un restaurante con estrella Michelin. Como alternativa tenemos el menú de 27,50 euros del restaurante Noray.

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