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Salamanca, la gran ciudad universitaria

De la imponente plaza Mayor al puente romano, pasando por la Casa de las Conchas y las dependencias de la Universidad, que cumple este año ocho siglos

La plaza Mayor de Salamanca, construida a mediados del siglo XVIII según un proyecto del arquitecto Alberto Churriguera.
La plaza Mayor de Salamanca, construida a mediados del siglo XVIII según un proyecto del arquitecto Alberto Churriguera. Matteo Colombo (Getty Images)
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Salamanca tiene, tras Bolonia y Oxford, la universitas más antigua de Europa. Fundada en 1218, cumple, pues, ocho siglos. Hombres tan ilustres como Fray Luis de León, Francisco de Vitoria o Miguel de Unamuno han sido profesores en ella. De Vitoria, máxima figura de la Escuela de Salamanca, origen del derecho internacional moderno, sostenía, por ejemplo, que los indios no eran seres inferiores, tenían los mismos derechos que los europeos y eran dueños de sus tierras y bienes. En su siglo, el XVI, la universidad contaba con 6.500 estudiantes. Todo esto es motivo de orgullo e invita a visitar la ciudad.

10.00 Desayuno entre espejos 

Aunque Salamanca no sea ni mucho menos una ciudad cerrada a lo nuevo, lo que la hace única es su clasicismo. El día comienza en el café Novelty (1), inaugurado en 1905, en la plaza Mayor. Como todo lo que se diga de esta explanada es poco, no diré nada, confiando en que eso sea mucho. El desayuno transcurre entre espejos, suelo ajedrezado de mármol, columnas doradas de hierro fundido, sofás de cuero… Torrente Ballester, también profesor en Salamanca, aunque no de la universidad, sino del instituto Torres Villarroel, fue uno de sus tertulianos. Falta su estatua, prestada para una exposición. ¡También ellas viajan!

La Casa de las Conchas.
La Casa de las Conchas.Óscar García (age)

11.00 Subiendo escaleras

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Por la Rúa Mayor, peatonal, y en la que me hace gracia el nombre de una tienda de té, El Motín del Té, llego a la Clerecía (2). Desde sus torres, conectadas por una pasarela, tendré una vista completa de la ciudad, sus tejas, su piedra dorada. A mis pies, la Casa de las Conchas (3), y al fondo, los campos de trigo. Mientras asciendo, crujen los escalones de madera. En lo alto aguardan cuatro campanas con una advertencia: “No tocar”. Cuando bajo, entro en el patio de la Casa de las Conchas, magnífico palacio del XV, hoy biblioteca. Quizá por eso me parece que, en la escalera, el león que sostiene un escudo está en realidad abrazando un libro.

Me he aficionado a ascender y como las catedrales, la Nueva (4) pegada a la Vieja (5), están muy cerca, subo a sus torres, veo la nave interior de la Vieja y me dejo impresionar por la cercanía de almenas y esculturas. Ya abajo, un grupo de franceses celebra con entusiastas olalás la ocurrencia del astronauta y el mono (¿o es un dragón?) que come un helado, tallados por los restauradores en 1992 en la fachada plateresca de la Puerta de Ramos. Estos anacronismos voluntarios no son únicos. Por ejemplo, en la catedral de Palencia, a principios del siglo pasado se talló un fotógrafo en una gárgola.

Tras eso, busco algo más serio: la Casa del Rector de la Universidad, convertida en la Casa Museo Unamuno (6), donde el escritor murió en 1936, al poco de estallar la “Guerra Incivil”, decepcionado por los “hunos” y los “hotros”. Veo fotografías, muebles, dibujos, libros, manuscritos y la misma parra que Unamuno conoció, hoy ya centenaria. Hay una pequeña baraja, regalo de una nieta, que el sabio (que estará de nuevo en boca de todos cuando se estrene Mientras dure la guerra, la película de Amenábar sobre su enfrentamiento con Millán-Astray) llevaba al Novelty para hacer solitarios si le fallaban sus tertulianos.

javier belloso

14.00 Jamón salmantino

En Salamanca, huelga decirlo, se come muy bien, así que no es difícil acertar. Lo hago en Don Mauro (7), uno de sus restaurantes más clásicos, en la plaza Mayor. Tiene terraza, pero hace calor y almuerzo dentro. En mi dieta no falta el jamón, otro de los orgullos de Salamanca.

16.00 ‘El Lazarillo de Tormes’

Tras comer, visito las Escuelas Mayores de la Universidad (8), otro edificio imponente. En el Aula Fray Luis de León, que se conserva tal como estaba en el siglo XVI, con la cátedra y su tornavoz manierista, Carlos V asistió a una lección de Francisco de Vitoria, catedrático de Teología, quien seguramente expuso su idea de que el Derecho tiene que estar por encima de la fuerza. Entro en las sucesivas aulas dispuestas alrededor del patio (Salinas, Alfonso X el Sabio…), con sus arcos de piedra, sus bancos rústicos, sus techos con vigas de madera. Aquí —y en México— se formó Tomás de Mercado, autor de Tratos y contratos de mercaderes y tratantes, obra escrita por encargo de los mercaderes sevillanos, en la que defiende el interés, que aplicado de forma ética es muy distinto de la usura. Sus trabajos, en los que también se preguntaba sobre la incidencia en los precios de la llegada de los metales preciosos de América, se consideran los inicios de la economía moderna. En el claustro alto tengo que contentarme con ver la maravillosa biblioteca a través de una puerta de cristal.

Las catedrales Nueva y Vieja de Salamanca desde el río Tormes.
Las catedrales Nueva y Vieja de Salamanca desde el río Tormes.J. M. Agudo (Getty Images)

Bajo hacia el Tormes, que en Salamanca parece un gran río, y en cuyas orillas la vegetación crece enmarañada. Descanso en el Huerto de Calisto y Melibea (9), un pequeño, umbrío y hermoso jardín. Llego al puente romano (10), donde en El Lazarillo de Tormes el ciego golpea la cabeza de su pupilo contra el verraco de piedra, ¡hay diferentes formas de aleccionar! A lo largo del paseo fluvial, con carril bici, algunos hacen deporte, mientras una mujer, sentada a la orilla, medita. Y regreso por el puente de hierro, el de Enrique Estevan (11), en esa hora mágica en la que el atardecer baña todo con su luz anaranjada. Junto a su arranque hay una gasolinera con arquerías de piedra. Son las cosas de Salamanca…

20.30 Tapas y cine en Van Dyck

Para cenar, como un estudiante más, decido tapear por la calle de Van Dyck (12). En el número 33, el Asador de Van Dyck es un bar que recuerda los de mi infancia; tomo una tosta de solomillo con salsa de ajo no apta para el paladar de Victoria Beckham, pero que hace las delicias del mío, y, quizá guiado por mis ancestros asturianos, bebo sidra. En El Minutejo (13) (en el 55), de estética más actual, tomo un sabroso pincho moruno y una tosta de bacalao con mermelada de pimiento. Camino pensando en si rematar con una copa, cuando me encuentro con los cines Van Dyck (14). No en todas las ciudades hay salas de versión original. Descarto la copa y elijo una película. Y mientras hago cola, recuerdo la frase de Cervantes en El licenciado Vidriera: “Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”. Sí, hay ciudades a las que ir no hace sino despertar las ganas de volver.

Martín Casariego es autor de ‘Con las suelas al viento’ (La Línea del Horizonte).

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