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Un ‘rapitenc’ con Adelaida en el Montecarlo

Entre la sierra del Montsià y el Delta del Ebro, este hostal es un lugar para darse un chapuzón, comer y escuchar las historias de ayer y de hoy de su dueña

La playa y la cementera de Alcanar (Tarragona).
La playa y la cementera de Alcanar (Tarragona).alamy
Cristian Segura
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Adelaida Cervera toma cada día un rapitenc antes de almorzar. Es un licor a base de hierbas maceradas, elaborado en Tortosa, con hielo y sifón, y se lo sirve su nieto, bien frío. Cervera tiene 95 años y es la propietaria del Hostal Montecarlo, dos estrellas, en la antigua carretera nacional entre Sant Carles de la Ràpita y Les Cases d'Alcanar, en Tarragona. Es un negocio familiar que durante el año funciona mayoritariamente para los autocares de jubilados que paran a comer y a escuchar las canciones que les cantan las chicas de la banda Paris La Nuit. Con la llegada del verano sus 12 habitaciones las ocupan, sobre todo, los fieles de cada año, procedentes de Barcelona, Aragón o Francia. El hostal es célebre desde hace décadas en la zona del Delta del Ebro; pero internacionalmente se dio a conocer en agosto de 2017, cuando una casa al otro lado de la carretera saltó por los aires: era la guarida de los terroristas del atentado de Barcelona.

El Hostal Montecarlo se convirtió en aquellos días de agosto en el campo base de medios de comunicación de medio mundo: televisiones norteamericanas, alemanas, japonesas, británicas... Subían a la azotea para tomar imágenes, pedían cafés, se daban un chapuzón y sobre todo comían los platos que cocina Salvador Vila, el hijo de Adelaida. Vila improvisa en un santiamén arroces, pescado frito, tablas de embutidos, fideuás, gambas a la plancha o un suquet de peix de campeonato. Todo acompañado con productos de la zona, sobre todo olivas.

Vista panorámica del Hostal Montecarlo, en la playa de Alcanar (Tarragona).
Vista panorámica del Hostal Montecarlo, en la playa de Alcanar (Tarragona).

Frente al pequeño edificio de dos plantas, un motel de carretera con una piscina discreta sobre el mar, está una pequeña playa frecuentada sobre todo por los residentes de la urbanización Montecarlo. Desde el arenal se abre un paisaje marino y terrestre, entre agreste y apocalíptico, formado por la lengua de tierra de la Punta de la Banya, la bahía de los Alfaques y el puerto de la cementera de Alcanar.

La urbanización Montecarlo es el clásico centro de casas de veraneo de finales de la década de 1960 que se desarrolló sin permisos ni planificación urbanística. Las calles no están pavimentadas y a duras penas hay alumbrado. Fue el lugar que la célula de Estado Islámico eligió para almacenar 106 bombonas de butano y para planificar los atentados de 2017. Más allá de la urbanización, subiendo hacia el interior, se despliega la sierra del Montsià, la comarca con más olivos milenarios de la Península. Se abren los caminos entre olivos, algarrobos, higueras, almendros y chumberas. Los mismos campos que recorrieron hace 2.500 años los pueblos íberos que habitaban la región y que dejaron multitud de huellas, la más impactante de las cuales es el poblado de la Moleta del Remei. Al lado del yacimiento arqueológico se encuentra la ermita del Remei, el templo más importante para los ciudadanos de Alcanar. Otro santuario de impacto es la ermita de la Piedad, en las alturas de la sierra de Godall, lugar de comidas, excursiones y punto de salida para la contemplación de las pinturas rupestres de Ulldecona.

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Si no está haciendo la siesta, a Adelaida Cervera se la encuentra en el comedor de su hostal, sentada frente a un televisor encendido que ella ignora. Siempre está dispuesta a contar historias: el bombardeo durante la Guerra Civil en su pueblo natal, el Rosell —Castellón—, que estuvo a punto de matarla; su empleo como camarera durante el conflicto en una caserna de soldados alemanes; la vez que sirvió de cenar a Franco, o sus temidos encuentros con Teresa Pla, La Pastora, la líder maqui del Maestrazgo. También recuerda que uno de los terroristas se acercó al hostal a tomar un café pocas horas antes de morir. La noche que estalló la casa, Cervera dormía plácidamente: “Porque mis nietos me avisaron, que si no, ni me entero. Para bombas, ¡las de la Guerra Civil!”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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