Así son las Solo Houses, las casas de vacaciones del futuro
Este proyecto arquitectónico insólito en España propone redefinir en la comarca turolense del Matarraña el concepto de vivienda de fin de semana
Uno no llega al Matarraña por casualidad. El aislamiento de las Solo Houses, las viviendas de alquiler situadas en esta comarca turolense, puede suponer una cortapisa para el viajero fugaz. Sin embargo, los 203 y 262 kilómetros que las separan de los aeropuertos de Barcelona y Valencia, respectivamente, son un estímulo para quien persigue una experiencia que va más allá de lo material: amanecer en un proyecto arquitectónico insólito en España; pasear por un bosque plagado de olivos y almendros; contemplar una puesta de sol sin divisar un alma en kilómetros… Un lujo en mitad de la nada que justifica el desplazamiento hasta este recóndito lugar.
Hasta la comarca del Bajo Aragón viajaron en 2012 los galeristas Christian Bourdais y Eva Albarrán con la intención de que 10 de los estudios de arquitectura más innovadores del mundo (Sou Fujimoto y Christ & Gantenbein, entre otros) levantasen allí una vivienda de fin de semana con una única condición: cuestionar todas y cada una de las convenciones asociadas a la típica segunda residencia. “¿Cómo debe ser hoy una casa de fin de semana? Queremos reinventar el concepto desde las necesidades contemporáneas, respetando la creatividad de los arquitectos que los constructores han reducido tanto”, cuenta Bourdais.
La carta blanca que ofrecieron continúa hoy escribiéndose, y de las 10 viviendas proyectadas dos son ya habitables: la Casa Office (su alquiler, para un máximo de ocho personas, oscila entre los 650 y los 800 euros por noche, según la temporada) y la Casa Pezo (entre 450 y 600 euros para cinco personas). Otras ocho, junto a un hotel de 35 habitaciones que se elevará sobre el suelo, se unirán a partir de septiembre de 2019 a este oasis de arquitectura utópica construido en 120 hectáreas de plena naturaleza. Cuando el proyecto toque a su fin, en torno a 2024, las 10 viviendas, convenientemente aisladas entre sí, habrán transformado este paisaje de austeridad ocre y verde.
Bourdais y Albarrán conciben cada vivienda como un proyecto artístico fruto del trabajo de un estudio de arquitectura. Y no resulta extraño cuando se descubre que la pareja es propietaria de Solo Gallery, la galería de arte contemporáneo parisiense que este invierno abrió sede en Madrid (en la calle de Jorge Juan, 12). “Nos sentimos curadores de un proyecto artístico”, afirma Bourdais.
360 grados
Boletín
El diseño de la última de las viviendas en alquiler, la Casa Office KGDVS, surgió cuando sus creadores, los arquitectos Kersten Geers y David Van Severen, de Bruselas, paseaban por la meseta que les fue asignada para levantar su proyecto. De manera espontánea, sus pasos dibujaron el anillo que hoy conforma la planta circular de la casa, desde la que, en 360 grados, se divisan las espectaculares vistas del Matarraña a través de una fachada acristalada que se abre por completo al exterior, desdibujando los límites entre privado y público, entre civilización y naturaleza. Pura arquitectura invisible mimetizada con el entorno.
Sobre la circunferencia de hormigón se levanta una estructura acristalada dividida en tres segmentos de 60 metros cuadrados, con capacidad para que hasta ocho personas pasen la noche, y coronada por paneles fotovoltaicos, tanques de agua y generadores a modo de esculturas, obra del pintor Pieter Vermeersch. Los 1.600 metros cuadrados de superficie de la Casa Office incluyen, además de un salón, comedor, baños y chimenea, otros 1.050 metros cuadrados de patio ajardinado con una piscina en la que refrescarse o contemplar las montañas desde una chaise longue de hierro inspirada en la casa, obra de Muller Van Severen, que revisa los muebles de terraza al uso.
Cuesta, claro, abandonar una vivienda así. Aunque el habitante accidental encontrará motivación ante la perspectiva de un paseo por Cretas, el cercano pueblo medieval de 600 habitantes; cruzar el puente que atraviesa el encantador Valderrobres; charlar con algún local por la plaza Mayor de Calaceite o hacer la ruta de los túmulos funerarios ibéricos de Matarraña, de los siglos VII y VI antes de Cristo. Solo alicientes con cientos de años de antigüedad podrían competir con la singular belleza de una vivienda del futuro afincada ya en el presente.