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Fuera de ruta

Camino a Punta del Diablo

Dunas, leones marinos y bosques de ombúes en un sosegado viaje en coche de Montevideo a la playa de la Viuda, al este de Uruguay

Terraza del restaurante La Susana, en José Ignacio (Uruguay).
Terraza del restaurante La Susana, en José Ignacio (Uruguay).Rafael Estefanía

En Uruguay la simplicidad es una virtud. Una escueta señal a la salida del ­aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, indica: “Al este”. Todo está dicho y es suficiente, porque, como tantos otros buscadores de sol antes que yo, sé que detrás de ese cartel se adivina la promesa de 200 kilómetros de costa, naturaleza pura y algunas de las mejores playas de Latinoamérica. Del este de Uruguay, lo más conocido es su punta, pero no es ahí donde se encuentra el verdadero alma del país. Quizás, escarmentada por el desarrollo turístico exagerado de Punta del Este, el resto de la costa buscó congraciarse con la naturaleza y, en lugar de levantar edificios de cemento y cristal, prefirió mantenerse a ras de suelo, en localidades pequeñas sin plaza y apenas sin calles, con casitas de una planta con vistas al mar y con los faros como únicos campanarios en estos pueblos sin iglesia.

javier belloso

Uno de esos lugares es José Ignacio, a media hora de Punta del Este, un refugio para quienes buscan calidad lejos del cemento. Un aire boho-chic (entre bohemio y chic) invade aquí tiendas de decoración y restaurantes, objeto de peregrinación de los sibaritas. El camino hacia el este por la ruta 10 nos adentra en el departamento de Rocha, famoso por su naturaleza y costas impolutas salpicadas por arenales como El Desplayado y la playa del Barco. La belleza natural del lugar ha propiciado la proliferación de hoteles y tiendas de souvenirs.

Oceanía del Polonio

Rumbo al este, un desvío por una pista de tierra en dirección a Oceanía del Polonio lleva a un lugar mágico, el Chez Silvia, una cabaña de madera en medio de una playa virgen donde disfrutar de la tranquilidad y el slow food, la comida lenta. Sus dueños son una pareja de argentinos que, como tantos otros, llegaron y se enamoraron del mar y del sonido de las olas, que rompen a 50 metros de la cabaña.

Al día siguiente, muy pronto, junto al puente sobre el arroyo Valizas, los pescadores arreglan sus barcas de madera y desenmarañan sus redes. Esas mismas barcas llevan al viajero río arriba, en un trayecto de cuatro kilómetros que provoca a su paso el vuelo de las garzas y los teros en las orillas hasta llegar al bosque de ombúes, en los humedales del este, un auténtico capricho de la naturaleza. Normalmente solitarios, los ombúes crecen aquí apiñados en un bosque envolvente de árboles gigantescos que alcanzan los 25 metros de altura.

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Un gaucho en la Estancia Vik, en José Ignacio (Uruguay).
Un gaucho en la Estancia Vik, en José Ignacio (Uruguay).R. Estefanía

Cabo Polonio

La siguiente parada es Cabo Polonio, lugar mítico y paraíso hippy donde la única luz es la que alimenta su gran faro, que se levanta como un alfil protegiendo la reserva natural que le rodea. Inmortalizado en los versos del cantante uruguayo Jorge Drexler en la canción 12 segundos de oscuridad, —“… no es la luz lo que importa en verdad, son los 12 segundos de oscuridad…”—, hoy es el promontorio ideal desde el que avistar leones marinos con sus inmensos cuerpos pardos mimetizados con las rocas. Es cierto que estos leones ya no están acompañados únicamente por el puñado de hippies que buscaban santuario en este lugar sin carreteras ni luz eléctrica. Hoy los camiones todoterreno que transportan a los visitantes a través de las dunas y la madreselva del parque nacional de Cabo Polonio se han multiplicado y el pueblo es un apeadero de turistas que vienen a pasar el día para observar, con igual fascinación, a los leones marinos y a los hippies aferrados aquí a su último reducto. Afortunadamente, la caída del sol restablece el orden natural y con la salida del último camión y los turistas apresurándose para no perderlo, Cabo Polonio se vuelve a encontrar a sí mismo. Sus habitantes se reúnen en torno a hogueras en la playa con la guitarra, el mate y con el aroma de la marihuana recién prendida en cigarros que pasan de mano en mano y cuyas bocanadas de humo se iluminan cada 12 segundos atravesadas por el destello del faro.

Barra de Valizas

En el límite del parque nacional de Cabo Polonio se encuentra el balneario de Barra de Valizas. Este encantador pueblo de edificios de madera plantados en la arena, sin luz eléctrica ni agua corriente en la mayoría de las casas, se despierta cada mañana con la visión de las impresionantes dunas de 30 metros de altura. Este inesperado horizonte de arena se extiende por 42 kilómetros cuadrados y constituye uno de los paisajes naturales más impresionantes de Sudamérica. La ascensión a la duna es lenta por el fuerte viento que la peina y que le susurra a uno al oído con millones de finísimos granos de arena sobrevolando la cabeza. En la cima, una pareja inmortaliza su beso con sabor a arena en un selfie. Un poco más allá, la pendiente de granito totalmente cubierta de arena del cerro de Buena Vista se convierte en la pista perfecta por la que varios jóvenes se lanzan con sus tablas practicando sandboard.

Cocina francesa con productos uruguayos en el restaurante Chez Silvia, en Rocha.
Cocina francesa con productos uruguayos en el restaurante Chez Silvia, en Rocha.R. Estefanía

Playa de la Viuda

Cae la tarde y ya falta poco para llegar al último destino de esta ruta. Punta del Diablo recibe al viajero como solo ella sabe hacerlo: con un espec­tacular atardecer que tiñe el cielo de rosa intenso y de naranja dibujando las siluetas de las casas de madera y los botes en la playa de los Pescadores. Punta del Diablo, con sus calles de arena y sus playas eternas, es hoy la meca de los mochileros, muchos venidos de Argentina y Brasil, cuyo influjo ha transformado esta tranquila villa de pescadores en una localidad donde las noches se apuran en los locales de playa.

Amanece en Punta del Diablo. El road trip tocó a su fin. Un viaje corto, sosegado, donde la serenidad toma el lugar de la épica y la aventura consiste tan solo en circular sin reloj, dejándonos llevar siempre hacia el este para dejarnos sorprender por una naturaleza aún pura. Contemplando la espuma de las olas en la playa de la Viuda, uno se da cuenta de que el premio de este viaje no era el destino, sino el camino en sí mismo. Un camino que espera ahora el viaje de vuelta, siempre rumbo oeste.

Guía

  • Cómo llegar
  • Iberia ofrece vuelos directos a Montevideo desde Madrid (12 horas y 40 minutos). Una vez en el aeropuerto de Carrasco, alquilar un coche en una de las oficinas y poner rumbo al este por la ruta 10 hasta llegar a Punta del Este a tan sólo 130 km de distancia.
  • Dormir
  • Estancia Vik (Jose Ignacio). Hacienda típica uruguaya en donde vivir una experiencia gaucha de 5 estrellas.
  • Bahía Vik (Jose Ignacio): Lujo y arte a pie de playa. Nueve estilosos bungalows cada uno construidos de un material distinto, inmersos en las dunas de la playa oceánica.
  • Chez Silvia (Rocha). Dos coquetas habitaciones en una rústica cabaña de madera y con la playa virgen de Oceanía de Polonio a tus pies.
  • La Viuda del Diablo (Punta del Diablo): Si estuviera más cerca del mar se lo llevarían las olas. Anclado en la arena al final de la Playa de La Viuda, este es el lugar con más encanto y más clase en Punta del Diablo.
  • Comer
  • La Susana. Parte del imperio de Alexander Vik y homenaje a su madre uruguaya, este delicioso chiringuito chic a pie de playa, es el lugar perfecto para tomar pescado fresco por el día y cócteles al atardecer en compañía de lo más selecto de Jose Ignacio.
  • Juana Cocina Bar. Moderno y rústico, este acogedor restaurante con aspecto de casa de campo, es uno de los secretos mejor guardados de toda la costa Uruguaya.
  • Chez Silvia. Ecos franceses en la elaboración y productos de temporada en los ingredientes en este idílico enclave alejado del mundo.

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