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Seixo Branco, el acantilado de la cicatriz blanca

Excursión por la costa coruñesa de Dexo-Serantes, entre ‘furnas’ y delfines, en busca de un curioso fenómeno geológico

El acantilado del Seixo Branco, en A Coruña.
El acantilado del Seixo Branco, en A Coruña.Neosare (www.dronestagr.am)

“Desde la Torre de Hércules, en A Coruña, vemos pero no miramos”. Así comentan algunos viajeros el hecho de no reconocer al otro lado de la ría coruñesa los acantilados salvajes del Seixo Branco, a los que no preceden la fama. Mejor: así nos sirve de excusa para conocer Las Mariñas.

Frente a la costa de Oleiros se abre el golfo Ártabro –confluencia de las rías de Ferrol, Ares, Betanzos y A Coruña-. Y en la punta de Mera abre la antigua casa del farero en calidad de centro de visitantes del monumento natural Costa de Dexo-Serantes, esencialmente 11 kilómetros litorales que han sabido resistir la presión urbanística.

Olas batiendo la verticalidad del acantilado del Seixo Branco.
Olas batiendo la verticalidad del acantilado del Seixo Branco.Getty Images

Rodeamos la ensenada de Canabal hasta finalizar el asfalto, y proseguimos caminando 15 deliciosos minutos regalando la vista con la punta de Monte Meán y la caleta de Canabal, de un color de aguas más propio de otras latitudes, y a la que al regreso bajaremos a pie.

La ruinosa batería de proyectores para iluminar objetivos militares la descubriremos en un escenario de tal potencia acantilada, que durante los días de maretón, y mejor al atardecer, acongoja la manera en que los golpes de mar levantan cortinas de espuma. A la derecha de las ruinas, el Seixo Branco -piedra blanca, en castellano- nos regala una estética veta de cuarcita que serpentea hasta el mar irradiando belleza a raudales. Dicho torrente marfileño contrasta con los oscuros cantiles sirviendo de referencia a la navegación, junto con la sagrada presencia de la torre herculina. Por si era poca emoción, hacia el este rodearemos tres furnas o bufaderos. Sendas vallas de madera recorren sus perímetros.

Islote de La Marola

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Tomamos el coche y una angosta carretera nos deposita en el minimalista puerto de Dexo, de donde surge en el punto de fuga, bien encuadrado, el islote de La Marola. Las corrientes desde siempre hicieron arriesgada la navegación más allá de la línea imaginaria que une el islote con la Torre de Hércules; lo acredita el refrán: Quien pasó La Marola, pasó la mar toda. La presencia de delfines esculpidos alude al paso habitual de estos cetáceos por delante del mirador. Luego nos detendremos en la iglesia románica de Dexo, abrazada por los nichos.

El de Lorbé es un puertito tradicional en pendiente cuyos escarpes húmedos y frondosa vegetación le dotan de una imagen tropicalista. Sus abundantes bateas prefiguran la flota artesanal de barcos bateeiros equipados con grúa. Quien sea fan de los mejillones hará bien en probarlos en el bar Puerto de Lorbé: al vapor, en salsa, escabechados, rellenos y al horno.

A modo de comodín, contamos en la comarca con el restaurante-hotel Casa do Arxentino.

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