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El desierto de Tabernas, un lugar de otro mundo

Una ruta en coche del pueblo de Tabernas hasta Sorbas a través de un paisaje cinematográfico marcado por la aridez y el silencio

El desierto de Tabernas, en Almería.
El desierto de Tabernas, en Almería.José Antonio Moreno (AGE)
Paco Nadal

Árido como pocos lugares del continente, sin más hálito de vida que los espartales que cubren sus torturados relieves, el desierto almeriense de Tabernas resulta tan impactante que desde hace décadas la industria cinematográfica del espagueti-western ha usado estos decorados naturales para transportarnos, sin mudar una piedra de sitio, a los tórridos desiertos de Sonora, a las interminables planicies de Arizona o a los escenarios aventureros de Indiana Jones. 

Los geólogos, que suelen ser poco dados a veleidades literarias, explicarían el fenómeno de una manera más prosaica diciendo que se trata de una depresión de tierras malas (arcillas y margas muy salinas, principalmente) situada en una de las comarcas con menor pluviometría de la península, encerrada además entre imponentes macizos montañosos: la sierra de los Filabres, al norte; la de Alhamilla, al sur y Sierra Nevada, al oeste. El resultado: una pantalla infranqueable que impide el paso a las humedades del Mediterráneo y hace de este paraje un infierno desolado, en el que la única masa de agua en superficie es la de la piscina municipal del pueblo de Tabernas.

Set de rodaje en el desierto de Tabernas, en Almería.
Set de rodaje en el desierto de Tabernas, en Almería.Chiara Salvadori

Pero al viajero, más dado a interpretaciones poéticas, le parece imposible que ese vacío, esa nada, puedan definirse con fríos parámetros científicos. Como dijo Juan Goytisolo, que anduvo por estos parajes a finales de la década de los cincuenta para escribir Campos de Níjar, un relato estremecedor de la España profunda de posguerra, este es un país de “esparto, mocos y legañas”, torturado por el sol y el olvido.

Caseríos abandonados 

Al desierto de Tabernas se puede llegar ahora incluso por autovía. Pero llegue por donde llegue al viajero le aguardan kilómetros de aridez y silencio, salpicado tan solo por algunos ralos eucaliptos que crecen en las cunetas o algunos pinos que resisten como pueden la terca sequía. Hay también ventas de vinazo y embutido casero que aparecen de la nada, al borde del asfalto, enharinadas en el mismo polvo que tizna los campos, y caseríos abandonados en la inmensidad del páramo marrón que hablan de trabajo duro, hambre y emigración.

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El pueblo almeriense de Sorbas.
El pueblo almeriense de Sorbas.Getty Images

Cuando de repente, tras el último repecho, la carretera, sea cual sea la elegida, se aventura en esta depresión, ante el viajero se abre el más hechizante escenario de Almería. Parece como si un poderoso rastrillo hubiera peinado la zona rasgándola en un laberinto de ramblas, cárcavas y rieras. Las montañas, acartonadas por la erosión, recuerdan aquellas otras montañas de ficción que los niños confeccionábamos con saco de arpillera y escayola para el belén navideño. Algunos senderos y caminos se internan por las ramblas hundidas en la quietud del vacío. Si exceptuamos los tres sorprendentes poblados del Oeste -nacidos en los años sesenta como decorados para los centenares de películas que se han rodado en el desierto de Tabernas y reconvertidos ahora en boyante negocio turístico para la comarca- no hay árbol, arbusto o planta crasa que levante más de medio metro del suelo. Los espartales, el matorral más abundante, pintan un manto amarillo sobre el ocre de la tierra agostada por la canícula.

Parameras, coscojas y palmitos escoltan al viajero hasta Sorbas, a unos 35 kilómetros de Tabernas, donde la naturaleza creó otro capricho de la geología: el paraje natural de los Yesos de Sorbas. Un karst horadado por kilómetros de cavernas de morfología muy distinta a las tradicionales cuevas en roca caliza que conocemos.

Sorbas, un pueblo blanco con más encanto que Tabernas, se levanta sobre un peñón rocoso al que rodea un cauce de nombre irónico, el río de Aguas, que discurre tan seco como la mojama. Un conjuro, quizá, para atraer sobre esta comarca sedienta el bien más escaso, el agua.

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