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Atardecer en la selva paraguaya

La escritora Carmen M. Cáceres descubrió recientemente la misión de la Santísima Trinidad, en Paraguay. Y le encantó

Algunos de sus collages ilustran las portadas de libros, como la de su propia novela Una verdad improvisada (Pre-Textos, 2016). Carmen M. Cáceres vive en Madrid, pero nació cerca de las cataratas de Iguazú, en la localidad argentina de Posadas. En la vecina Paraguay descubrió hace poco las ruinas jesuíticas de la Santísima Trinidad y nos lo cuenta.

¿Había visitado otras misiones jesuíticas?

Sí, las de San Ignacio Miní, que están en Misiones, la provincia argentina de donde yo soy. Son las más turísticas porque están junto a las cataratas de Iguazú y además en ellas se rodó la película La misión.

¿Y las de la Trinidad merecen la pena?

Mucho. En el siglo XVIII vivían allí 3.000 guaraníes, junto a los jesuitas. Una misión era una comunidad, con iglesia, colegios, dormitorios y demás dependencias. Cuando los jesuitas fueron expulsados en 1767, los guaraníes regresaron a la selva. Entonces las misiones se volvieron pueblos fantasma y fueron redescubiertas ya en el siglo XX.

Afortunadamente.

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Desde luego, porque son espectaculares. En el caso de la misión de la Santísima Trinidad, el templo lo dejaron sin terminar porque su construcción coincidió con la expulsión, pero queda el ábside de la iglesia y hay un pequeño museo en lo que fue la sacristía.

¿Qué colores predominan?

El verde de la selva y el tono rojizo de la piedra llamada itacurú, con la que construyeron las misiones de la zona.

¿Había muchos turistas?

Qué va. Aunque están preparadas para el turismo, fuimos un sábado y estábamos prácticamente solos. Se encuentran a algo más de 40 kilómetros desde Posadas, cruzando el puente sobre el río Paraná, que divide Argentina y Paraguay.

¿Fueron allí a pasar el día?

Sí, de excursión. La idea era también probar comida paraguaya, por ejemplo el chipá, que es un pan de harina de maíz o de mandioca que lleva queso por dentro. Después de comer es muy buen plan ver atardecer en las ruinas, pero sin olvidarse del repelente de mosquitos.

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