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Unas mazorcas pasadas de tamaño

Los Mallos de Riglos, en Huesca, forman uno de los parajes más singulares del prePirineo

Paco Nadal
El río Gállego, a su paso por Los Mallos de Riglos.
El río Gállego, a su paso por Los Mallos de Riglos.

Visto a lo lejos, desde la estrecha carretera de acceso que parte desde la A-132, parecen mazorca de maíz pasadas de tamaño. Ya más de cerca, se aprecia su carácter rupestre, su condición de raridad geomorfológica.

Los Mallos de Riglos forman uno de los parajes más singulares del prePirineo: una extrañas montañas en forma de puro que en realidad son un conglomerado de gravas cementadas, producto de la erosión sobre las morrenas de los glaciares que bajaban del Pirineo. Unas paredes míticas, de absoluta verticalidad, que parecen desprender fuego cuando el sol se acuesta sobre ellas.

Los Mallos son también la capital histórica del montañismo español. Aquí se han entrenado y curtidos generaciones enteras de escaladores, como la de los célebres Rabadá y Navarro, muertos en la pared norte del Eiger (Alpes suizos) en 1963, a los que está dedicado el monumento de la entrada del pueblo. Épicas fueron también las rivalidades entre escaladores catalanes y aragoneses por hacer cumbre en la famosa aguja rocosa del Puro, la última cumbre de los Mallos en ser hollada. Finalmente, fueron los aragoneses quienes en 1957, equipados con unas zapatillas de cáñamo y rudimentarias cuerdas, consiguieron la hazaña. En sus verticales paredes anida también una de las mayores colonias de buitres leonados de toda España.

A los pies del Mallo Grande, empequeñecido hasta la miniatura por la comparación con las tremendas paredes de cantos rodados y compactados, aparece el pequeño pueblo de Riglos, encalado y silencioso, sin apenas elementos que rompa sus hechuras de aldea montañesa. Pese a su tamaño es una localidad muy antigua del reino de Aragón, citada ya en 1068 como lugar de retiro de doña Berta, la viuda del rey aragonés Pedro I, que ni de lejos podría haber imaginado que la tranquila y aburrida villa medieval que eligió para su reclusión terminaría atestada por personal de todo tipo y edad ataviado con licras, cuerdas, mosquetones y pies de gato cada fin de semana.

Si no quiere limitarse a la contemplación fotográfica de los Mallos desde la entrada del pueblo, existe una senda circular que los rodea y que coincide en su mayor parte con el sendero de gran recorrido GR1-GR95. Está balizado con las marcas blancas y rojas características de los GR, así que no hay miedo a perderse. Tiene 22 kilómetros y permite apreciar las tierras llanas y cultivadas circundantes de la depresión del río Gállego, varias pardinas - construcción rural típica de esta región que en el pasado constituía una unidad de explotación agropecuaria autosuficiente- y algunos miradores como el de los Buitres, un espectacular balcón sobre los mallos Pisón, el Puro, el Fire y la Visera en donde deleitarse con el contraste entre estas moles pétreas de un intenso color canela y las suaves laderas tapizadas por un manto verdoso de enebros, aromáticas y sabinas que las rodean.

Si aún no ha tenido suficientes emociones, termine la ruta en el cercano castillo de Loarre, una soberbia fortaleza donde Ridley Scott rodó parte de The kingdom of heaven. Para ello hubo que levantar un poblado medieval completo en la explanada extramuros, pero dicen quienes participaron de extras en el rodaje que del propio baluarte apenas fue necesario tocar nada para que reviviera sus mejores días de gloria medieval. Según los datos oficiales, solo se ha restaurado un 4% de su fábrica; el resto es original de 1071.

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