_
_
_
_
_
Escapadas

Los placeres interiores de Mallorca

Rutas, diversiones y agroturismos entre olivos y cepas que emulan la existencia apacible y lenta de los antiguos payeses en la isla balear

Una comida entre viñedos en Bodegas Ribas, en Consell (Mallorca).
Una comida entre viñedos en Bodegas Ribas, en Consell (Mallorca).Santiago Stankovic

Mucho antes de que a la gente le entrara la afición de desplazarse a otros lugares en verano, la Mallorca auténtica era la del interior. La de las casas o possessions que heredaban los primogénitos, con sus campos y olivos. La de las tierras fértiles y la vida laboriosa. La de los veranos refrescados en la alberca o a la sombra de una buganvilla. La del pa amb oli, la sobrasada y el tumbet, ese humilde y delicioso plato elaborado con patatas, berenjenas y tomates.

javier belloso

Antiguamente nadie en su sano juicio iba a la playa, excepto los pescadores y los cerdos que, según cuentan los veteranos de la isla, campaban a sus anchas por Magaluf y otras costas. En la possessió había y hay todo lo que alguien pueda necesitar, e incluso algunos lujos como flores y arbustos que perfuman las noches; el sonido del agua de una fuente, que acuna las siestas, o las vistas del atardecer.

El agroturismo S’Horabaixa (habitación doble, desde 120 euros) es un buen punto de partida para una experiencia payesa en Mallorca. Una pequeña possessió en pleno campo mallorquín, entre Porreres y Felanitx, que cuenta con 12 habitaciones. El diseño rústico e irregular de su arquitectura (que a veces recuerda a la de los hobbits), su silencio, sus jardines con palmeras, su piscina y sus patios podrían prescribirse para una cura de descanso. Hay también clases de yoga, alquiler de bicicletas, excursiones y actividades para los que echen de menos algo de acción. Su restaurante, Franc, abierto solo para la cena, también para los no huéspedes, cultiva lo que su chef, Gabriel Fiol, llama “cocina local afrancesada”. Aquí todo está bueno, pero las croquetas podrían entrar en la clasificación de obras de arte (cena para dos, unos 50 euros).

Agroturismo S’Horabaixa, alojamiento rutal en pleno en pleno campo mallorquín, entre Porreres y Felanitx.
Agroturismo S’Horabaixa, alojamiento rutal en pleno en pleno campo mallorquín, entre Porreres y Felanitx.Dan Taylor

Olivos con nombre propio

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

Si las playas y calas constituyen los encantos de la costa, los del interior son los olivares y los senderos empedrados, que forman el peculiar paisaje de la sierra de Tramuntana. El olivo y su fruto son parte esencial de la vida de campo. Antiguamente, muchas possessions tenían su propia tafona, molino de aceite. Hoy el olivo es además el epicentro del oleoturismo, que incluye visitas a almazaras, rutas por los olivares o cenas temáticas. Las ingeniosas y retorcidas formas de los olivos centenarios y hasta milenarios han hecho que algunos tengan nombre propio. Es Camell (para muchos tiene forma de camello, pero algunos le ven similitudes con una serpiente ahogando a una presa o un dragón chino), Sa Madona des Barranc, Na Flamarades o el de Cort, plantado en medio de la plaza donde se encuentra el Consistorio de Palma, son algunos de los más populares. Los camins de pedra en sec son senderos que recorren esta sierra, entre campos de olivos, ordenados en bancales de diferentes alturas y separados por muros. Hay diversas rutas señalizadas, entre ellas la del barranco de Biniaraix, donde está el famoso olivo de Sa Madona; el camino de la Muleta, donde se puede ver Es Camell, o el camino de la Font Garrover.

La Finca Comassema elabora su propio aceite y ofrece visitas guiadas (5 euros) para enseñar la propiedad, los olivos, y contar su interesante y dilatada historia. Pero si lo que se quiere es saborear el aceite mallorquín con denominación de origen (Oli de Mallorca), muy elogiado ya por el archiduque Luis Salvador de Austria en el siglo XIX, hay que acercarse a algunos de los restaurantes famosos por rendir culto al preciado oro líquido. Can Arabí, en Binissalem, con menú diario de 16 euros, además de una carta fiel a la cocina mediterránea, añade toques creativos. Pero para ocasiones muy especiales lo mejor es el lujoso y galardonado El Olivo, en Deià, con maravillosas vistas.

Una cata en los viñedos de Bodegas RIbas, en Mallorca.
Una cata en los viñedos de Bodegas RIbas, en Mallorca.

Viñedos que bajan hasta el mar

Si los olivos han estado siempre presentes en el paisaje mallorquín, las vides han empezado a extenderse en los últimos años gracias al auge de los caldos de esta isla. Según Bàrbara Mesquida, a cargo de las bodegas Mesquida Mora, en Porreres, “hay varios factores que han ayudado a que nuestros vinos estén de moda. En los años ochenta hubo una primera recuperación, que lideró mi padre, Jaime Mesquida. La estrategia de las bodegas Ànima Negra en los años noventa, que apostaron por la exportación y por darse a conocer fuera, ayudó mucho también”. Bàrbara Mesquida es una de las pocas mujeres enólogas de la isla, que además apuesta por el cultivo biodinámico. Su bodega puede visitarse y ofrece diversas actividades, como recorridos en bicicleta por los viñedos, catas o cenas al aire libre junto a una pequeña torre que en 1850 hacía la función de molino harinero.

La ruta enológica de Mallorca crece al calor de un nuevo turismo de interior, que ha cambiado la propuesta de sol y playa por la de sombra-vino-aceite-agroturismos-bicicleta. La mayoría de las bodegas que ofrecen visitas y degustación se agrupan en torno a Binissalem, precioso pueblo vinícola en forma piramidal, rodeado de viñedos que descienden hasta el mar. La Bodega Ribas, en Consell, tiene el mérito de haber recuperado la casi desaparecida variedad de uva gorgollassa. Muy cerca, en Santa Maria del Camí, están Macià Batle, famosa por su blanco, y Bodega Ramanyà, que produce también dos cavas. Vinyes Mortitx, en Escorca, es la producción vinícola más alta de la isla. Bodega Son Prim, en Sencelles, o Can Majoral, en Algaida, que apuestan por la producción ecológica, son otras paradas obligatorias en la ruta del vino. La bodega Santa Catarina, en Andratx, prepara pícnics, en los que no falta el mantel a cuadros y la cesta (con un precio de 30 euros y versión gourmet por 90 euros).

Fábrica Ramis, en Inca (Mallorca).
Fábrica Ramis, en Inca (Mallorca).Albert Bravo Gil

Bares legendarios, música y citas culturales

Quien todavía piense que la vida de campo es aburrida, sin alternativas culturales y de diversión, es que no se ha puesto al día. Los payeses cuentan con su propia versión del shopping: los mercados locales; los gastrobares, restaurantes de la nueva remesa de chefs mallorquines, o las discotecas, que en el medio rural vienen en forma de verbenas o fiestas patronales. Algunas tan divertidas y autóctonas como los correfocs, en las que demonios persiguen al personal tirando bengalas y petardos.

La cada vez más complicada tarea de buscar piso de alquiler en una ciudad como Palma ha hecho que muchos decidan volver al campo. Algunos de estos neorrurales parecen empeñados en devolver el entretenimiento a los pequeños pueblos, que ven cómo sus antiguos talleres, casonas o mercados se transforman en centros culturales o cines al aire libre. Fàbrica Ramis, en Inca, era una antigua fábrica de piel cuando esta localidad mallorquina contaba con 350 firmas de calzado. Ahora es un centro cultural privado donde hay conciertos, teatro, talleres (de hip-hop o de ciencia), cafés filosóficos y coworking. El lugar cuenta también con un pequeño huerto ecológico. “Antiguamente Inca fue una localidad muy viva, con muchos negocios y gente que venía a trabajar. Nosotros intentamos inyectarle algo de vida”, dice Pere Perelló, responsable de administración del centro.

Habas de la huerta del restaurante mallorquín Ca Na Toneta, en Caimari.
Habas de la huerta del restaurante mallorquín Ca Na Toneta, en Caimari.

En Santanyí se celebra cada año, de abril a septiembre, el Festival Internacional de Música, de tintes clásicos y con actuaciones en iglesias, monasterios y hasta calas. En este pequeño pueblo se respira un aire cultural y creativo. Es el preferido por muchos artistas extranjeros, que viven o pasan temporadas aquí, lo que se traduce en la mayor concentración de galerías de arte por metro cuadrado de la isla. Sa Cova (plaza Major, 4) es otra de las atracciones de Santanyí, el bar más popular, con buenas tapas y música en directo.

En Deià, el equivalente a Sa Cova es Sa Fonda (Arxiduq Luís Salvador, 5), bar legendario en el que es fácil coincidir con algún descendiente de Robert Graves, asiduo a este lugar cuando vivía en Mallorca. Sa Fonda es un lugar perfecto para comer algo y conversar.

Cerca de Campos, S’Embat se ubica en medio de un pinar que da a la idílica y salvaje playa de Es Trenc. Este bar-restaurante con actuaciones, espíritu y decoración hippy ofrece paellas y platos sencillos, cócteles y música en vivo. Para rematar la noche, uno puede darse un baño. Un lujo al alcance de todos.

Tres planes muy chulos

Recorrer la isla en coche vintage
Una opción con encanto para conocer el interior es alquilar una caravana o un descapotable. Rent a Classic, en Alaró, cuenta con antiguas joyas de la automoción. Una T2VW Camper Van cuesta 500 euros para un fin de semana, y un Lotus Super Seven, 265 al día.

Aguas termales
Cerca de Campos se encuentra el hotel balneario San Juan de la Font Santa. Según la leyenda, las propiedades de sus aguas se ¬descubrieron por casualidad, cuando una epidemia diezmaba a la población porcina de Mallorca excepto a los animales que se revolcaban en esta zona. Hay circuitos termales de un día para los que no estén alojados en el hotel, con comida incluida (85 euros).

Delicias mallorquinas
El interior de Mallorca está lleno de sabrosos restaurantes como Ca Na Toneta, en Caimari, a cargo de las hermanas Maria y Teresa Solivellas, que únicamente utilizan productos frescos, de kilómetro 0 y de su propio huerto (menú por 44 euros). Maria Salinas es una de las nuevas chefs mallorquinas; su restaurante, en Mancor de la Vall, solo abre para cenas y ofrece un menú degustación por 35 euros. Destacan aquí las buenas materias primas y las innovaciones como las sopas frías o la sobrasada con chocolate. Y el restaurante del chef Santi Taura, en Lloseta, propone un menú degustación sorpresa (50 euros por persona).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_