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Escapadas

Un ‘selfie’ sin monstruo en las Tierras Altas de Escocia

Una ruta en coche por paisajes muy verdes con parada en el castillo del lago Ness

Las ruinas del castillo de Urquhart, en el lago Ness.
Las ruinas del castillo de Urquhart, en el lago Ness.AWL

Siempre duele dejar Edimburgo, la ciudad vieja, el ensanche prodigioso, el río manso y los barrios encantadores aledaños, y la casa de Stevenson, donde perdura el espíritu de la aventura que supone un impulso para adentrarse en las Tierras Altas, el norte de Escocia, un lugar que resuena en los poemas de muchos poetas ingleses, y, entre ellos, Byron, cuya madre era escocesa. El primer eslabón hacia ese norte es la delicada Inverness, la capital de las Tierras Altas, una pequeña ciudad cuya calle central es una delicia donde cuaja un sedante ritmo provinciano, al que no es ajeno el curso del río Ness, flanqueado por la bella catedral de San Magnus. El lago Ness está cerca, sin rastro por ninguna parte del famoso monstruo, con ocasionales casitas en los bordes, protectoras montañas en lo alto y un hito de la desgarrada historia escocesa como es el castillo de Urquhart, un bastión escocés que los ingleses destruyeron en 1692 y que exhibe una majestad humillada que impresiona por su veracidad, sin maquillajes restauradores de ninguna clase, con la ruina como único mensaje verdadero.

Por la región de Thurso nos dirigimos hacia John O’Groats y allí tomamos un barco que nos lleva a las islas Orcadas, cuyo epicentro es una ciudad singular, Kirkwall, con tiendas exquisitas, un museo que cuenta con orgullo la historia de las islas e invita a conocer los asentamientos neolíticos de Skara Brae, el túmulo de Maes Howe y el anillo de Brodgar, a pocos kilómetros de allí. Como si los extremos se tocaran, la historia reciente de Europa sale al paso de improviso con las barreras que ordenó construir Churchill para impedir que los nazis volvieran a penetrar con sus submarinos como lo hicieron en el desastre de Scapa Flow, donde murieron casi 900 soldados británicos, víctimas del torpedeo de un submarino alemán, el 14 de octubre de 1939.

Riverside Museum of Transport, en Glasgow, obra de Zaha Hadid.
Riverside Museum of Transport, en Glasgow, obra de Zaha Hadid.Getty Images

En medio de ese clima de tragedia rediviva, como una pobre ilusión en el desierto, emerge de los páramos azotados por el viento una capilla que recibe el nombre de Italian Chapel, un modestísimo templo construido por los prisioneros italianos durante su cautiverio, y que no llegaron a ver terminado porque antes se produjo el fin de la guerra y su liberación. Recomiendo a cualquier viajero que entre en esa capilla que se contagie de la atmósfera de ese modesto cobijo de la esperanza y rastree las fotos que ilustran el sueño de los que la construyeron, aún visible en sus miradas, apuntaladas por el tiempo que las ha engrandecido, como si ellas mismas fueran diminutas ofrendas en el silencio de su propia muerte.

De vuelta a la región de Thurso, el recorrido hacia el oeste depara sorpresas como la playa de Durness, de una portentosa belleza, a la que le sigue un paisaje de lagos y fiordos que se sucede entre montañas y áridos campos, en medio de carreteras estrechas que dan al trayecto un sabor a expedición aventurera. El pueblo de Ullapool, con una bahía donde el mar se enreda en oleajes encrespados, con colores oscuros, casi tenebrosos, pone fin a esa aventura, y la suaviza con su civilizada exhibición de elegancia y cultura.

La región de Wester Ross prolonga sin cesar las bellezas escarpadas de las Tierras Altas que se remansan en los jardines de Inverewe, aposentados junto al lago Ewe, con la más variada ofrenda de árboles y plantas, con fabulosos belvederes que dominan el lago y sinuosos senderos que deparan insólitas sorpresas. Una parada inevitable es el castillo de Eilean Donan, junto al lago Duich, todo un símbolo de la eterna resistencia de Escocia contra los ingleses que acabó, como casi siempre, en derrota y expolio. Lo que vemos hoy es una reconstrucción de principios del siglo XX.

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Fortaleza prodigiosa

La ciudad de Stirling es conocida por ser encrucijada de batallas entre escoceses e ingleses, pero, sobre todo, por estar en ella ubicado un castillo prodigioso. La historicidad de los relatos no puede con la fuerza de las impresiones, que se desentienden de la palabrería de los guías. Únicamente la sangre congelada en esos relatos llama la atención por la facilidad con que la historia diluye los dramas humanos, convertidos en palabras que se las lleva el viento. Pero, fuera de esa impresión fugaz, el castillo es veraz en todos sus espacios, e invita a recrear la vida que, de algún modo, está atrapada en su temporalidad.

Glasgow es el final del viaje. Ciudad que fue industrial y que ahora es el centro de una asombrosa nueva arquitectura donde resuenan los esfuerzos renovadores del gran Charles Macintosh, cuyas modernas construcciones de comienzos del siglo XX se dan la mano con las de los arquitectos de comienzos del XXI como la fallecida Zaha Hadid, cuya huella en la ciudad refulge en su Riverside Museum, o como Norman Foster, autor del espacio multifuncional The Hydro, o como Steven Holl, autor de una controvertida prolongación de la Glasgow School of Arts, del maestro Macintosh. Pero Glasgow es también antigüedad arquitectónica, la vieja catedral, la vieja universidad, la vieja ciudad que respira tradición y cultura y que hace pensar en una Escocia pletórica que sueña con Europa, muy lejos de una Inglaterra ensimismada, atemorizada, aletargada y triste que ha acabado metiendo a todos —también a los escoceses— en el pozo del Brexit.

Ángel Rupérez es poeta y escritor. Es autor de la novela Sensación de vértigo.

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