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De Biarritz a Zumaia en siete saltos

Partiendo de las Landas francesas, ruta costera por el Golfo de Bizkaia entre puertos pesqueros, tablas de surf y ricos 'pintxos'

Paseo veraniego por la playa de Algorri, en Zumaia (Gipuzkoa).
Paseo veraniego por la playa de Algorri, en Zumaia (Gipuzkoa).Javier Larrea (agefotostock)

Pueblos pesqueros, imponentes acantilados, olas impresionantes que hechizan a los surfistas y un mar Cantábrico que adorna, también, las postales de los mejores balnearios. Desde las Landas francesas hasta la localidad vizcaína de Lekeitio, un recorrido de playa en playa, de bar en bar y de sorpresa en sorpresa. Fotones asegurados.

1 Balneario con toque surfista

Soorts-Hossegor

Antes de entrar en el País Vasco francés se puede disfrutar de una de esas playas que ya no quedan: protegidas por bosques de pinos y dunas, todavía en estado salvaje. Playas perfectas para un veraneo diferente, con días de surf y paseos relajados entre el villas modernistas. Soorts-Hossegor es fruto de la unión de la aldea medieval de Soorts (de la que hoy solo queda el recuerdo) con la estación balnearia de Hossegor, de principios del siglo XX.

Paseo marítimo del puerto de Capbreton, en Hossegor (Francia).
Paseo marítimo del puerto de Capbreton, en Hossegor (Francia).Jean-Marc BARRERE (Agefotostock)

Aquí siguen fieles a su eslogan fundacional de la década de 1930: “Hossegor, la estación balnearia de los deportes elegantes”, con un excepcional conjunto de villas modernistas ajardinadas y algunos de los mejores lugares para practicar surf de la costa atlántica. Entre las pistas imprescindibles está detenerse en alguno de los bares o restaurantes de la Plage Centrale, una plaza rodeada por típicas casonas rurales mezcladas con art déco. Aquí es donde pasa todo: conciertos, compras y noches surfistas.

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Dos curiosidades más: el lago salado Hossegor, el más grande de la costa de las Landas, que rodea un sendero de unos 7,5 kilómetros salpicado de villas de veraneo, parques y lugares para practicar windsurf, piragüismo o vela, y el Gouf de Capbretón, una misteriosa fosa marina. Esta rareza geológica es, en realidad, un remanso en el que se encuentran especies abisales muy raras en las cosas francesas.

Marea baja en la playa de Biatrriz, en el País Vasco francés.
Marea baja en la playa de Biatrriz, en el País Vasco francés.Chiara Benelli (Getty)

2 Veraneos imperiales

Biarritz

De toda la costa vasco-francesa, Biarritz es la ciudad más conocida. Al nombrar esta ciudad todos pensamos en un sitio chic y tranquilo, en grandes mansiones y en tiendas y bares de diseño. Sigue siendo “la reina de las playas y la playa de los reyes”, un imán para celebrities de todo el mundo y, sobre todo, una meca para los amantes del surf. Aquí es obligado asomarse desde la Rocher de la Vierge, emblema local, una atalaya natural que siempre sirvió para avistar ballenas hasta que en 1863 Napoleón III decidió transformarla en puerto-refugio para los barcos mercantes, con un largo dique que la uniría a tierra firme. Para ello hizo perforar la roca y construir una pasarela de madera por donde transitaban los bloques de piedra que se empelarían en la construcción del dique. Sin embargo, una serie de tormentas y la propia caída de Napoleón III hicieron que el proyecto fuera abandonado. El 1881 la pasarela de madera fue sustituida por otra metálica (atribuida a Gustave Eiffel) y la roca fue transformada en un mirador coronado por una estatua de la Virgen.

Más romántica es la Chambre d’Amour, un tramo de playa que va desde Anglet hasta el faro de Biarritz, de 73 metros de altura, en el cabo Hainsart, cuya visita requiere subir 248 escalones. Arriba, eso sí, las vistas merecen el esfuerzo. Fue precisamente aquí donde nacieron los baños de mar y la práctica del surf en la región. Según una leyenda al estilo de Romeo y Julieta, este lugar habría escondido los amores imposibles de un pastor con una burguesa local... Se puede merendar (a todo lujo) en el Salon Impérial del Hôtel du Palais, antigua residencia de los monarcas Napoleón III y Eugenia de Montijo, con vistas al mar.

Contemplando el puerto de San Juan de Luz (Francia).
Contemplando el puerto de San Juan de Luz (Francia).Raquel María Carbonell (Getty)

3 Entre olas y corsarios

San Juan de Luz

Todavía en territorio francés, San Juan de Luz fue tres siglos atrás uno de los puertos pesqueros más relevantes de la región, hasta que se convirtió en centro de operaciones de los corsarios. Parte de la riqueza acumulada en aquella época todavía se ve en sus calles. Hoy es uno de los puertos con más encanto del Labort francés y uno de los destinos más conocidos del mundillo del surf internacional, ya que muy cerca se produce un fenómeno rarísimo: la ola gigante Belharra, clasificada entre las más altas y peligrosas del mundo, que se ha formado menos de 20 veces en 10 años. En la ensenada de San Juan de Luz, no obstante, los surfistas cuentan con un pequeño paraíso: Sainte-Barbe, Erromardie, Lafiténia, Mayarco, La Bougie…

Si evitamos la temporada alta, podremos disfrutar a gusto del casco histórico de San Juan de Luz: tranquilo, de calles peatonales y casas señoriales del siglo XVII que pertenecieron a ricos armadores, así como la animada plaza de Place Henri XIV, con terrazas, restaurantes y tiendas. En el puerto encontraremos la postal perfecta, con barquitos de colores amarrados en los muelles, casas blancas y rojas apiñadas en torno a la iglesia de Saint-Jean Baptiste, dos curiosos semáforos de estilo neovasco y el monte de la Rhune como telón de fondo. Se recomienda sentarse en el comedor acristalado de La Grillerie du Port (+33 5 59 51 18 29), famoso por la calidad de sus pescados asados, traídos directamente desde la lonja, y observar la actividad diaria de los pescadores. Hay más referencias gastronómicas interesantes, como la escondida marisquería Arrantzaleak (Avenue Jean Poulou 18) y su famosa merlu de ligne (merluza pescada con caña),, o como La Boëte (Rue Jean Bague, 3), alegre bistró marinero de madera donde dos jóvenes cocineros normandos proponen platos sencillos pero sabrosos, con mariscos y pescados traídos directamente de las lonjas de Ciboure y Pasaia.

Terrazas en la plaza de la Constitución, en San Sebastián.
Terrazas en la plaza de la Constitución, en San Sebastián.Matteo Colombo (Getty)

4 Nostalgia de la ‘Belle Époque’

San Sebastián

A los méritos de la playa de la Concha, cuya barandilla ornamental, sus cien farolas modernistas, las terrazas y el Hotel Londres, testimonio de la belle époque que han sobrevivido a la modernización, se suma la estampa del bello paisaje de Pasaia, un puerto de los de antes, con vida marinera a ambos lados de su bocana y un pueblo que evoca otro siglo. Entre lo imprescindible en cualquier visita a San Sebastián figura como el antiguo barrio de pescadores, con el ambiente más animado de la ciudad. Sus fachadas, iglesias y plazas se entrecruzan en callejuelas estrechas impregnadas de historia. Y también indispensable es la plaza de la Constitución, también llamada la Consti, una antigua plaza de toros que aún conserva los números de los tendidos en los balcones de las viviendas que la rodean. Pero lo suyo es deambular por lugares como la calle 31 de agosto, una de las más frecuentadas por donostiarras y turistas, desde el atardecer hasta la madrugada, en sus rondas de poteo y txikiteo. O la calle Fermín Calbetón, por la que los paseantes van en busca del pintxo supremo. Las cuadrillas de amigos también suelen abarrotar San Jerónimo, la Calle Mayor y los bares en torno a la plaza de la Constitución. La nota cultural la encontramos en San Telmo, un museo dedicado a la historia y cultura vascas que ocupa un bello convento dominico gótico y renacentista del siglo XVI, reformado como una extraordinaria obra de arquitectura de vanguardia.

El paseo de la Concha a Zurriola recorre lugares emblemáticos, como la playa de Ondarreta, en el barrio de Gros, que cobija el Peine del viento, la obra más famosa de Chillida y uno de los iconos de la ciudad, frente al oleaje. Otro símbolo son los Jardines del Palacio de Miramar, morada de la familia real en sus veraneos donostiarras, con un estilo de cottage inglés y rodeado por uno de los espacios verdes con mejores vistas de la bahía y senderos que descienden en pendiente hasta el mar.

Casetas en la playa de Zarautz (Gipuzkoa).
Casetas en la playa de Zarautz (Gipuzkoa).Rafael Campillo (Agefotostock)

5 Ritos de veraneo

Zarautz

Uno de los grandes destinos veraniegos del País Vasco es Zarautz, cuyos kilómetros de playa han convertido a esta villa en un enclave surfista de fama internacional; sus olas, constantes y de hasta 10 metros de altura, han formado a grandes especialistas de la tabla, como Hodei Collazo y Axi Muniain. Pero antes que a los surfers, su playa, entre las mejores del Cantábrico, ya enamoraron a la reina Isabel II, que se hizo construir en ella un palacio para sus vacaciones, y también al pintor Joaquín Sorolla, que la retrató junto a su prole. Las casetas de rayas azules y blancas alineadas en la playa dan color al verano, aunque su atractivo se puede disfrutar durante todo el año, y con menos gente en el paseo marítimo.

El otro gran reclamo de Zarautz es la gastronomía, con esa mezcla entre tascas y restaurantes de alcurnia. Por ejemplo, el restaurante y hotel de Karlos Arguiñano, con una ubicación difícil de mejorar: en un palacete a pie de playa. Para bajar la comida, se puede hacer el camino desde Getaria, pueblo marinero y cuna del txakoli, bordeando la costa y culebreando al pie de los acantilados, a escasos metros sobre el nivel del mar. Hay más caminatas interesantes cerca por la sierra del Aralar, cuya piedra angular es el monte Txindoki (1.331 metros), el más alto de la región, con senderos que ascienden desde los valles y penetran en la meseta megalítica.

Acantilados en la costa de Zumaia (Gipuzkoa).
Acantilados en la costa de Zumaia (Gipuzkoa).PFE (Getty)

6 La ruta del Flysch

Zumaia

Una ermita escorada en los acantilados, con el Cantábrico de fondo, dibuja una de las panorámicas más emblemáticas del Golfo de Bizkaia. Junto a las vecinas Deba y Mutriku, alberga la formación geológica del Flysch, paredes de piedra que contienen en su topografía la historia de la Tierra. Estos acantilados que se adentran hasta 300 metros en el mar encierran información para comprender los secretos geológicos del planeta desde hace millones de años. De Zumaia a Mutriku, el Flysch imprime a las playas las marcas de sus estratos modelados por el mar. Esta ruta temática, de 13 kilómetros, combina acantilados, calas recónditas, fósiles, cascos históricos y senderos. Tierra adentro, el mar dejó otras huellas en forma de paisajes cársticos, cuevas, y extrañas formaciones rocosas.

La isla de San Nicolás, frente al puerto de Lekeitio, en Bizkaia.
La isla de San Nicolás, frente al puerto de Lekeitio, en Bizkaia.Shaun Egan (Getty)

7 Un puerto pesquero

Lekeitio

Desde hace ocho siglos, la villa de Lekeitio reivindica su condición de ciudad portuaria, con tradiciones aún vigentes. De aquí salían hacia otros confines pescadores y navegantes ayudados por el faro de Santa Catalina, el primero visitable en Euskadi, una atalaya que se alza frente al horizonte desde 1862, vigilando el arribo de embarcaciones enemigas. Sus dos playas son muy concurridas en temporada. Con calles empedradas que desembocan en la ribera, el casco histórico combina palacios y casas marineras, así como un paseo marítimo, centro neurálgico de Lekeitio, que regala fotos fantásticas para triunfar en Instagram. La basílica de la Asunción de Santa María, gótica, también merece una visita, así como las marismas de la desembocadura del río Lea, la isla de San Nicolás (a la que se puede llegar caminando en marea baja) o la ancestral Fiesta de los Gansos. Y para terminar, pintxos, raciones, bocatas y platos tradicionales (rabo de toro o manitas de cerdo) en la Taberna Lumentza, un clásico local.

Más información en la nueva guía Lo mejor del Golfo de Bizcaia y en www.lonelyplanet.es

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