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Rumbeando hasta el amanecer en Bogotá

La noche en la capital colombiana puede ser larga. Para coger fuerzas, este recorrido por la ciudad, entre museos y miradores, se adereza con sabrosos zumos naturales

jane sweeney (Getty)

Si solo tuviésemos un día para intentar comprender Bogotá, una gran ciudad de casi ocho millones de habitantes, con sus atascos, variedad urbanística y humana, tendríamos que renunciar a bastantes planes; aceptamos pues la realidad e intentamos llevar a cabo los más sugerentes.

10.00 Desayuno energético

Primero, un desayuno de crepes, gofre o huevos revueltos en Crepes and Waffles, una cadena con sucursales repartidas por toda la ciudad. Luego nos trasladamos a las faldas de un cerro para visitar la Quinta de Simón Bolívar (1). Atravesar la verja de la casa del libertador de Colombia, en la que pasó la década de 1820, nos teletransporta a la época colonial y a los momentos en que se gestaba la independencia del país. Los mitómanos disfrutarán particularmente con su alcoba y el frondoso jardín. Si hay fuerzas y el soroche o mal de altura no nos acobarda, podemos subir al cercano Cerro de Monserrate (2) para quedarnos boquiabiertos ante las vistas de la ciudad.

La plaza de Bolívar, en Bogotá.
La plaza de Bolívar, en Bogotá.Javier Larrea (Agefotostock)

11.00 Mango verde con sal y limón

De camino a la plaza de Bolívar, que es el epicentro de Bogotá, en muchos momentos nos tentarán los puestos callejeros de jugos de fruta, de coco frito o de mango verde con sal y limón, conocido como “mango biche”, y haremos bien en no resistirnos. En la esquina de la avenida de Jiménez con la carrera 7 nos toparemos con corrillos de señores de mediana edad conspirando en grupos y sacando papelitos blancos del bolsillo: dentro de ellos esconden esmeraldas de gran valor (Colombia es el mayor productor mundial de esta gema) y allí comercian con ellas. Muy cerca se encuentra la iglesia de San Francisco (3), la más antigua de la ciudad y cuyos retablos doradísimos merecen una visita. Y por fin, la experiencia de situarse en el centro de la enormísima plaza de Bolívar (4), una gran explanada rodeada de edificios históricos, la catedral y el Palacio de Justicia, entre ellos. Cabrían en ella 55.000 personas, según un estudio de la Universidad de los Andes. Como contraste hay que dirigirse al cercano café La Puerta Falsa (5), un pequeño local cuyas estrecheces tienen mucho encanto. No es de extrañar que figure en todas las guías de la ciudad, pues, además de ser famoso por su altillo de madera con mesitas, sirve un legendario chocolate completo, que incluye una almojábana (pan de harina de maíz), una tostada de pan con mantequilla y un generoso pedazo de queso.

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Una sala del Museo Botero de Bogotá.
Una sala del Museo Botero de Bogotá.CHRISTIAN GOUPI (agefotostock)

12.00 Botero y Wifredo

El resto de la mañana se puede pasar en la biblioteca Luis Ángel Arango (6). Su café es tranquilo y su museo adjunto, el de Arte del Banco de la República, muestra una colección de arte contemporáneo en la que aparecen los principales nombres de la escena artística colombiana. Al salir a pasear por el barrio nos toparemos con la calle de la Enseñanza o del Suspiro. Además de callejear, la zona nos tienta con otras dos actividades: visitar el Museo Botero (7), que, además de la obra del artista colombiano —merecen la pena sus dibujos a lápiz—, incluye sorpresas en forma de obras de Wifredo Lam y Bacon, o entrar al centro cultural García Márquez (8), ambos a dos pasos de la biblioteca Luis Ángel Arango.

14.00 ‘Carpaccio’ de papa pobre

Al Museo Nacional (9) podemos acudir por mil razones; una de ellas puede ser probar la cocina de diversas zonas de Colombia que sirven en su restaurante El Panóptico. El chef Eduardo Martínez ha rescatado ingredientes que se miraban con desdén en la cocina colombiana y los ha revalorizado en recetas exquisitas como el carpaccio de guatila o papa pobre o sabores de la selva amazónica como el pollo campesino ahumado.

Una subida por una “lomita” cercana, como dirían los lugareños, nos lleva al mercado de la Perseverancia (10). La lomita en cuestión —la calle 29— es sede de nuevos restaurantes bogotanos como Tábula o Pantone. Una vez arriba nos encontramos en un barrio con mayúsculas, con su mercado correspondiente. Si la escarpada loma nos ha provocado sed, en cualquier barecito de su patio central podemos pedir jugos de frutas locales, de nombres como lulo, feijoa o granadilla.

16.00 Un café llamado tinto

Toca descender de nuevo hasta llegar a la bulliciosa carrera 9. Desde allí se puede caminar hacia un café con un sabor local espectacular, el San Moritz (11). Nada más entrar echaremos unos rezos para que nunca jamás lo cierren, pues ver los mingitorios de caballeros allí mismo, con los señores aliviándose de cara a la pared, no tiene precio. La costumbre allí es pedirse “un tinto”, que nada tiene que ver con uvas fermentadas, sino con la idea de café solo largo de agua.

javier belloso

17.00 Dorados y textiles

Sería imperdonable no echarle al menos una mirada a alguna de las 34.000 piezas de orfebrería conservadas en el Museo del Oro (12). A pocos pasos, en la carrera 7, se encuentra también el Centro Colombiano de Artesanías (13), lugar donde comprar algún recuerdo que lleve las tradicionales molas, una forma de artesanía textil de colores vivos típica de Colombia. Y sobre la misma calle llamará nuestra atención el teatro Jorge Eliécer Gaitán (14), un edificio art déco proyectado por Richard Aeck en los pasados años treinta, donde se celebran conciertos de primer orden.

19.30 Ciudad de librerías

Bogotá es ciudad universitaria y muy letrada, así es que en ella no faltan librerías. Una de las más célebres, La Madriguera del Conejo, posee una sucursal con un precioso café en The Book Hotel (15), en pleno barrio de Chapinero Alto. El lugar nos hace olvidar, si lo necesitásemos, el bullicio de la zona centro de la ciudad y sus frecuentes atascos.

21.00 Cena en la Zona G

Permanecer en Chapinero Alto para cenar es la mejor idea, pues el barrio se ha erigido en zona gastronómica en los últimos años, más conocida como Zona G. Un restaurante como El Clásico de las Dos Cocineras (16) llama la atención por su nombre, pero destaca principalmente por sus buenos guisos de pollo. Por último, no podemos irnos a dormir en Bogotá sin ejercer el verbo “rumbear”, que no consiste específicamente en bailar rumba, pero sí en salir de fiesta. Al cruzar la séptima avenida llegamos a Theatron (17), una de las discotecas más grandes del continente americano, con 13 ambientes para todos los gustos y tendencias. Al salir, probablemente ya habrá amanecido.

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