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aire libre

El Camino de Santiago, en bici

Una aventura deportiva y familiar en bicicleta. Cada día, el GPS marca los kilómetros recorridos y el desnivel superado. El equipaje va en coche y, al final de la etapa, una cerveza bien fría

Francesc Valls
Dos ciclistas en el puente románico de Puente la Reina, en el Camino de Santiago a su paso por Navarra.
Dos ciclistas en el puente románico de Puente la Reina, en el Camino de Santiago a su paso por Navarra. Alamy

El viaje: 770 kilómetros en 12 días. Esa es la distancia entre Roncesvalles y Santiago de Compostela que marca al llegar a la meta el GPS. El plan es recorrer el Camino Francés en bicicleta de montaña. La iniciativa se antoja, con permiso del apóstol matamoros, una especie de yihad interior, una lucha para que triunfe la voluntad. Y una empresa tan erosiva precisa de coartada. Unos se apuntan a la religión; otros, a la espiritualidad o al desafío físico. En el caso que nos ocupa, la posibilidad de que un padre —de más de 60 años— y un hijo —de más de 30— se reencuentren y pasen un par de semanas juntos es suficiente. Ambos convienen que hay que dar cuartelillo a algunos placeres: una habitación con baño —incluso algún que otro parador y buenos restaurantes— y un transporte para evitar tener que trasladar el equipaje —alforjas en el caso de la bicicleta—, lo que se agradece con temperaturas de 40 grados. Hay agencias (como Jacotrans) que por unos 200 euros trasladan una bolsa de viaje.

Roncesvalles ››› Puente la Reina

La salida de Roncesvalles es agradable. Paseo por los bosques de hayedos sin mayores problemas en una etapa con los altos de Erro y el Perdón y un desafío: el calor, que el pasado 17 de julio rozó los 40 grados. Subir a las dos de la tarde de un mes de julio el alto del Perdón debería garantizar indulgencia plenaria. Allí, la propietaria de un food truck recomienda a los ciclistas el descenso por carretera. Pero, contra el sentido común y la ley de gravedad, bajan por el pedregoso sendero. Menos mal que a la entrada a la localidad de Obanos (célebre por su misterio), Nicolás, avezado estudiante de primaria, ofrece a los peregrinos una fresca limonada al precio de la voluntad, una constante que entre la filantropía y la elusión fiscal se va produciendo a lo largo del Camino. El balance son 67 kilómetros y un ascenso acumulado de 1.092 metros. El paseo por Puente la Reina se hace imprescindible para ver su célebre puente y entrar en sus bares con frías cervezas. El hotel acoge de noche lo que queda de dos ciclistas.

Iglesia de Santa María de Viana, en Navarra.
Iglesia de Santa María de Viana, en Navarra.Melba (Agefotostock)

Puente la Reina ››› Viana

Es 18 de julio. Escarmentados del día anterior, los peregrinos salen a las 6.30. Clarea y hace fresco. Verdes viñedos muestran sus incipientes racimos y se alternan con dorados campos de cereal por segar. Después de caminar por una calzada romana, impracticable para la bicicleta, Estella recibe a los peregrinos con sus iglesias del Santo Sepulcro o la de San Pedro de la Rúa. Son las nueve de la mañana y ante los ciclistas se abre el ascenso hacia la fuente del vino del Castillo de Irache, bodegas que ponen a disposición del caminante un centenar de litros de vino diarios. Unas peregrinas de Tours se aprestan a dar cuenta de la generosa iniciativa. Para los ciclistas es temprano para el alcohol y queda mucha etapa para un día de más de 40 grados. La recompensa llega en Viana con una cerveza bien tirada en el bar El Bordón, ante la tumba de César Borgia. Su padre, el papa Alejandro VI, lo hizo cardenal y obispo. Pero César era hombre de lanza brava y acabó en la carrera de las armas. Después de una intensa vida eclesial, militar y amatoria, murió en una emboscada en los campos de Viana en 1507. Su tumba fue colocada en plena calle, por orden del obispo de Calahorra, para que “en pago de sus culpas” lo pisotearan “los hombres y las bestias”. Sus restos reposan ahora frente a la portada renacentista de Santa María.

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El fin de etapa está cerca y se divisa el hotel, más cerca de Logroño que de Viana. Un taxi trasladará al anochecer a los ciclistas hasta el casco viejo de Logroño, donde darán cuenta de un tradicional tapeo en la travesía del Laurel. Especial mención merece El Soriano, que ofrece un sencillo pincho de champiñón. La etapa ha sido de 70,13 kilómetros y 1.157 metros de ascenso.

javier belloso

Viana ››› Santo Domingo de la Calzada

Los madrugones obligan a salir sin desayunar, sobre todo si en este 19 de julio se van a alcanzar otra vez los 40 grados. Hay que parar, hidratarse y descansar, primero en Navarrete y luego en Cirueña. En un bar de esta localidad, los peregrinos asisten a un diálogo propio de la mítica La Vía láctea, de Luis Buñuel. Pero esta vez la conversación no se centra en Prisciliano, el pobre hereje probablemente enterrado en la tumba del apóstol Santiago. En esta ocasión, un exparacaidista italiano y un exlegionario español ensalzan apasionados la autoridad, las virtudes castrenses y su encarnación: el general Millán Astray. El surrealismo ha aterrizado en el viaje. El recogimiento en el parador de Bernardo de Fresneda, en el convento de San Francisco, ya en Santo Domingo de la Calzada, elimina cualquier atisbo de rencor. Después de haber pedaleado 63 kilómetros y subido 880 metros, un premio para restañar heridas: cena en el restaurante Los Caballeros, con sus verduras asadas con sardinas marinadas y la morcilla con compota de manzana y reducción de vino tinto.

Ciclistas atravesando la planicie burgalesa, en el Camino Francés.
Ciclistas atravesando la planicie burgalesa, en el Camino Francés.Roberto Roseano

Santo Domingo de la Calzada ››› Burgos

La salida se pospone a las 6.30, porque cuanto más al oeste, más tarda en amanecer. Los ciclistas dan cuenta con entusiasmo de la tortilla de chorizo y patata acompañada de torta de aceite del bar El Pájaro, en Villafranca Montes de Oca. Es mejor no inspeccionar los interiores del local. Hay que hacer acopio de energía porque aguarda el puerto de la Pedraja, donde un monolito erigido gracias a familiares y amigos recuerda a los varios centenares de antifascistas fusilados en los primeros días de la sublevación militar franquista. Después de la intolerancia, el premio es llegar y ver San Juan de Ortega, cuyas propiedades contra la esterilidad llevaron hasta allí a Isabel la Católica. La fama del monasterio proviene de que en cada equinoccio un rayo de luz ilumina precisamente el capitel de la Anunciación. La interminable entrada en Burgos anuncia el fin de etapa. Las tapas de La Favorita (excelente filete con foie) y del Tenorio (buenísimas patatas asadas) ponen el broche a una jornada con 71 kilómetros y 920 metros de subida.

La catedral de Burgos reflejada en una ventana.
La catedral de Burgos reflejada en una ventana.Javier Marina (Agefotostock)

Burgos ››› Frómista

La de este 21 de julio promete ser una jornada tranquila, aunque esconde algún sobresalto. Esta es la etapa que roza Castrillo de Matajudíos, localidad que el pasado año cambió su nombre por otro de mayor sutileza semántica: Castrillo Mota de Judíos. La sorpresa desagradable de la jornada: el alto de Mostelares, con una pendiente del 12%. Por ella reptarán bajo un sol de justicia los dos peregrinos seguidos de dos irlandesas de más que notable poderío ciclista. La cima es una convención internacional en pleno Burgos: italianos/as, irlandesas y algún español. Y es que el Camino es de extranjeros y mujeres (tres de cada cuatro peregrinos son peregrinas) hasta que se llega a Sarria y un aluvión de españoles se lanza a conseguir la Compostella, o certificado que se obtiene por haber hecho al menos 100 kilómetros del Camino. Etapa suave con 65,70 kilómetros y 526 metros de desnivel con premio final: las cervezas frías del hostal Camino de Santiago, en Frómista.

Frómista ››› Sahagún

Contemplar el sol al amanecer contra los muros de San Martín de Frómista es lo más parecido a la belleza. Hoy el Camino depara notables piezas arquitectónicas: Santa María la Blanca, en Villalcázar de Sirga, o San Zoilo, en Carrión de los Condes. La ciudad a orillas del Carrión se antoja buena para desayunar. Ese 22 de julio, dos operarios sustituyen el nombre de José Antonio Girón de Velasco, falangista y ministro de Franco, por el de Adolfo Suárez en una calle de la localidad. “¡Pobre José Antonio!”, exclama un vecino a la vista de lo que en su opinión es un atropello. “¡Pobre Adolfo Suárez!”, piensan los ciclistas al ver convertido al expresidente del Gobierno español en un desestabilizador. Claro que la plaza Mayor de Carrión se llamaba hasta hace poco del Generalísimo Franco… El gran Cluny español, Sahagún, abre al fin sus puertas a los peregrinos. Célebre por sus templos, la localidad es menos conocida por ser una de las primeras de España —junto a Éibar y Jaca— que proclamó la República en 1931. En 1936, los falangistas asesinaron al hasta entonces alcalde, Benito Pamparacuatro. Triste y mal sepultada historia la de los heterodoxos españoles que ilustra esta etapa fácil: 58 kilómetros y solo 262 metros de desnivel.

Terrazas en el Barrio Húmedo de León.
Terrazas en el Barrio Húmedo de León.Peeter Viisimaa (iStock)

Sahagún ››› León

A lo largo del Camino, los ciclistas se van reencontrando con Joele, de Treviso; Soraya, de Miranda de Ebro; Juanfran, de Murcia, o una pareja colombiana de Bucaramanga. Hoy no habrá encuentro. La etapa prevista es muy suave, porque los dos peregrinos ciclistas de esta historia han decidido darse un homenaje. Por ello la llegada a León se produce antes del mediodía. El alojamiento —el parador de San Marcos— se lo merece, y lo mismo sucede con el increíble Barrio Húmedo de León, su vino prieto picudo y sus tapas. El asador La Parrilla remata un fin de fiesta destacable. Hoy nadie se ha ganado el sueldo: 57 kilómetros y 256 metros de desnivel.

León ››› Santa Colomba de Somoza

El Camino en esta etapa del 24 de julio tiene el aliciente narrativo de Hospital de Órbigo, con el puente de los duelos espoleados por una caprichosa dama y protagonizados por el dispuesto caballero Suero de Quiñones (en los que, al parecer, solo murió un catalán). Y luego la majestuosa Astorga, con su catedral de Santa María o su gaudiniano palacio episcopal. Hay que alejarse unos kilómetros del Camino y llegar a Santa Colomba de Somoza. Allí, en Casa Pepa, les sirven unos singulares garbanzos de pico pardal, una extraordinaria variedad maragata.

Castillo templario de Ponferrada, en la provincia de León.
Castillo templario de Ponferrada, en la provincia de León.Jordi Puig (Agefotostock)

Santa Colomba de Somoza ››› Villafranca del Bierzo

La experiencia de la casa rural resulta muy gratificante. Y se confirma cuando al día siguiente (el 25, Santiago) Rosa se levanta antes de las seis de la mañana para servir los dos desayunos de los peregrinos y obsequiarles con unos bocadillos de chorizo para sobrevivir a la Cruz de Ferro (1.495 metros). El ascenso tiene el impagable descenso hacia Molinaseca y Ponferrada, capital del Bierzo y parada obligada en su fortaleza templaria. Pero el calor arrecia. Hay que apretar hasta Villafranca. Hay cita en su parador, que lleva el nombre de la localidad y cuya recepción resulta excesivamente engolada en su trato a los peregrinos, a años luz del directo y nada pretencioso recibido en el lujoso San Marcos de León. En el restaurante Méndez, “el guardia”, a pesar de lo avanzado de la hora, la cocina y el camarero —el veterano ciclista Pablo— atienden con profesionalidad. Es bueno oír el consejo de Pablo cuando hace ya días que los isquiones, esos que se apoyan en el sillín, lanzan señales de estar en las últimas. La etapa ha sido de 64 kilómetros y 861 metros de ascenso.

Villafranca del Bierzo ››› Sarria

Hoy, 26 de julio, etapa reina. Ascenso al puerto del Cebreiro, al que siguen los altos de San Roque y do Poio. Se suben 1.430 de desnivel acumulado y se recorren 75 kilómetros hasta Sarria. Los dos peregrinos comparten ascenso con un irlandés de Kerry. Un animado debate sobre religión, AVE y estado de las carreteras sirve para vencer los puertos y lanzarse en picado hacia Triacastela, donde hay que decidirse entre pasar por el monasterio de Samos o hacer el viejo recorrido de San Xil. El irlandés se va por Samos, los otros dos se deciden por lo arcaico. Una delicia de camino, muchas rampas y descensos, pero bajo la generosa sombra de las carballeiras. Sarria aguarda y el objetivo se alcanza a las tres de la tarde. El mesón Roberto ofrece por 10 euros un ejemplo de buen menú, al igual que hiciera el restaurante Ruedo II, en la localidad leonesa de Sahagún.

El autor del artículo junto a su hijo Guillem en la plaza del Obradoiro, ante la Catedral de Santiago de Compostela.
El autor del artículo junto a su hijo Guillem en la plaza del Obradoiro, ante la Catedral de Santiago de Compostela.

Sarria ››› Melide

El acceso a Galicia por la puerta grande, el puerto lucense de O Cebreiro, tiene en la etapa de hoy, 27 de julio, la entrada en la provincia de A Coruña, prólogo del fin del Camino. Desde Sarria, los extranjeros dejan de ser la mayoría entre los peregrinos. Grupos de decenas de personas provenientes de todos los rincones de España pueblan el Camino. Desde Sarria hasta Santiago hay 100 kilómetros y eso sirve para obtener la Compostella. En los múltiples cruces del Camino con las pequeñas carreteras locales, algunos autocares aguardan por si el peregrino de corto recorrido precisa ser trasladado. Una muestra de esa religiosidad que describió Antonio Machado en su Llanto y coplas por la muerte de don Guido. Prosaicamente, en la puerta de San Nicolás de Portomarín, antigua iglesia fortaleza, un cartel anuncia que los lunes el templo está cerrado “por descanso del personal”. El que no ofrece tregua es el Camino: al llegar a Melide, el GPS marca algo más de 61 kilómetros con 1.227 metros de altura, pero la pulpería Ezequiel abre generosa sus puertas.

Melide ››› Santiago

¡Última etapa del Camino! Son las 7.30 y quedan por delante 52,7 kilómetros. Pero las apariencias engañan: tan corto recorrido no impide las rampas —un total de 919 metros— y la puntilla del Monte do Gozo. Al final aguarda la Compostella. La visita al apóstol se hace inevitable. A primera hora casi se puede conversar de tú a tú con él: la catedral está vacía. Un paseo por la Alameda permite también charlar sobre este país de esperpento con Ramón María del Valle-Inclán, cuya escultura, en cambio, apenas tiene quien la visite.

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